NOTA DE TAPA
En algún momento lejano de la historia de la vida, después del salto de un grupo de organismos del agua a la tierra y la consecuente separación del día y la noche con sus respectivos comportamientos asociados, surgió en los mamíferos y vertebrados de sangre caliente un proceso mental que desde entonces los diferenciaría para siempre de sus parientes lejanos, los pájaros y reptiles: el sueño REM. Usina de nuevas posibilidades, mutaciones del pensamiento, terreno de simulación, teatro creativo en el que uno casi siempre es uno (y uno siempre es el observador de sus sueños), durante esta fase onírica la mente se separa en una instancia ejecutiva: la mente se mira a sí misma.
› Por Mariano Sigman
La historia del sueño –que empieza casi con la vida hace unos 3000 millones de años– tiene dos revoluciones relativamente recientes. La primera sucede hace unos 300 millones de años con el peregrinaje del agua a las tierras secas. Entonces se da una separación abrupta entre el día y la noche. Cazar, reproducirse y evitar ser cazado se vuelven menesteres del día. Reposar y repasar los menesteres del día anterior se vuelven asuntos de la noche. Así el sueño se ordena en el tiempo y se establece en las horas sin luz ocupando el resto del día. La segunda revolución del sueño en realidad no fue un evento discreto en la historia sino una sucesión de progresiones. En esta fragmentación de la historia quedaron de este lado los pájaros y los mamíferos, vertebrados de sangre caliente. Las tortugas, las lagartijas, serpientes y otros tantos se quedaron en el preludio de un gran evento: el desarrollo de una nueva fase del sueño, conocida como sueño paradojal, o simplemente como sueño REM (por las siglas en inglés de “movimientos oculares rápidos”).
Durante esta nueva fase del sueño, exceptuando el movimiento ocular, toda actividad queda completamente inhibida, con lo que la actividad mental queda desligada de las acciones. Esta inhibición de toda actividad motora tiene un costo tal vez demasiado alto para los pájaros, cuya estabilidad requiere de un cierto esfuerzo muscular. Tal vez por esta razón el sueño REM extendido y duradero sea exclusividad de los mamíferos. ¿Qué sucede durante el sueño REM y por qué la emergencia de esta forma del sueño establece una fractura en la historia del sueño y tal vez de la cognición?
Durante el sueño de onda corta –término con el que se resume a todas las formas del sueño que no son REM– se produce un “repaso mental”. Una consolidación de memorias ya gestadas durante el día. Durante el sueño REM se da una forma diferente de aprendizaje creativo que resulta de un pensamiento menos ordenado. El sueño REM, en movimiento frenético de ojos durante la quietud de la noche, es una usina de nuevas posibilidades, mutaciones del pensamiento, una fuente de variaciones de los espacios y soluciones posibles. Las anécdotas del sueño creativo abundan. Los científicos suelen contar el relato de Kekulé que revolucionó la química encontrando, en el sueño de una serpiente que se mordía la cola, la forma circular de la estructura del benceno. Qué mejor manera de convencer a escépticos racionalistas del día de la importancia de la creación nocturna. Sin embargo, seguramente sea más pertinente la historia de un músico inglés que amaneció del sueño con una melodía que no le era propia y de la cual tampoco podía recordar dónde o de quién la había escuchado. Ejecutó rápidamente las notas en un piano y luego las fue repitiendo a distintos amigos y oídos en busca de un autor que nunca apareció. La melodía había emanado en sueños, no era la réplica de nada existente. Paul McCartney le asignó una letra y un título, “Yesterday”, sin saber si tenía alguna referencia al sueño ni que iba a convertirse en el símbolo de la música de aquella época.
En humanos los períodos REM están casi inequívocamente asociados al sueño. Saber esto (salvo por algunas objeciones pertinentes) no es demasiado difícil. Basta interrumpir a un durmiente en distintos estados y preguntarle inmediatamente sobre el contenido de su sueño. La diferencia es sustancial según si el sujeto durmiente ha sido despertado durante el REM o el sueño de onda corta.
¿Cómo saber si sueña un gato o un perro? Y más aún: ¿cómo saber del contenido de su sueño? Casi cualquier persona suficientemente cercana a un gato o a un perro asume con certeza que éstos sueñan, incluso a veces parecen sueños plácidos, a veces pesadillas. Para evidenciar el sueño, y en parte su contenido, en un experimento difícil e inteligente llevado a cabo hace casi cuarenta años, Michel Jouvet inhibió en una serie de gatos las neuronas que frenan la acción motora. En la noche, el sueño de onda corta tenía la placidez habitual y sin embargo, durante el sueño REM, los gatos, agitados, maullaban y movían las patas como defendiendo o cazándose. Ya no mediando la inhibición del músculo, los procesos mentales durante este estadio del sueño se plasmaban en acciones.
En humanos, sobre todo en occidentales post-vieneses, la narrativa del sueño ha sido objeto de extenso estudio. Freud ahondó fuertemente en su contenido distinguiendo, entre otras facetas, un sueño que replica el pasado (“el resto del día”) y un sueño que simula el futuro, que se evidencia en situaciones de ansiedad, donde el sueño se usa como un terreno de simulación. Muchos estudiantes han dado un examen la noche antes de rendirlo. Allan Hobson, un psiquiatra e investigador (contemporáneo) del sueño, ha trabajado con mucho más énfasis en la forma del sueño. En su descripción sintética, el sueño es una forma de psicosis o demencia, dada por cinco rasgos fundamentales: 1) Desorientación en el tiempo, en el lugar y en los personajes. 2) Alucinaciones visuales. 3) Distractibilidad y déficit atentivo. 4) Pérdida de memoria. Y 5) Pérdida de perspicacia o entendimiento (no saber qué soñamos durante el sueño).
Con excepción de la pérdida de perspicacia –cuya relevancia es tal vez pertinente para otros menesteres–, estos rasgos contribuyen a la narrativa desordenada, explorativa, ebria, libre-asociativa, propia del delirio. Estos rasgos son también necesarios para el pensamiento creativo, para generar nuevas situaciones que no se deducen ni inducen de manera simple de la experiencia previa. Dada una buena mano de cartas, lo más posible es que al barajarla nos encontremos con una mano peor y en una partida (o en el mundo) real la mejor opción será mantener el statu-quo. Cada tanto, sin embargo, algún nuevo desorden resultará en una mano sorprendente, imprevisible, y mejor que la del orden previo que se había consolidado. La misma estrategia evolutiva de mutar y seleccionar se replica en la ontogenia cognitiva, con el sueño REM como una fuente de mutaciones. En la historia abunda la proliferación de estados estables que se suceden en cadenas discretas. Cada tanto, alguna variación intencional, alguna propuesta radical, algún accidente, alguna locura resulta exitosa, modifica el orden establecido y se vuelve norma. En la historia del deporte estas transiciones abruptas son bien conocidas. En el salto en alto, todos los saltadores (desde el siglo XIX) saltaban en un estilo conocido como “tijera”, lo que llevó a un salto máximo de 1,68 m. Luego fueron siguiendo una serie de estilos, y con el advenimiento esporádico de cada uno, un salto discreto en la altura máxima del salto, hasta llegar, luego de casi una decena de cambios de estilos, a un record actual (del cubano Javier Sotomayor) de 2,45 m.
Así, se consolida una idea intuitiva del sueño. Este funciona como un espacio de simulaciones inmune, un teatro para poner a prueba sin riesgo el espacio de posibilidades. El fracaso (la muerte) en el sueño es triste, doloroso y preparativo, pero mucho menos grave que el fracaso (la muerte) durante el día. Durante la noche, en la espera de la vigilia donde uno ha de estar presto para la acción existe un cierto tiempo donde uno puede preguntarse “¿Y si...?”: ¿Y si un personaje en realidad fuese otro? ¿Y si dos lugares compartiesen algo que nunca se me hubiese ocurrido? ¿Y si una situación frustrante no hubiese sucedido? A los soñadores ávidos, sin embargo, sucede que hay un hecho que les llama la atención entre tanto “¿Y si...?” Entre tanta mutación, permutación, alteración, discontinuidad y compresión del espacio de posibilidades dos rasgos permanecen, en gran medida invariantes: uno casi siempre es uno y uno siempre es el observador de sus sueños. Muy raramente, en el sueño, uno se viste de otro. Esta perseveración de la identidad en un pensamiento tan vago es un hecho llamativo. También es muy infrecuente que el sueño sea observado (o incluso narrado) por un personaje que no sea uno mismo. Estos ingredientes invariantes sugieren tal vez un aspecto importante del sueño, una instancia en la que uno observa y evalúa un mundo de situaciones alteradas.
Más allá del carácter bizarro de los sueños, esta situación observacional de duplicación de la primera persona, un agente (uno, yo) que evalúa un personaje (uno, yo) fruto de la separación entre las historias y las acciones establece una situación novedosa de un carácter muy similar a uno de los rasgos distintivos de la conciencia. Sin embargo, la conciencia florece en plena vigilia, en ausencia absoluta de sueño. ¿O no?
El sueño no es el único territorio propio para la gesta de simulaciones. La otra situación arquetípica, aparecida en la historia de la vida poco después del sueño REM y propiedad casi exclusiva de los mamíferos, es el juego. Sean perros, gatos (o perros y gatos), niños o adultos los que juegan, ciertos rasgos icónicos compartidos con el sueño se replican: sucede en ausencia de objetivos fuera del contexto del juego (salvo en su versión profesionalizada), son de un carácter social marcado e involucran permutaciones, exageraciones, representaciones, cambio de roles, contiene un carácter explorativo y una trama con reglas propias, probablemente distintivas pero necesariamente consistentes. Seguido, el juego viene acompañado de una falta total de perspicacia y de un dominio y ocupación de la realidad. Muchas veces nos olvidamos que el juego es un juego. El juego, como el sueño, se desvanece, o se hace menos frecuente con la edad. Los adultos sueñan menos y juegan menos. Y sobre todo, el juego, como el sueño, es un territorio inmune. En el juego y en el sueño todos podemos, como los gatos, poner varias veces a prueba nuestras vidas.
Esta sucesión histórica –que el juego siga al sueño REM en la historia evolutiva– sugiere (sin que esta idea pierda demasiado sentido si se vuelve más metáfora que hecho) que el juego es una manifestación de una invasión del sueño REM en la vigilia. Fuera de la carcaza del encierro mental provisto por la inhibición muscular, este espacio narrativo donde la sucesión de pensamientos se desliga de las acciones, se vuelve confabulada y sostenida en un mundo no necesariamente consistente con el ambiente. La presión evolutiva contra este suceso no necesita referencias a la selva. Los soñadores diurnos, los colgados, los volados, los fumados, salvo en contadas excepciones algunas décadas pasadas y pese a su celebrada fama creativa, pagan caro su falta de contacto o referencia con la realidad. La adicción al juego y la consolidación en una realidad soñada en la vigilia dan algunos casos raros, exagerados, patológicos, en el que aun las necesidades primarias (que son sin duda los despertadores más eficientes) como la sed o el apetito son inatendidas, dando lugar a una “muerte lúdica”. Si en tamaña protección hogareña la distracción de los estímulos es peligrosa, en la selva este riesgo se hace mucho más evidente.
Así, se dan tres situaciones relacionadas a este hecho:
En primer lugar, los jugadores o soñadores diurnos son predominantemente animales que, en su nicho, tienen poco riesgo de ser predados, grandes cazadores o especies bien escondidas. Entre ellos se encuentran algunos grandes jugadores: los tigres, los lobos, los delfines y los monos.
En segundo lugar, la inducción del juego, la fábula o el sueño diurno emergen con el aburrimiento, con la falta de estímulos o con su monotonía. En ausencia de un mundo externo interesante, aun en la vigilia, los soñadores generan uno propio, más rico e interesante. Esto suele inducir el sueño (aun cuando el estímulo es interno, es conocido que una buena receta para la inducción del sueño es la repetición periódica de un evento) y en algunas situaciones en las que la fisiología adecuada para pasar a un estado de reposo no está dado, se induce un sueño diurno. El sueño de soñar se separa del sueño de dormir. En tal situación uno puede persistir hasta que salvo situaciones patológicas, un ruido abrupto, un movimiento brusco o una necesidad íntima llevan a una situación de contacto directo con la realidad.
En tercer lugar, la mente reflexiva (pavloviana, la que sigue un estímulo de su adecuada respuesta) y la mente simulativa (la del sueño nocturno o de aquel que asalta la vigilia) se separan. Todos podemos conducir mientras divagamos en los pensamientos más extraños. Esta es, junto con la duplicación del “uno” producida por el sueño entre observador y actor, la segunda y última duplicación pertinente. Esta especie de embriague mental en el que la mente que compartimos con todos los invertebrados, deductiva, activa, que establece las cadenas bien determinadas en la experiencia cotidiana pasa a coexistir con una mente más libre, capaz de hacer asociaciones arbitrarias, de simular escenarios distintos, de contener e inhibir los deseos primarios, de evaluar el futuro lejano.
Se va cerrando el círculo. En algún momento lejano de la historia de la vida, la mente más simple emergente del sistema nervioso (también más simple) funciona como un operador capaz de establecer transiciones definidas. Alejarse del peligro, acercarse al alimento. En algún momento de la historia evolutiva frente a la emergencia a la superficie, el día y la noche se separan y durante la noche se interrumpe la acción. Algunos animales repiten algunas acciones del día, escondidos en cuevas y en la oscuridad. El aprendizaje no se interrumpe y comienza un preludio de simulación. Pero este gesto repetitivo, esta replicación fidedigna no necesita una evaluación, un agente que mire la acción. La noche avanza y en algún momento, cambiando algún parámetro de la ganancia del sistema, se empiezan a producir gestos extraños, combinaciones y asociaciones bizarras. Ha empezado la exploración. Un buen uso de este teatro de posibilidades requiere un evaluador que elija las buenas barajas, aquellos elementos productivos del delirio. La mente se separa en una instancia ejecutiva, librada de toda acción, lo que le permite hacer aun lo aristotelianamente imposible, y otra instancia evaluativa. La mente se mira a sí misma. Este vicio nocturno se desencasilla y empieza a ocupar, además de la noche, el aburrimiento. La mente se vuelve ávida de estímulos y llena los huecos del día con más simulaciones y evaluaciones. Este ejercicio es duplicativo y reflexivo. Las dos maneras de funcionar coexisten, la vieja mente que actúa y la nueva mente que simula y evalúa. Las simulaciones y la acción. En este círculo que se cierra, en este teatro que se ha creado y en esta instancia de monitoreo, evaluación, selección, de un gran espacio posible ha surgido un nuevo proceso, cuya consecuencia subjetiva es drástica. Estas mentes han creado una imagen de ellas mismas (o más precisamente del soma y el ambiente en el que se desarrollan), de sus acciones, y de todo elemento, sensorial, motor, mnemónico que contribuye a ella. Aún no hay (o no han aparecido necesariamente) lenguaje ni símbolos precarios, pero ya hay tigres, y gatos y delfines y ya ha aparecido la conciencia.
Mariano Sigman es físico, doctor en neurociencias e investigador del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
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