Sáb 30.06.2007
futuro

NOTA DE TAPA

Los restos del día

Considerados hasta hace poco los cascotes dispersos de un antiguo planeta destruido, los miles de cuerpos rocosos del cinturón de asteroides que separa Marte de Júpiter constituyen una región absolutamente virgen para la exploración espacial humana. Pero no será así por mucho tiempo más: la semana que viene la NASA finalmente lanzará al espacio la sonda Dawn (o “amanecer”) que visitará en 2011 al súper asteroide Vesta y en 2015 al “planeta enano” Ceres –dos de las más vistosas reliquias de la formación del Sistema Solar–, saldando así una deuda pendiente de una vez por todas.

› Por Mariano Ribas

Son cientos de miles, tal vez millones. Requechos interplanetarios, oscuros, helados y deformes, que deambulan en eterna peregrinación entre las órbitas de Marte y Júpiter. Cascotes cósmicos que quisieron ser un planeta pero no pudieron. O más bien, no los dejaron. Y allí están, desde hace miles de millones de años, desparramados, y formando un monumental anillo que divide en dos el Sistema Solar: hacia adentro, los mundos de roca y metal. Y hacia afuera, los gigantes de gas y hielo. A todas luces, el “Cinturón de asteroides” es una zona de transición, tan inmensa como compleja. Los primeros asteroides fueron descubiertos a comienzos del siglo XIX. Y hasta hace no mucho tiempo se creía que no eran más que los pedazos dispersos de un antiguo planeta destruido. Hoy en día, en cambio, los astrónomos piensan que son “ladrillos” primitivos que nunca llegaron a aglutinarse en un cuerpo más grande, esencialmente por culpa de la impiadosa tiranía gravitacional de Júpiter. Reliquias de tiempos muy pretéritos.

Y de ahí su enorme valor a la hora de conocer más y mejor los materiales y los procesos que modelaron la arquitectura y el funcionamiento de gran reino del Sol. Pero a diferencia de todos los planetas (y buena parte de sus lunas), el “Cinturón de asteroides” ha permanecido como una región absolutamente virgen para la exploración humana. Una deuda pendiente que, afortunadamente, está a punto de saldarse: dentro de unos días, la NASA lanzará al espacio la sonda Dawn (“Amanecer”). Una máquina cargada de sofisticados instrumentos, que durante los próximos años se internará en ese fabuloso anillo de escombros, y que no se detendrá hasta alcanzar a sus dos ejemplares más sobresalientes: Vesta, en 2011, y Ceres, en 2015. Dos súper asteroides. O más bien, un súper asteroide y un “planeta enano”. A todas luces, la misión Dawn será una de las aventuras espaciales más interesantes de la próxima década: explorar Vesta y Ceres será como viajar en el tiempo y asomarse al mismísimo amanecer del Sistema Solar.

EL VIAJE

Visitar los grandes asteroides es un viejo anhelo de la astronomía planetaria. Un proyecto que, desde hace varios años, viene dando vueltas en la agenda de la NASA, y que por distintas razones (presupuestarias y de prioridades) ha sufrido varias postergaciones. Pero ya está: si todo marcha bien, durante la madrugada del próximo sábado, la nave espacial Dawn despegará desde la plataforma 17-B de Cabo Cañaveral, a bordo de un poderoso cohete Delta II. Y una vez en el espacio, iniciará una fantástica odisea de ocho años. Impulsada por un novedoso motor de iones, la sonda no seguirá una trayectoria “directa” –como podría creerse– sino más bien en espiral: por eso, al final de la misión, habrá viajado más de 3000 millones de kilómetros. En ese larguísimo periplo espiralado y “hacia afuera”, su primera estación, aunque muy fugaz, será Marte: en marzo de 2009, Dawn pasará cerca del planeta rojo, en una osada maniobra de “asistencia gravitatoria”, destinada a acelerarla, y redirigirla hacia su verdadero objetivo: adentrarse en las aguas del gran “Cinturón de asteroides”. Finalmente, dos años y medio más tarde, comenzará el verdadero viaje de revelación.

VESTA A LA VISTA

Dawn llegará a Vesta en septiembre de 2011. E inmediatamente, se colocará en órbita del súper asteroide. Durante los siguientes ocho meses, las cámaras e instrumentos de la sonda se despacharán con toda clase de imágenes y mediciones, intentando armar un perfil acabado de este antiquísimo y misterioso habitante del Sistema Solar. Hoy en día no es mucho lo que se sabe de esta helada roca espacial, de más de 500 kilómetros de diámetro. Y se entiende: no sólo nunca fue visitado por nave alguna, sino que, además, para la mayoría de los telescopios no es más que un punto de luz. Los únicos datos actuales sobre Vesta provienen de la observación de su movimiento orbital, de los análisis espectroscópicos de la luz que refleja del Sol (es inusualmente brillante en comparación a los demás asteroides), y de sus sutiles efectos gravitatorios sobre otros asteroides. Y gracias a las toscas fotografías tomadas por el Telescopio Espacial Hubble, se sabe que su silueta es pasablemente redondeada, como si fuera una pelota algo aplastada. Más aún, su hemisferio sur está dominado por un impresionante cráter de unos 450 kilómetros, es decir, casi del mismo diámetro que el asteroide. Esa inmensa fosa (que tiene un pico central de 12 mil metros de altura) es la huella de una terrible colisión –con otro asteroide– que Vesta sufrió en algún momento remoto de su historia. Un impacto que debe haberle arrancado pedazos enteros de su corteza rocosa, lanzándolos al espacio. Todo indica que los llamados “Vestoides” son una familia de asteroiditos “hijos” de aquel catastrófico evento.

MUNDO FOSIL

Teniendo en cuenta los modelos actuales sobre la formación de Sistema Solar (ocurrida hace 4600 millones de años), es muy posible que debido a su tamaño y ubicación Vesta haya pasado por una etapa de calentamiento y fusión, cuyo resultado final sería una estructura interna bien diferenciada: un núcleo metálico, un manto rocoso, y una corteza basáltica, resultado de fuertes erupciones volcánicas. En suma, un proceso geológico esencialmente similar a lo ocurrido con los planetas internos. Pero aparentemente sin una gota de agua, ni el más mínimo rastro de atmósfera. En todo este tiempo, Vesta seguramente no ha cambiado mucho, a diferencia de la Tierra o Marte, que han pasado por complejos procesos de erosión y transformación, provocados por el agua, el viento y otros factores. Por todo esto, y aunque nunca haya llegado a convertirse en un planeta, Vesta puede decirnos mucho sobre los materiales y los procesos que dieron origen a los mundos más cercanos al Sol. Y Dawn estará allí para averiguarlo. En abril de 2012, la nave de la NASA encenderá su motor de iones, e iniciará el largo periplo hasta su destino final. Y qué destino...

DIALOGO CON UN ENANO

Serán casi tres años más de viaje. Pero la espera y la travesía valdrán la pena: en febrero de 2015, y tras recorrer 3200 millones de kilómetros desde su partida, la intrépida navecita llegará a Ceres. Ni más ni menos que el rey de los asteroides. Y gracias a su versátil motor de iones, también se pondrá a dar vueltas a su alrededor, logrando una hazaña inédita: será la primera máquina construida por el hombre que se coloca en órbita de dos cuerpos del Sistema Solar. Y a todas luces, su parada final será sumamente especial: por empezar, con casi 1000 kilómetros de diámetro, Ceres es, por lejos, el habitante más grande de todo el “Cinturón de asteroides”. Tan es así que es el único que tiene un tamaño y masa suficientes como para haber alcanzado una forma casi perfectamente esférica. Tal como muestran las fotos tomadas por el Hubble, Ceres es bastante redondito. Y justamente por gracia de esa prolija y geométrica propiedad –que comparte con los planetas– recientemente se ha ganado un status especial: desde agosto del año pasado, la Unión Astronómica Internacional lo considera un “planeta enano”. No un planeta (porque Ceres comparte su región con muchos otros objetos), pero tampoco un simple asteroide. Una jerarquía intermedia. La misma que ostentan –también desde el año pasado– Plutón y Eris, los más grandes habitantes de aquel otro –y mucho más lejano– anillo de cuerpos menores: el Cinturón de Kuiper. Pero más allá de sus dimensiones, y de las etiquetas astronómicas, Ceres podría tener guardadas unas cuantas sorpresas para la intrépida navecita que está a punto de partir de la Tierra.

HIELO EN UN MUNDO EMBRIONARIO

Al igual que Vesta (y otros grandes asteroides, como Pallas, Juno y Sylvia), Ceres detuvo su crecimiento y no llegó a convertirse en un planeta con todas las de la ley. Durante la formación del Sistema Solar, la poderosa gravedad de Júpiter –tironeando de un lado y de otro, según su posición orbital– impidió que todos los escombros rocoso-metálico-helados completaran el mecanismo de “acreción” que, en otros sitios, sí funcionó. Pero, de todos modos, alcanzó un tamaño considerable. Por eso muchos astrónomos lo consideran un “mundo embrionario”. O la muestra viva de lo que pudieron ser, a grandes rasgos, las etapas iniciales e intermedias en la formación de planetas como el nuestro. Nada menos.

Ahí no se terminan las curiosidades de Ceres. Estudios realizados por un equipo de investigadores, encabezados por el astrónomo estadounidense Peter Thomas (Universidad de Cornell), sugieren que el “planeta enano” también podría tener una estructura bien diferenciada, como Vesta. Y más interesante aún: dada su más baja densidad, y su posición más alejada del Sol, es bastante probable que Ceres –a diferencia de Vesta– tenga un grueso manto de hielo de agua entre su núcleo y su corteza. Algo más o menos parecido a lo que ocurre en algunas lunas de Júpiter o Saturno. E incluso, hasta podría tener procesos hidrológicos activos. Y por qué no, estar rodeado por una finísima atmósfera. Sin dudas, es un escenario fascinante. Pero también, inevitablemente hipotético: la misión Dawn podría confirmarlo, refutarlo, o revelar cosas aún más extrañas. Será cuestión de esperar hasta 2015.

RELIQUIAS COSMICAS

A pesar de su relativa vecindad como integrantes del “Cinturón de Asteroides”, Vesta y Ceres parecen ser bastante distintos. Y eso, seguramente, se debe a las diferentes zonas y condiciones en las que se formaron. En cierto modo, ambos parecen representar a la perfección la zona de transición entre las regiones internas y externas del Sistema Solar. O lo que es lo mismo, entre los mundos de roca y metal, y aquellos gaseosos y/o helados. Vesta se formó en un poco más cerca del Sol, y aparentemente sería rocoso y seco. Ceres tuvo una gestación más alejada, más fría, y probablemente pudo acumular grandes cantidades de hielo (agua congelada, mayormente), como muchos satélites de los planetas gigantes. Pero ambos tienen algo especial en común: no han cambiado mucho desde sus orígenes. Son dos reliquias cósmicas, que guardan preciosa información sobre los materiales y los procesos primigenios que construyeron a nuestro Sistema Solar.

Vesta y Ceres tienen mucho que contarnos sobre aquellos lejanísimos orígenes. Y afortunadamente, una nueva embajadora de la Tierra, que no en vano se llama “amanecer”, partirá a su encuentro. Para escuchar sus viejas y apasionantes historias.

Vesta

Descubierto en 1807 por el alemán Heinrich W. Olbers, médico y astrónomo aficionado. Lleva el nombre de la diosa romana del hogar. Luego de Ceres, es el segundo asteroide más grande (cabeza a cabeza con Pallas). Y el más brillante de todos: a veces (como ocurrió en las últimas semanas), hasta puede verse a simple vista.
Diámetro: 530 km
Distancia media al Sol: 353 millones de km.
Período orbital: 3,6 años
Rotación: 5,34 horas
Densidad: 3,8 g/cm3
Gravedad superficial: 2,5% de la terrestre
Temperatura media: -90° C aprox.

Ceres

Descubierto en 1801 por el italiano Giuseppe Piazzi, monje y astrónomo aficionado. Ceres contiene el 25 por ciento de toda la masa del “Cinturón de asteroides”. Y debido a su considerable tamaño y forma casi esférica, actualmente se lo considera un “planeta enano” más que un simple asteroide.
Diámetro: 960 km
Distancia media al Sol: 397 millones de km.
Período orbital: 4,6 años
Rotación: 9 horas
Densidad: 2,08 g/cm3
Gravedad superficial: 3% de la terrestre
Temperatura media: -100° C aprox

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