BIOLOGIA DEL SEXO
› Por Esteban Magnani y Luis Magnani
Un par de velas encendidas, un buen vino aireándose, música adecuada, un menú especial en la mesa bien tendida, todo indica un escenario que favorecerá el encuentro entre dos personas. Al menos esta es la intención del dueño de casa que, cuidadosamente, ha preparado el terreno porque acaba de conocer a alguien que podría ser un buen compañero. Hay aquí una persona que tiene encendido el deseo sexual y otra que, como mínimo, está dispuesta a averiguarlo. Aunque por “deseo sexual” es probable que, en el terreno práctico, cada uno entienda cosas diferentes.
Seguramente, tanto aquel que puso en marcha sus artes de seducción como su potencial compañero sexual quedarían más que molestos si supieran que tanta actividad está obedeciendo, simplemente, a los mecanismos de la evolución. Mal que les pese, ésa es la conclusión que arrojan recientes estudios en el terreno biológico. La evolución, como explica su teoría, no corre riesgos ni se permite ceder a los vaivenes de la suerte. Porque su finalidad es concreta e incorruptible: lograr que el mayor número de miembros de la especie llegue a reproducirse. Dicho en otros términos, la historia del amor humano viene redactada en los genes.
El deseo y el sexo son probablemente los motores biológicos que más han determinado la cultura humana, aunque el impulso animal que los determina parece inocultable. De ese cruce surge un interés que excede lo científico y que estimula la producción de nuevos estudios entre los biólogos. Según algunos muy recientes, los hombres comunes tienen circuitos neurológicos que los inducen a buscar mujeres. Por el contrario, los circuitos de los hombres homosexuales los llevan a buscar otros hombres (al menos según algunos estudios). En cambio, el cerebro de las mujeres está organizado como para elegir hombres que provean para ella y sus vástagos. El guión genético se completa con un programa neurológico que impulsa al amor romántico y se continúa en un afecto de largo plazo.
Según los pioneros de estos estudios, los esposos y codirectores que dieron nombre al Masters & Johnson Institute, en St. Louis, Estados Unidos, los pasos en el camino del sexo son: el deseo, el anhelo de sexo, la búsqueda de una pareja, el encuentro, la estimulación y la excitación sexual y la resolución o satisfacción de ese deseo. Muchos descubrimientos actuales indican que el deseo no es el origen de todo sino una interpretación mental de una excitación previa, es decir, de un estímulo físico o subliminal de cualquier tipo que despierta el deseo. El cerebro, una máquina perfecta digna del mejor elogio, pasa a actuar como una modesta glándula. Las neuronas que hay en su base, el hipotálamo, activan el sistema reproductivo despidiendo la hormona gonadotropina que es la que da cauce a las hormonas adicionales.
Si bien no se sabe con precisión, es probable que el cerebro se dispare por ciertas señales. Estudios realizados por un equipo de investigación de la Universidad de Amsterdam probaron que el cuerpo reacciona ante imágenes sexuales. Los reflejos de las personas sometidas a la experiencia son más fuertes cuanto más sugerentes son las imágenes y ocurren antes de que intervenga el cerebro.
De acuerdo con esto, las terapias para gente con baja pulsión sexual podrían cambiar: en vez de tratar de acentuar el deseo, sería mejor acentuar la excitabilidad, es decir, las sensaciones sensuales sin intervención del cerebro y no los pensamientos.
La testosterona es la encargada de masculinizar el cuerpo y la mente. De ahí que no sorprenda tanto que los cerebros masculino y femenino sean, físicamente, bastante diferentes; es lo que afirma el doctor Larry Cahill, de la Universidad de California, en su publicación del año pasado en Natural Reviews Neuroscience, entre otros (algo que, con una sonrisa, le podría haber asegurado cualquier filósofo de café sin necesidad de tests de laboratorio). La cuestión no se detiene ahí. Mediante técnicas modernas de representación de imágenes se ha observado que hombres y mujeres usan el cerebro de distinta manera incluso cuando desarrollan la misma tarea.
Esta diferencia en el actuar de los cerebros masculino y femenino a pesar de la gran influencia cultural no debe sorprender. Eso sí, los estudios de diversos investigadores afirman que el deseo sexual masculino es más potente y persistente que el de las mujeres y sugieren que el de estas últimas es cíclico y que su intensidad sólo alcanza la del hombre en los días de fertilidad (otra vez la lógica evolutiva de Darwin).
El tema levanta polémicas: si los hombres están condicionados genética y metabólicamente a sentirse atraídos por mujeres, ¿qué ocurre con los hombres homosexuales? Un equipo de investigadores de la Universidad de Illinois que ha descripto el genoma humano completo afirmaba en un artículo publicado en Human Genetics que no hay un único “gen gay” y que los factores del entorno parecen estar también involucrados. En síntesis, la orientación sexual es un atributo complejo..., lo que suma en el famoso debate sobre si es una cuestión de elección o no.
En cuanto a las mujeres, parece ser que su orientación es menos drástica, lo que se observa en los experimentos en los que se muestran imágenes de hombres y mujeres muy atractivos. A los hombres heterosexuales los excitan las mujeres y a los homosexuales, los hombres. Cuando se experimenta con mujeres, los resultados no muestran una división tan aguda. Tanto para las mujeres heterosexuales como para las homosexuales, el doctor J. Michael Bailey, de la Northwestern University, observó que la excitación sexual no era tan definida y que las mujeres podían sentirse atraídas tanto por hombres como por mujeres. Marc Breedlove, un neurólogo de la Universidad del estado de Michigan, vino a confirmar estas sentencias. Para él, la mayoría de los hombres es consecuente con sus preferencias sexuales y las mujeres son más flexibles.
Estos son algunos de los estudios realizados y las conclusiones finales siguen abiertas. Y no hay duda de que se seguirá investigando, dado que el tema ejerce tanta atracción como el compañero sexual bien elegido.
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