NOTA DE TAPA
› Por Eugenio Martinez Ruhl
El rumor lejano de la usina generando electricidad es el único sonido que recuerda la presencia humana en los casi 100 metros de pasarelas, a la intemperie, que separan el pabellón científico del casco principal de la Base Marambio, en la Antártida Argentina. El resto, silencio total. Aquel que permite escuchar el ruido del viento cuando pega en las orejas. El contexto hace difícil imaginar que en el pequeño edificio cuadrado y naranja al que lleva el camino sobre plataformas se realizan proyectos científicos, como la medición de niveles de ozono en la estratosfera y el cálculo de la incidencia de los rayos ultravioletas en la superficie terrestre, cuyos resultados después recorren el mundo.
La gruesa y congelada puerta de entrada al pabellón tiene afuera varios carteles. “Estación de medición de ozono total”, dice uno, sobresaliendo de una capa de hielo que impregna la superficie. “Estación de altura”, reza otro. El tercero, menos erudito, advierte: “Mantenga esta puerta siempre cerrada”. Y tiene razón: afuera, los cerca de 25 grados bajo cero que ofrece el clima no son muy amistosos. Una vez traspasado ese primer portal, el calor empieza a volver al cuerpo. Después de abrir otra puerta, se ingresa finalmente al laboratorio, donde se ubican extraños artefactos y varias computadoras, algunas de ellas bastante particulares. “Pasá, pasá”, se escucha la voz afable de Ricardo Sánchez, una de las tres personas que trabajan en esta área científica.
Sánchez, que pertenece al Servicio Meteorológico Nacional (SMN), tiene el pelo oscuro, la barba crecida y demuestra determinación en sus palabras. Enseguida aclara el significado de las leyendas de la entrada. “Desde acá se mide el ozono de dos maneras: en altura, con un globo que se llama ozonosonda –por eso lo de estación de altura–, y en general, gracias a un aparato que se llama Dobson. A esto último se refiere el cartel de ozono total”.
Según explican los especialistas, el agujero de ozono se forma con mayor intensidad en la zona de la Antártida que en ningún otro lado, durante una época del año. Se trata de un fenómeno peligroso, ya que provoca que la mayor incidencia de las radiaciones solares impacte en el más virgen y a la vez frágil de todos los continentes. Por eso, el gas cuyas moléculas están integradas por tres átomos de oxígeno es protagonista fundamental del trabajo científico en esta gélida zona del planeta.
Como las fluctuaciones en la capa de ozono son más evidentes en la Antártida que en cualquier otro lugar del mundo, tomar los datos de aquí y analizarlos permite realizar pronósticos sobre la evolución futura de esta problemática. Todo eso hace que en el tema se interesen países sin demasiada presencia en el continente frío, pero con una historia importante de preocupación por la ecología, como Finlandia y España.
Sánchez señala al respecto que “todas las mediciones de ozono que realiza el SMN son a partir de convenios con el Servicio Meteorológico de Finlandia, cuyas siglas son FMI, que es el que provee todo el material y la tecnología”. No obstante, desde un concepto de ciencia evolucionado, el Estado finlandés luego “publica para toda la comunidad científica los resultados de los estudios que realizan de los datos que nosotros tomamos”, resalta el técnico antártico.
Además de Sánchez, el SMN está representado en Marambio por Catalino Acevedo, que es el encargado del Centro Meteorológico ubicado en el mismo laboratorio que la entidad posee en la base. Se trata de un hombre canoso, de anteojos y con cara de bueno, que junto a su compañero se encarga de una de las tareas más llamativas y a la vez complicadas que se realizan en el pabellón: el lanzamiento de las sondas que miden “la distribución vertical del ozono en el aire”. La sonda es un globo inflado con gas, que transporta hacia la atmósfera, en un pequeño contenedor, las sustancias que miden el ozono y un transmisor, que emite los datos hacia las computadoras del laboratorio. Varias veces por mes, Sánchez y Acevedo la lanzan desde una plataforma de madera que está ubicada afuera del pabellón. Como casi todas las construcciones de Marambio, se apoya en unas columnas de unos dos metros de altura, que la mantienen alejada de la nieve y el hielo que se acumulan rápidamente en la superficie de la isla. Hasta ahí, nada fuera de lo normal. Lo que sí llama la atención es que lo hacen alrededor de las 8 de la mañana, en plena noche antártica, con temperaturas normalmente inferiores a los 20 grados bajo cero y fuertes vientos, que todo lo dificultan. Todo sea por la ciencia.
Además de estas tareas, estos dos particulares integrantes del SMN se encargan de los trabajos necesarios para el desarrollo de otros proyectos. También en tándem con el FMI, miden los aerosoles, que son pequeñas partículas sólidas generadas como residuo del uso de combustibles fósiles, en la atmósfera. En un ambiente prácticamente virgen como el de la Antártida, su presencia es más evidente. “Este estudio permite observar cómo impacta la contaminación ambiental urbana en este continente prácticamente desierto”, puntualiza Sánchez.
En medio del diálogo, el hombre pide disculpas y se acerca hacia su computadora. Hay algo que reclama su atención de manera impostergable. No es un alerta meteorológico o un pedido de ayuda, se trata de un llamado de una de sus hijas vía Messenger. Claro, ese medio de comunicación se vuelve fundamental en el aislamiento antártico y pasa a ser la prioridad número uno. Con un dejo de melancolía, Sánchez comenta lo que le dice su nena, responde con dedicación y luego vuelve a centrar su atención en la charla.
Junto a su colega, puntualizan que, en un sentido más específicamente meteorológico, desde este laboratorio también se testea la radiación solar, global y ultravioleta. “Esos datos se miden a través de radiómetros que están ubicados en el techo del pabellón, e informan la cantidad de energía que llega a un punto determinado”, desarrollan los científicos. Y agregan que con ese registro “se puede deducir con cuánta potencia están llegando los rayos del sol a esa superficie”.
Los radionucleidos que hay en el aire representan otro de los elementos que se registran. A través de los datos que genera ese proyecto en particular, se puede determinar el origen de las masas de aire y así saber si son, por ejemplo, continentales o marítimas. De esa forma, se logra “caracterizar las corrientes de viento que existen en un lugar, en este caso, Marambio”, señalan.
El pabellón, que tiene una deslumbrante vista a la inmensa planicie de hielo que es durante el invierno el mar de Weddell, aloja en su interior dos laboratorios. Uno es el de el SMN, que este año ocupan Sánchez y Acevedo. El otro pertenece a la Dirección Nacional del Antártico (DNA), y allí el ingeniero Diego Miranda Parra es el jefe científico.
Miranda Parra es un joven de pelo oscuro, alto y flaco, que tiene los gestos y movimientos de aquellas personas que se dan maña para arreglar todo tipo de artefactos. Ordenado, primero se encarga de explicar que su área, denominada Laboratorio Marambio (Lambi), “sólo aplica ciencias de la atmósfera”. Es decir, no realiza experimentos sobre el gélido terreno circundante.
Mientras afuera la Luna y un manto de estrellas que inunda todo el cielo observan el solitario paisaje antártico, donde se puede posar la mirada durante varios minutos en cualquier punto y no percibir movimiento alguno, adentro del sector científico el ingeniero de la DNA cuenta con lujo de detalles las actividades que le competen.
“Nosotros también trabajamos por convenios con entidades de otros países. Uno de ellos es con el INTA (Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial) de España, que nos entregó dos espectógrafos con los que se mide la cantidad de dióxido de nitrógeno, ozono y compuestos alogenados que hay en un sector de la atmósfera”, sostiene. Según Miranda Parra, la finalidad de todas esas mediciones es “verificar la eficacia del filtrado de la radiación solar que hace la capa de ozono”. Para eso, hay tres puntos de referencia: el ozono propiamente dicho y los elementos que sobre él influyen; los compuestos alogenados por ser sustancias que lo destruyen, y el dióxido de carbono, que ayuda a la recomposición natural de la capa.
Esos estudios se complementan con la medición de la radiación ultravioleta que llega a la Tierra, una tarea que se realiza gracias a otro convenio, en este caso con el FMI de Finlandia y el Instituto Nacional Meteorológico (INM) de España. “Con un aparato llamado NILU se registran los valores de la radiación UV en todos sus espectros, que en total suman seis”. Al saber la intensidad de esas radiaciones, se puede calcular cómo están filtrando los rayos del sol la capa de ozono.
Los convenios a los que suscribe la DNA implican que las instituciones internacionales proveen los equipos y los científicos argentinos que están en la Antártida ponen la mano de obra. Pero también consignan que los datos tomados en el continente blanco son analizados y utilizados sólo por los países de origen del instrumental. “Ellos después remiten a la Organización Mundial de Meteorología (OMM) las conclusiones y es esa entidad madre la que se encarga de difundirlas”, señala Miranda Parra, puntilloso.
“Prestar la ayuda logística a los proyectos científicos nacionales e internacionales que se realicen en la zona de influencia de la base.” Según los estatutos formales de la Fuerza Aérea –encargada del lugar–, ésa es la tarea primordial de Marambio, con su pista de aterrizaje y su importante infraestructura energética. Y allí juega un papel primordial el Centro Meteorológico Antártico, ubicado dentro del casco principal, a diferencia del pabellón científico. Desde ese lugar se realizan los pronósticos para toda la península antártica y los mares circundantes, por lo que su función se torna imprescindible para aviones y embarcaciones que quieran ingresar al continente blanco, como también para las misiones de investigación que llegan durante el verano.
Aldo Schefer es el meteorólogo del SMN encargado de ese departamento. Tiene los ojos de un celeste profundo y un blanco absoluto en el poco pelo que le queda. Alto y parsimonioso, su tonada revela rápidamente su origen del interior santafesino. “La nuestra es una tarea de pronóstico, no sé si es tan científica”, duda. Pero enseguida arremete: “De una forma u otra, los datos y análisis que entregamos sirven para todas las bases argentinas y los transportes que se acercan a la zona”.
El Centro Meteorológico Antártico realiza dos pronósticos diarios, uno por la mañana y otro a la tarde, que en realidad en Marambio es noche. La inestabilidad del clima en el continente frío hace que cualquier previsión sea más dificultosa y también menos duradera. En el término de unos minutos, una corriente de aire puede transformar un panorama limpio en el comienzo de un temporal, y eso puede ser muy peligroso para cualquiera que esté realizando tareas a la intemperie.
Schefer señala que por ese motivo “los pronósticos tienen validez por doce horas”, a diferencia de los que se realizan en casi cualquier otro lugar del planeta, que se extienden por varios días. No obstante, en la convivencia diaria en la base, el hombre del SMN suele manifestar, ante el requerimiento de algún integrante de la población, sus designios para los días subsiguientes, aunque obviamente de forma extraoficial.
El departamento meteorológico ubicado en Marambio funciona como epicentro para las previsiones del clima en el resto de las bases argentinas en la Antártida, aunque de todas formas muchas de ellas también tienen un enviado del SMN en su dotación, que se encarga de los detalles más locales en cada caso.
Los datos que se miden desde este centro son la temperatura, la nubosidad, los fenómenos (como las precipitaciones), la velocidad y la dirección del viento, la visibilidad y la presión atmosférica. Observa lo que está más pegado a la actualidad y lo hace constar en un registro, que luego –en el largo plazo– sirve para analizar y sacar conclusiones sobre las características generales del clima en la zona.
Además de esa función, el espacio conducido por Schefer también cumple con otra tarea fundamental: la realización del “marítimo”. Según el meteorólogo, se trata de un pronóstico general para toda la península antártica, que está destinado a orientar a las naves que deban transitar por los mares o los cielos de este gélido lugar. “Es más que nada para embarcaciones que naveguen por estas aguas y aviones que sobrevuelen la zona”, precisa el santafesino. De todas maneras, durante el invierno los únicos barcos que pueden acercarse son los rompehielos, ya que las aguas están casi todo el tiempo congeladas.
A diferencia de otros tiempos, los meteorólogos de la Antártida ahora tienen un competidor: los canales televisivos y las páginas de Internet del clima. El tema es motivo de chicanas de los integrantes más divertidos de la dotación. “¿Qué, lo miraste en la web del Weather Channel?”, le pregunta con una sonrisa uno de los militares, al escuchar a Schefer que entrega su pronóstico. El hombre se ríe un poco, digiere el chiste y después, serio y orgulloso, aclara: “Yo nunca miro lo que dicen del clima en esas páginas”.
La duración de las misiones, tanto de científicos como de militares, varía con la tarea, pero nadie puede permanecer en la Antártida más de un año seguido. Es una limitación impuesta tanto por la medicina como por la psicología. “No es bueno estar aislado de la sociedad durante períodos tan prolongados”, señalan los discípulos de Freud. No obstante, hay un puñado de hombres que ya estuvo trabajando en más de una ocasión en este peculiar continente.
Según ellos, los efectos del cambio climático se notan y mucho en el continente blanco: más áreas del rocoso suelo a la vista, sin nieve, retracción de la costa por derretimiento de zonas que antes eran hielo consolidado y menor cantidad de superficie del mar congelada son los principales síntomas que mencionan. En los científicos, en particular, se nota la esperanza de que su trabajo pueda tener sobre la sociedad un efecto concientizador en cuanto a la importancia de cuidar el medio ambiente. Tal vez eso explique la pasión que le ponen, en medio de tanto frío, a su tarea.
Además de Marambio, Argentina tiene otras cinco bases permanentes en la Antártida, y en cada una de ellas se realiza, en menor o mayor medida, trabajo científico. Juvani es la base científica por excelencia, ya que se trata de la única que no manejan las Fuerzas Armadas, sino la DNA. Allí se realizan de manera permanente proyectos de sismología, geodesia y mediciones en alta atmósfera. Durante el verano se llevan a cabo estudios de biología marina. Por su parte, la Base Esperanza está dedicada a trabajos de geología, relacionados sobre todo con la sismología. En las épocas de clima más benigno, se observan las colonias de pingüinos que se forman en la zona y hay proyectos de limnología, o sea, el estudio de la fauna en las lagunas. En la Base Belgrano, en tanto, se realizan sólo proyectos de alta atmósfera, como mediciones de ozono, de datos meteorológicos en altura y trabajos de geodesia, un tipo de labor que también se lleva a cabo en la Base San Martín. Es en esta última, además, donde los científicos se encargan de labores de magnetósfera, geodesia y sismología. En Orcadas también se toman durante todo el año datos referidos a la geodesia y a la sismología. A eso se suman las tareas reservadas sólo para primavera y verano, que son el estudio de la pingüineras que se forman en las cercanías, y la observación de aves y colonias de orcas.
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