NOTA DE TAPA
› Por Claudio H. Sanchez
No se supone que uno vaya al cine a aprender ciencia. Sin embargo, son muchos los casos en los que una película plantea alguna cuestión científica interesante. Por ejemplo, en una famosa escena de 2001: odisea del espacio el protagonista debe regresar a su nave espacial sin su escafandra. De alguna forma logra hacerlo, a pesar de permanecer unos pocos segundos en el espacio exterior, sin protección. Muchos piensan que eso es imposible. Que en el vacío del espacio el cuerpo estallaría como un globo o que los ojos saltarían de sus órbitas. El principal peligro que amenaza a un astronauta en esas condiciones es que los gases disueltos en la sangre y en los fluidos internos comenzaran a burbujear produciendo serias lesiones internas que lo matarían en pocos segundos. La escena de 2001 quizás esté en el límite de lo admisible.
Sin embargo, la resistencia del cuerpo es suficiente como para que no estalle. Esto pudo comprobarse en 1971, cuando fallaron los dispositivos de presurización de la nave soviética Soyuz. Los astronautas murieron por falta de oxígeno pero sus cuerpos no estallaron y sus ojos no saltaron de sus órbitas.
En otros casos, la presencia de la ciencia en una película es mucho más explícita e igualmente interesante. Como muestra, vayan los tres ejemplos siguientes.
En Superman III el villano, interpretado por Richard Pryor, trata de envenenar al hombre de acero con kriptonita fabricada artificialmente. Un error en la fórmula (reemplazando un ingrediente no identificado por alquitrán de tabaco) hace que Superman no muera sino que se vuelva malvado. Hay que ver la película para enterarse de los detalles. Pero lo interesante es cómo hace el villano para encontrar la fórmula de la kriptonita: programa un satélite para que dispare un rayo sobre un fragmento del planeta Kriptón y, analizando el destello que hace el fragmento al estallar, una computadora descubre la fórmula.
Lo que hace la computadora se llama análisis espectral y se basa en el hecho de que la luz que emite una sustancia al ser llevada a la incandescencia depende de su composición química. De los elementos que la forman. A cada elemento le corresponde un color, o conjunto de colores que le son propios y únicos, como una huella digital: no hay dos elementos con los mismos colores. De modo que, analizando los colores que emite una sustancia desconocida, se puede saber cuáles son los elementos que la forman.
La espectrografía fue desarrollada a principios del siglo XIX por el físico alemán Joseph Fraunhofer, inventor de la red de difracción, un dispositivo que, a semejanza de un prisma, separa un haz de luz en los colores que la componen. Sin embargo, el fenómeno no se comprendió totalmente hasta 1913, cuando el físico danés Niels Bohr desarrolló un modelo atómico que daba cuenta de las propiedades de los espectros atómicos.
La espectrografía refutó una célebre afirmación del filósofo francés Augusto Comte que, a mediados del siglo XIX, dijo que “hay cosas que están, y siempre estarán, fuera del alcance de nuestro conocimiento”. Ponía como ejemplo la composición de las estrellas: nunca sabremos de qué están hechas las estrellas porque están tan lejos que nunca nadie podrá ir a una y traer una muestra para analizarla.
Y sin embargo, en 1868 el francés Pierre Janssen y el inglés Norman Lockyer analizaron el espectro de la luz solar durante un eclipse y encontraron líneas que no correspondían a ningún elemento conocido. Dedujeron correctamente que se encontraban ante un nuevo elemento y lo bautizaron helio, por el dios griego que representaba al sol: Helios. Fue la primera sustancia descubierta en el espacio antes que en la Tierra. Más tarde, en 1895, el helio fue efectivamente encontrado en nuestro planeta. Comte había muerto en 1857.
En la película El Santo, con Val Kilmer en el papel de Simón Templar, el protagonista es contratado por un magnate ruso para robar la fórmula de la “fusión fría”. Se trata de una técnica que permitiría obtener energía abundante a muy bajo costo, sacando a Rusia de una grave crisis. ¿Es esto de la fusión fría una fantasía del guionista? Hasta donde se sabe, sí... y no. Ocurre que la fusión es una reacción nuclear que tiene lugar cuando dos núcleos livianos se unen para formar uno mayor. Es lo contrario de la fisión, donde un núcleo pesado se divide en dos o más núcleos más livianos, como ocurre en una central nuclear o cuando estalla una bomba atómica. Las reacciones de fusión liberan muchísima energía y son las que hacen funcionar al Sol y a las demás estrellas. El problema es que se producen a temperaturas muy altas, de millones de grados. Eso es tan caliente que no hay recipiente capaz de contener el material en fusión sin quemarse, derretirse o evaporarse. Eso no es problema para el Sol o para una bomba. Pero si hablamos de construir un generador de energía alimentado por fusión, las altas temperaturas en juego presentan dificultades, hasta ahora, insalvables.
Eso explica el revuelo que se produjo en 1989 cuando los químicos Martin Fleischmann y Stanley Pons, de la Universidad de Utah, anunciaron en una conferencia de prensa que habían producido reacciones de fusión, con la consiguiente liberación de energía, a temperatura ambiente: la fusión fría. Como en El Santo, el descubrimiento de Fleischmann y Pons permitiría producir energía abundante a muy bajo costo, resolviendo para siempre la escasez de energía en el mundo.
Cuando se publicaron los detalles del experimento, laboratorios de todo el mundo trataron de reproducirlo. Es decir, de repetirlo y obtener los mismos resultados. Pero no pudieron. En ningún caso se liberaron cantidades apreciables de energía ni aparecieron indicios de que se estuviera produciendo una reacción de fusión. A raíz de esto, Fleischmann y Pons decidieron retirar su comunicación y no volvieron a hablar del asunto. No se sabe si quisieron engañar al mundo o si, simplemente, se equivocaron. Desde entonces, cada tanto aparece algún trabajo relacionado con el tema. Pero, por el momento, la fusión fría es una fantasía.
En El gran truco, dos magos rivales realizan el mismo acto, un truco de teletransportación: el mago desaparece por una puerta, en un extremo del escenario, y reaparece inmediatamente por el otro, a varios metros de distancia. Cada mago emplea una técnica diferente y conspira para descubrir la de su rival. Uno de los magos recurre a la ayuda de un inventor llamado Nikola Tesla (interpretado ni más ni menos que por David Bowie), que, supuestamente, habría inventado una máquina capaz de desmaterializar las personas y las cosas con ayuda de la electricidad.
Lo interesante es que Tesla existió. Fue el que desarrolló las máquinas de corriente alterna (motores y generadores) que hicieron posibles las aplicaciones domésticas e industriales de la electricidad. Por ello se lo llamó “el hombre que inventó el siglo XX”. Protagonizó una famosa polémica con Thomas Edison, que era partidario de la corriente continua.
Aunque no se sabe que haya intentado desarrollar una máquina de teletransporte, Tesla era efectivamente un hombre excéntrico y con gusto por lo espectacular. Una de sus excentricidades fue su nacionalidad. Nació en Smiljan, en la actual Croacia, pero en una época en que ese país oscilaba entre los dominios de los imperios austríaco y húngaro. De hecho, la formación de Tesla es austro-húngara: estudió en Graz y Praga comenzó su carrera profesional en Budapest. Además, aunque croata por nacimiento, Tesla pertenecía a una familia de origen serbio. Muchas enciclopedias lo dan como yugoslavo, ya que Croacia perteneció a Yugoslavia durante la mayor parte del siglo XX. Para complicar más las cosas, Tesla emigró en 1884 a los Estados Unidos y, pocos años después, adquirió la ciudadanía norteamericana. La imagen de Nikola Tesla aparecía en el antiguo billete yugoslavo de cinco dinares y un importante museo en Belgrado perpetúa su memoria.
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