Sáb 20.10.2007
futuro

“PI, FE EN EL CAOS” (1998) Y LA IMAGEN DEL CIENTIFICO EN EL CINE

¿Qué ves cuando me ves?

› Por Federico Kukso

“1. Las matemáticas son el lenguaje de la naturaleza. 2. Todo lo que nos rodea puede representarse y comprenderse mediante números. 3. Si dibujás un gráfico con esos números, aparecen patrones. Por lo tanto: en la naturaleza hay patrones por todas partes.” Así, con estas afirmaciones axiomáticas –como correspondía–, arranca Pi: fe en el caos (1998) de Darren Aronofsky, una de esas películas que pasan por el cine sin hacer mucho ruido para luego decantar en el olvido hasta que de repente son rescatadas –extraídas, más bien– gracias a cierta recomendación de un amigo, mención en documental o libro (momento después del cual uno se pregunta por qué no la vio antes o qué otra cosa estaba haciendo el día de su estreno). Quizá esté ahí la condición de clásico: ser inmune al paso del tiempo, sobrevivir a la moda, poder ser visto en cualquier formato y en cualquier momento sin perder los guiños.

La historia es más o menos simple: Max Cohen es un ermitaño acérrimo obsesionado por hallar patrones en la Bolsa y los mercados financieros, una locura matemática que lo lleva a cruzarse con un grupo de judíos ortodoxos dispuestos a hacer cualquier cosa para descifrar los mensajes ocultos en los textos sagrados y con representantes de empresas bursátiles que lo espían y persiguen empujándolo a la paranoia.

Filmada en un blanco y negro desesperante y con movimientos de cámaras que acompañan su neurosis numérica, de alguna manera es una película que va contra la corriente: que su núcleo argumental gire en torno de la matemática (más bien de la teoría de números, con todo el misticismo que cargan los decimales de Pi desde Pitágoras para atrás) ya la hace bastante rara, exquisita. Después de todo, así como se puede decir que es una ciencia ubicua también es cierto que es la ciencia menos marketinera en lo que al cine respecta, al ranquear habitualmente bien abajo de los films paleontológicos (tipo Jurassic Park), los astronómicos (Deep Impact, 2001, Armaggedon, Contacto), genéticos y/o eugenésicos (Gattaca, Los ríos color púrpura, Blade Runner o El Hombre Bicentenario) o hasta geológicos (El núcleo).

Así y todo, Pi combina conspiración (y todos los giros argumentales que trae aparejados), incógnitas, referencias cruzadas (la computadora bien retro del protagonista se llama “Euclides”) y muchos números como los decimales de Pi que congregan a hordas de fanáticos geeks que le rinden honor el 14 de marzo de cada año (o 3/14 tal cual se escribe en el hemisferio norte).

“Lo único que separa la teoría de números de la numerología es el rigor científico”, le contesta a Max Cohen su ex profesor, Sol, con quien se junta de vez en cuando para jugar al Go. El consejo en realidad excede la película y subraya una costumbre bastante habitual en los guionistas: estirar el léxico científico, deformar definiciones y hasta inventar conceptos (como “proteína unicelular” en Misión a Marte de Brian de Palma).

Frente a estas metidas de pata uno tiene dos caminos: o bien resignarse y acostumbrarse a lo que llaman “licencias” (como los sonidos de las naves de Star Wars en un ambiente, el espacio, donde impera el silencio) o bien no ir nunca más al cine y limitarse a los documentales.

Lo que nunca resultará extraño, sin embargo, es la imagen del científico representada con todos los clichés habidos y por haber: el loco, el ermitaño, el obsesivo, el asocial, el salvador, la voz autorizada, el energúmeno, los anteojos, los pelos revueltos, el guardapolvos... y siempre hombres. Las huellas de los doctores Frankenstein, Moreau y Jekyll siguen presentes en los guiones. ¿Acaso los científicos no tienen novias y novios? ¿No hay científicos gays, musculosos, sociables, familieros, que jueguen al fútbol, al tenis o al rugby? ¿No se emborrachan o van al baño?

Según las películas, no. Sólo hay científicos-alquimistas y despistados, científicos que viven y duermen en sus laboratorios, que no tienen sexo ni hijos, y, por ende, deberían estar condenados a la extinción.

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