Sábado, 1 de diciembre de 2007 | Hoy
CIENCIA Y LITERATURA
Por Claudio H. Sanchez
En El templo del Sol (una de las aventuras de Tintín, continuación de Las siete bolas de cristal), Tintín y sus amigos están a punto de ser quemados en la hoguera por los incas. En el momento culminante, Tintín le advierte al jefe inca que la ejecución no es aprobada por el dios Sol. Y que, como prueba de ello, dejará de brillar durante unos minutos. Por supuesto, ocurre un eclipse y los incas, asustados, se apuran a liberar a los prisioneros. Esto de asustar a los nativos con un eclipse es un recurso clásico de la literatura de aventuras. Entre otros, lo emplean H. Ridder Haggar en Las minas del rey Salomón y Mark Twain en Un yanqui en la corte del rey Arturo. También aparece un incidente similar en El rey Lear cuando Gloucester dice: “Estos últimos eclipses de Sol y de Luna no nos presagian nada bueno (...). En las ciudades, rebeliones; en los campos, discordias; en los palacios, la traición; y los lazos entre los padres y los hijos, rotos”.
Y no es sólo un recurso literario. Lo hizo Colón en 1504 anunciando un eclipse de Luna (menos espectacular que uno de Sol) a los habitantes de la isla de Jamaica. Gracias a eso, se ganó el respeto de los nativos.
Sin embargo, muchos opinan que es poco probable que el truco le pueda haber dado resultado a Tintín. Por muy atrasado que sea un pueblo (y los incas no lo eran) debían haber presenciado muchos eclipses y estar acostumbrados a ellos. Otros, en cambio, piensan que los eclipses totales de Sol son muy raros y son observables en lugares distintos cada vez. Así puede ser que un determinado pueblo solamente experimente un eclipse de Sol cada muchas generaciones.
En el caso del eclipse en Las minas del rey Salomón hay otra cuestión interesante. Para salvar a una mujer que está por ser sacrificada por los nativos y previa consulta a un almanaque que registra un eclipse solar total para ese mismo día, el protagonista amenaza con apagar el Sol. En el capítulo siguiente, el narrador cuenta que, esa noche... “Mientras andábamos, súbitamente, de toda clase de sitios inesperados, surgían lanzas brillando a la luz de la Luna. (...) Los rayos lunares se reflejaban en sus lanzas y jugueteaban sobre sus rostros.”
Esto sugiere que se trataba de una noche de Luna llena. Pero los eclipses de Sol ocurren durante la Luna nueva, cuando el Sol se esconde detrás de la Luna. No puede haber eclipses de Sol durante la Luna llena. Parece que alguien le señaló el error al autor y, por eso, en las ediciones posteriores de Las minas..., el eclipse es de Luna: “¡Deteneos! Nosotros, los hombres blancos de las estrellas, decimos que esto no debe ser. Dad un paso más y apagaremos la Luna como una lámpara al viento”.
Sin duda, un eclipse de Luna no es tan espectacular como uno de Sol. Pero, a la hora de asustar a los nativos, parece ser igualmente efectivo.
No se sabe bien si los incas sabían predecir eclipses o si se habrían asustado ante un eclipse total de Sol. Al menos, los expertos no están de acuerdo en esto. En cualquier caso, tanto el belga Georges Remi (el autor de Las aventuras de Tintín) como Ridder Haggar o Mark Twain son decididamente injustos con los nativos porque el temor por los eclipses no es exclusivo de esas tribus. Aún hoy, en el supuestamente ilustrado y culto siglo XXI, hay hombres supuestamente ilustrados y cultos que creen que los eclipses anuncian catástrofes o que influyen en el curso de la historia. En 1997 hubo astrólogos que atribuyeron el accidente que le causó la muerte a la princesa Diana a un eclipse de Sol que se produjo unos días más tarde.
Por otra parte, en esta cuestión de eclipses, conquistadores y nativos, la historia registra el caso inverso: nativos usando el eclipse para impresionar a los blancos. En 1806, el gobernador del entonces territorio de Indiana, en Estados Unidos, tenía problemas con un jefe indio que se proclamaba profeta y que desafiaba la autoridad de los colonos. El gobernador le envió una carta preguntándole si acaso él era capaz “de detener el Sol, de alterar el curso de la Luna o de que los ríos dejaran de fluir”. El profeta aceptó el desafío y anunció que, en cincuenta días, en un cielo despejado, el sol se oscurecería y que las estrellas brillarían en pleno día. Por supuesto, estaba prediciendo un eclipse. El eclipse se produjo según lo indicado y, aunque no asustó al gobernador, reforzó el prestigio del profeta sobre los nativos. No se sabe cómo hizo el profeta para saber la fecha del eclipse, aunque es probable que el dato le fuera suministrado por espías británicos.
Es cierto que un eclipse total de Sol es un fenómeno muy espectacular para quien lo presencia: uno levanta la vista al cielo y, ahí donde debería estar el Sol, no se ve nada porque la Luna lo está tapando. Eso ya debería asustar a cualquiera. Pero, desde el punto de vista global, es completamente irrelevante. Es como cuando estamos en el cine y alguien se nos sienta delante: ya no podemos ver la pantalla tal como no vemos el Sol durante un eclipse. No es que la pantalla se apague: no la vemos porque alguien la está tapando. Es un problema exclusivamente nuestro, que no afecta al resto de los espectadores. Los que están sentados a nuestro lado no sufren ese problema, ellos siguen viendo la pantalla.
Lo mismo ocurre durante un eclipse de Sol: solamente quienes se encuentran en una pequeña porción de la Tierra perciben el oscurecimiento. El eclipse no es en absoluto un fenómeno global, de alcance mundial. En un momento dado, afecta solamente a quienes se encuentran en un área circular de unos doscientos a trescientos kilómetros de diámetro. Si la Tierra fuera del tamaño de una pelota de fútbol, esa región sería más pequeña que una moneda. Además, el oscurecimiento dura solamente unos minutos.
Alguien podrá pensar que, aunque los eclipses no sean fenómenos de alcance global, sí puede ser que afecten a los que se encuentren en esa reducida zona donde el Sol parece apagarse. El Sol es vida y dejar de recibir sus rayos debe tener alguna consecuencia. No faltan los astrólogos que declaran, muy sueltos de cuerpo, que las máquinas fallan con más frecuencia durante los eclipses.
Pero esto tampoco tiene sentido. Todos nosotros dejamos de recibir los rayos del sol varias horas durante la noche y, aunque nuestra vida está regida por la alternancia entre el día y la noche, no nos pasa nada raro por estar a oscuras. Si decimos que los eclipses se producen cuando un astro se interpone entre el Sol y nosotros, podemos decir también que todas las noches se produce un eclipse de Sol para la mitad del mundo: cuando el Sol se oculta detrás de la Tierra y dejamos de verlo. Y nosotros tan tranquilos.
Una última palabra sobre el tema. Cuando se aproxima un eclipse de Sol, se advierte al público de los peligros de observar el fenómeno directamente. Incluso hacerlo con anteojos ahumados o placas fotográficas veladas puede producir lesiones irreversibles en los ojos. Todo esto sugiere que observar el Sol durante un eclipse es más peligroso que hacerlo en condiciones normales. Nada de eso. Observar el Sol directamente es peligroso siempre. Lo que ocurre es que, durante un eclipse, es más probable que haya gente interesada en dirigir su mirada a él.
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