Sáb 26.01.2008
futuro

NOTA DE TAPA

El día en que...

› Por Ricardo Gómez Vecchio

Los humanos nos diferenciamos del resto de los animales esencialmente por nuestra capacidad de hablar. Si bien el lenguaje engloba a distintos medios que se usan para sostener una comunicación, por lo que para muchos los animales también poseen un lenguaje, en nosotros es una facultad extremadamente desarrollada, un sistema de comunicación mucho más especializado. Es a la vez fisiológico y psíquico, y pertenece tanto al dominio individual como al social, ya que es en este medio, y sólo en él, donde podemos recibirlo.

El lenguaje nos capacita para abstraer, conceptualizar y comunicarnos. Emplea signos que transmiten significados y que pueden articularse formando estructuras complejas que adquieren nuevas posibilidades de significación, como los morfemas, las palabras, las oraciones, los párrafos y textos, como éste que usted está leyendo, si aún no se aburrió y pasó a otra página.

Martin Heidegger consideró que el lenguaje propiamente dicho es sólo privativo del hombre. Es famosa su síntesis según la cual el lenguaje es la casa del ser y la morada de la esencia del hombre. Y ni aun en el plano del inconsciente “inventado” por Freud podemos escapar del universo del lenguaje, ya que, como afirmó posteriormente Jacques Lacan, “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”.

Sin embargo, aunque nuestra capacidad de comunicarnos mediante el lenguaje es lo que nos diferencia ampliamente de otros mamíferos y nos ha posibilitado el desarrollo de la cultura, con sus grandezas y miserias, esta propiedad todavía tiene raíces que la ciencia no ha podido explicar.

El surgimiento del lenguaje se ha atribuido a numerosos factores, como el haber logrado un control más fino sobre nuestras voces, la evolución de un módulo de gramática en el cerebro, e incluso el cambio hacia una dieta basada en la carne, que habría producido más cantidad de materia gris, por citar algunos.

Lonchura Striata - Ave asiática.

Raices del lenguaje

Pero Terrence Deacon, profesor de antropología de la Universidad de California en Berkeley, tiene un punto de vista por cierto bastante distinto. Ha investigado sobre la neurobiología y el desarrollo cerebral, y sus resultados le sugieren que nuestra especie logró la incomparable habilidad del lenguaje de una forma mucho menos compleja. Según él, la aptitud humana para el lenguaje habría surgido de la misma forma que todas las restantes estructuras del cuerpo, en una especie de danza embriológica que tuvo lugar entre la evolución y el desarrollo.

En el desarrollo, los cerebros se adaptan al cuerpo en el que se encuentran. ¿Sabía usted que si se injerta en una rana un miembro o un ojo extra durante el desarrollo, crecen en el embrión los nervios que harán funcional al nuevo apéndice del organismo?

Efectivamente, esto sucede a pesar del hecho de que el ADN, material genético de ese organismo, no contiene ninguna instrucción que le indique qué hacer con ese órgano extra. Lo señalado es un proceso embriológico de adaptación por el cual la red nerviosa se acomoda tanto a las poblaciones de neuronas como a los músculos y los tipos de señales que tienen que ser transmitidas.

¿Evolucionismo lingüístico?

Siguiendo esta línea, Deacon afirmó, ya en 1997, en su libro The Symbolic Species, ganador de un importante premio, que nuestra facilidad para el idioma fue el resultado de la adaptación a un nuevo conjunto de necesidades ambientales que nuestros antepasados debieron afrontar.

Hace aproximadamente dos millones y medio de años, esos antepasados (homínidos que aún no pertenecían a nuestra actual categoría de Homo sapiens) hicieron un cambio radical en su naciente cultura: empezaron a utilizar herramientas de piedra para conseguir carne en la sabana abierta. Para ello, tuvieron que cooperar organizándose en pequeños grupos sociales, a fin de competir con otros animales por las presas caídas. Esa cercanía social desencadenó paralelamente conflictos en torno de los recursos alimenticios y la formación de las parejas. Para superar estos desafíos, los primeros homínidos necesitaron una forma de comunicación sin precedentes y más desarrollada.

La facultad del habla, que de eso se trata, requiere un grado alto de complejidad neuronal. Aun para llevar a cabo la conversación más simple, es necesario que participen múltiples áreas del cerebro. Muchos biólogos consideran que la posesión de esta mayor complejidad cerebral es el resultado de una selección natural intensificada.

La conversación - Acrílico sobre tela.

El cantico de las aves

Deacon, sin embargo, sostiene su propia teoría con el apoyo de nuevos argumentos en un estudio reciente y en su libro Homunculus, pronto a publicarse. Expresa que la arquitectura neuronal para el lenguaje fue la respuesta del cerebro a una cierta liberación de la selección natural. Esta liberación la habrían conseguido nuestros predecesores evolutivos gracias al uso de herramientas con las que realizar las tareas y al desarrollo de procesos culturales.

Para explicar un poco en qué consiste este proceso, el antropólogo se apoya en un paralelismo con algo ocurrido en el mundo de las aves. Hace referencia a la evolución del canto de un ave (Lonchura striata domestica), que en 300 años de domesticación por mano del hombre cambió notablemente a partir del de su ancestro (Lonchura striata), un ave de tan sólo unos 10 u 11 centímetros de largo que era común en Japón, China, India, Tailandia y Sumatra.

Mientras el de su ancestro es un gorjeo automático, que usa una estructura cerebral para un canto simple e invariable, el canto de su descendiente es una fuente de creatividad musical. Realiza fraseos con los sonidos, copia tonos de otros pájaros y usa múltiples estructuras cerebrales para aprender, adquirir y controlar sus melodías.

Si Deacon menciona el caso de estas aves es porque existen interesantes paralelos entre el procesamiento de los sonidos que realizan los pájaros y el del lenguaje por parte de los humanos. Los pájaros usan muy pocas estructuras cerebrales para producir sonidos innatos, así como los humanos usamos pocas áreas para producir risas emocionales, sollozos y alaridos. Pero aprender y producir sonidos variados activa en los pájaros muchas áreas de su cerebro, de modo similar a como el cerebro humano emplea muchas áreas para producir el lenguaje.

¡Liberame de las restricciones!

Ahora bien, la selección natural en el canto de estas aves fue eliminada por el hombre, que cría y selecciona a estos pájaros solamente por su plumaje. Curiosamente, Deacon señala que evitar en esas aves que la selección sexual afectara al canto produjo un sistema cerebral más complejo para su control.

Aparentemente, con la degradación del estricto control del canto, hubo un cruce entre estructuras cerebrales que previamente no jugaban papel alguno, lo que permitió que intervinieran en la memoria, el aprendizaje motor y la predisposición social, para influir en la estructura y producción del canto.

Como en el caso de estas aves, los chimpancés usan vocalizaciones estereotípicas instintivas muy ligadas a la agresión, el miedo u otras emociones. Para Deacon, la emergencia en los humanos de herramientas y procesos culturales relajó los rígidos patrones de vocalización, sentando las bases para una explosión de la invención lingüística.

A diferencia de otros animales, los bebés humanos comienzan a balbucear en una etapa temprana relajada y no fuertemente emocional de su vida, como puede ser el de una cría de otro animal que debe luchar por sobrevivir. Según el antropólogo, parte significativa de nuestra habilidad para el lenguaje proviene de haber estado librados de esas restricciones.

Si acordamos con esta línea de pensamiento basada en las investigaciones y reflexiones, la evolución del lenguaje no habría sido el resultado del famoso enfrentamiento natura versus nurtura. La adaptación de nuestro lenguaje reflejaría una especial necesidad de símbolos, del mismo modo que los cuerpos de los castores reflejarían las necesidad de los estanques que ellos crean. Desde este punto de vista, entonces, podría decirse que los humanos somos una expresión biológica de la cultura.

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