Sábado, 10 de mayo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
Por Mariano Sigman y Martin Elias Costa
Ferdinand de Saussure nació en Ginebra, el 26 de noviembre de 1857. Veintiún años después escribió su trabajo más extenso y de título menos apetitoso “Memoria sobre el sistema primitivo de vocales en las lenguas indoeuropeas”.
Luego se encargaría de mostrar que la naturaleza de las vocales, consonantes y otros berridos eran pertinentes para entender el lenguaje, establecería las pautas para convertirlo en un sistema formal y acuñaría sus archicélebres nociones de significado y significante que hoy siguen siendo los primeros balbuceos en cualquier carrera de comunicación social. El significante es aquello que Chesterton refiriera en términos algo más poéticos como un “mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos” y a lo que los franceses (en el acento arrastrado de Dalida) y otros tantos que han heredado su esplendor refieren como la parole. Significante y significado conforman un signo diádico, un ying y un yang, una especie de amalgama sincrónica en la que no pueden ser el uno sin el otro. Y el significado ¿Qué es el significado?
John Wilkins murió un 19 de noviembre, casi dos siglos y una revolución antes del nacimiento de De Saussure. Los títulos de sus trabajos eran sin duda más sugestivos, incluyendo el célebre primer tratado de criptografía Mercurio, o el mensaje rápido y secreto y su aún más célebre intento por axiomatizar el lenguaje de manera constructiva y recursiva en “Un ensayo hacia un carácter real y un lenguaje filosófico”.
La gesta de Wilkins está inmejorablemente narrada en palabras de nuestro Jorge Luis Borges, en uno de los ensayos de Otras Inquisiciones. “En el idioma universal que ideó Wilkins al promediar el siglo XVII, cada palabra se define a sí misma. Descartes, en una epístola fechada en noviembre de 1629, ya había anotado que mediante el sistema decimal de numeración podemos aprender en un solo día a nombrar todas las cantidades hasta el infinito y a escribirlas en un idioma nuevo que es el de los guarismos; también había propuesto la formación de un idioma análogo, general, que organizara y abarcara todos los pensamientos humanos. John Wilkins, hacia 1664, acometió esa empresa.”
En el idioma de Wilkins el significante no es caprichoso ni arbitrario, el significante es el significado, conformando una “santa deidad” en la que coexisten las dos monedas del dualismo; la representación mental y su rústica conversión en sonoridades orquestadas por la laringe, la lengua, naso y paladar.
Bajo este esquema, se puede plasmar el esquivo y abstracto espacio de significados en uno bien concreto y real (al menos tanto como el de los números enteros). En otras palabras, podemos tener acceso a la organización de las representaciones mentales. De existir tal organización, ¿tiene carácter universal?, ¿es flexible? ¿Cómo se genera? ¿En qué medida condiciona y es condicionada por nuestras acciones?
Entre 1906 y 1913 Sigmund Freud y Carl Jung (que, como De Saussure, nació en Suiza) vivieron un idilio que luego ambos –seguramente Jung más que Freud– elaborarían en los años subsecuentes. En una propia y particular recreación de su tan preciado Edipo (cuya resolución puede discutirse) discípulo y maestro llevaron el ejercicio terapéutico de Freud mucho más allá de los cómodos e inservibles sillones vieneses. Freud, a sus cincuenta, ya había llevado el inconsciente a un lugar mucho más acorde con su mesura. En esta aventura lo correspondió de manera casi paralela y, aparentemente, en una curiosa ignorancia mutua, el gran William James.
El hermano de Henry progresaba en la construcción psicológica (hacia la volición, la conciencia y la intención, es decir, lo que todos adivinamos introspectivamente como el pilotaje de su propio bocho) desde la teoría del hábito: lo automático, lo inconsciente, las transiciones estereotipadas.
Caminar en un sueño diurno a la casa que ya no ocupamos desde hace años, sin tropezarse ni estrellarse contra ningún coche, dirigiéndose cual zombi imperturbable a la casa equivocada. O aquellas tantas cosas que todos sabemos y hacemos de manera consistente sin saber que lo sabemos o que repetimos un ritual: hacia qué lado abre la puerta de casa o en qué orden nos ponemos los zapatos.
Esto forma, en la descripción de James, el hábito (y en la de Freud el inconsciente), los cimientos de la psicología de los últimos dos siglos. ¿Qué hay de la caminata de un zombi en las asociaciones de palabras? ¿Cómo se establece la lógica de las transiciones y los puentes del inconsciente, la naturaleza del hábito?
James hace una descripción del hábito casi inorgánica, en términos de materiales plásticos, deformables que frente a ciertos estímulos reaccionan de manera estereotipada. El cerebro, aclara James que también era un buen fisiólogo, “flota en un fluido y está cubierto y envuelto de manera excepcional de manera tal que sólo los golpes más violentos pueden provocar una contusión.
Las únicas impresiones que le pueden ser ejercidas son a través de la sangre (aspecto muchas veces supinamente olvidado en el fanatismo del diván) y a través de las raíces sensoriales; y es en esas corrientes infinitamente atenuadas que se cuelan a través de estos canales a los que la corteza cerebral es particularmente susceptible.
Las corrientes, una vez adentro, deben encontrar su salida. Cuando lo logran, dejan una traza por los caminos que han recorrido. En breve, lo único que pueden hacer es cavar viejos o crear nuevos caminos..., corrientes que se filtran por los órganos sensoriales crean con extrema facilidad caminos que difícilmente desaparecen”.
James publicó su tratado en 1890. Cinco años después, el joven Sigmund, garabateaba su proyecto de psicología para neurólogos. En su versión del “Puente entre carne y espíritu”, intenta “estructurar una psicología que sea una ciencia natural; es decir, representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de partículas materiales especificables, dando así a esos procesos un carácter concreto e inequívoco”.
Así, Freud reinventa -en genuina independencia- la Teoría del hábito de James dándole nombre de “inconciencia” e incorporando las recientemente descubiertas unidades fundamentales del sistema nervioso: las neuronas.
“El principio de inercia explica (...) las neuronas (...) como un dispositivo destinado a contrarrestar la recepción de cantidad por medio de su descarga. Este proceso de descarga constituye la función primaria de los sistemas neuronales”.
En el caso de Freud, el primer paso en la progresión del hábito hacia la conciencia y la agencia (el sentido de que uno dirige la orquesta y no simplemente una concatenación determinista en una trama de caminos) no espera demasiados capítulos y procede de forma bastante espectacular en el inmediato párrafo siguiente.
“A medida que aumenta la complejidad interna (del organismo), el sistema neuronal recibe estímulos de los propios elementos somáticos -estímulos endógenos-, que también necesitan ser descargados. Se originan en las células del organismo y dan lugar a las grandes necesidades fisiológicas: hambre, respiración, sexualidad.”
Nos arrimamos a la conjunción y síntesis de tamaña lista de personajes ilustres. En este árbol de ideas entrelazadas falta apenas un matemático húngaro y el racconto de los primeros años de Jung para terminar con la lista de ingredientes.
Los caminos escarbados de James por sucesivas implementaciones, las transiciones, las asociaciones, las cadenas subterráneas que relacionan elementos del pensamiento son como resortes que se desenroscan, séptimas que concluyen en una tónica, un simple estornudo que resuelve el escozor en las narinas.
Una palabra, externa o interna, (no importa) genera una tensión, (que Freud nos urge a descargar y James a relacionar a través del hábito), un estímulo que se propaga en un espacio de caminos generando otras tantas. Por ejemplo en este momento escribo la palabra VAPOR y se me ocurren: BARCO, CHIMENEA, MOTOR, MAQUINA, TREN, etc.
Este camino, esta sucesión de estados no es muy distinta al zombi que se arrima a la casa de la que se mudó hace un tiempo. Algunos caminos -como el que conduce a lugares, semánticos o geográficos- que hemos visitado tantas veces, son de hecho tan profundos que algunas asociaciones y transiciones son casi inevitables.
Frente a la palabra blanco, casi todo el mundo, casi todas las veces piensa en la palabra negro. Presentado con la palabra plato, el número de palabras asociadas con alta frecuencia es más grande: sopa, cuchillo, tenedor...
Ante la palabra madre, padre y frente a ésta, madre y así formando un bucle recursivo que -en el seno de un experimento reciente que hicimos replicando viejas técnicas experimentales del siglo XIX– sólo pudo escapar por una vía no evidente escarbada vaya a saber cómo en alguna cabeza extraña que respondió (asoció libremente) la palabra loca a la escucha de madre.
Jung, como Freud, James y otros tantos tenía la idea de que los sentimientos, ideas, experiencias, etc. estaban agrupados en el inconsciente por medio de asociaciones.
Del hábito se va progresando sobre una trama cuya razón de ser es el flujo y la descarga y que en algún bucle recursivo y algunas semillas endógenas del capricho y de que esa trama resida en un cuerpo se desarrolla un sentido de agencia y conciencia.
A estas redes de asociaciones que reúnen varias palabras con otras emociones, con algún olfato, recuerdos, episodios, lugares, significados y significantes, Jung los llamó “complejos” e ideó un método para identificarlos: seguir estas tramas con el método de asociaciones de palabras.
“La parole” de De Saussure devela todo un conjunto de significados, de estados mentales, de caminos en la matriz que hacen de huellas de la historia. Estos caminos pueden estar asociados semánticamente (bueno-malo), fonológicamente (despierto-cierto), o por tantas otras arbitrariedades de la historia personal de cada uno no resumibles en un léxico colectivo.
En este sentido, el lenguaje de Wilkins parece particularmente simplista, pues pretende capturar las infinitas posibilidades y subjetividades de un significado en una tira finita de símbolos (el significante).
Para De Saussure “un término dado es como el centro de una constelación, el punto donde convergen otros términos coordinados cuya suma es indefinida”. Quine hizo de estas ideas una filosofía del lenguaje, donde, en breve, cada significado (cada estado mental) no se corresponde a algo que está afuera sino que ocupa una posición en la trama de significados.
Algo así como que a uno no lo definen sus acciones sino sus amigos. O, para sacar a la conciencia lo que todos sabemos sin necesidad de saber, la mera existencia del diccionario. Un objeto donde se encuentran todas las palabras definidas sin más que palabras. ¿Cuántas palabras son necesarias, como semillas, para generar todo el diccionario? ¿Cuántas para combinar, y recombinar y volver a recombinar para así generar todas las palabras posibles a partir de unos cimientos que puedan estar agarrados del mundo de una manera más concreta?
De Saussure y Quine proponen un mundo de palabras donde lo importante son las relaciones, las conexiones entre las mismas. James y compañía sugieren la manera en que este espacio se genera y transita (y al transitarlo se modifica). ¿Cómo son los caminos de este mundo?, ¿cuáles son las autopistas, las vías rápidas, las barreras, las rotondas, los centros de tráfico, las vías paralelas, las callejuelas sin salidas de los caminos escarbados en la historia semántica de cada uno?
¿Cómo ver los caminos (el soporte, el sustrato, la carne) y sus recorridos (las palabras, los pensamientos, la imaginación, el sueño diurno y nocturno)? ¿Acaso es inevitable pasar por Tigre para relacionar gato con rayas (para ir desde un concepto, desde un significado hasta el otro)? ¿Acaso podemos hacer un camino más largo, pasando por felino, luego por animal, por cebra (o tal vez cortando camino entre tigre y cebra a través del zoológico) para entonces llegar a las rayas?
¿Por qué en el sueño, en la poesía, bajo hipnosis o en el diván o bajo el efecto de algunas sustancias se disparan algunas asociaciones que en otras circunstancias nunca se hubiesen desencadenado pero que una vez expresadas parecen evidentes? Preguntas que disparan asociaciones, respuestas, que en el mejor de los casos, si esto funciona, generan algún camino.
Preguntas que no serán por ahora respondidas en más detalle que el que consta en este mismo preludio y sobre las cuales, en algunas semanas, diremos algunos indicios. Por lo menos porque un tal Erdosh, húngaro genial, matemático prolífero e incapaz de prepararse un desayuno, puede haber abierto una nueva puerta al desarrollar una herramienta que permita ahondarse en esta selva con recursos considerablemente mejores -aunque tal vez con las mismas ideas- con las que se adentraron, hace tanto tiempo, Wilkins, De Saussure, Freud, Jung y Quine.
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