Sábado, 30 de agosto de 2008 | Hoy
SER O NO SER UN PLANETA, TAL ES LA CUESTION
Peripecias de un planeta pequeño, helado, que esconde su rostro y que no albergó en su superficie expedición astronómica alguna. Sin embargo, Plutón ha despertado, más allá de las etiquetas y sus clasificaciones, el interés y la inquietud de hombres y mujeres enamorados de las estrellas, planetas, galaxias y constelaciones, amantes de la astronomía como Mariano Ribas, autor de este artículo que hoy corona más de once años de divulgación de esos mundos lejanos.
Por Mariano Ribas
Quizá porque era el último. O porque era el más chico. O tal vez porque cerraba la clásica lista de planetas que todos aprendimos en la escuela. O por todo eso junto: de algún modo, nos encariñamos con Plutón. Aquel mundito de frontera siempre tuvo un “no sé qué”. Un particular encanto que, sin dudas, se acentuaba por su excéntrico y difuso perfil: una órbita extremadamente ovalada e inclinada, y una anatomía helada, que nada tiene que ver con la de la Tierra o Marte, ni tampoco con la de Júpiter, o Saturno.
Y además, claro, el misterio sobre su rostro: a Plutón nunca lo vimos de cerca, porque nunca fue visitado por una nave espacial. El noveno planeta era un simpático outsider de la astronomía. Pero planeta al fin. Y de pronto, el gran batacazo: hace justo dos años, Plutón dejó de ser un planeta. Lo había decidido la Unión Astronómica Internacional, nada menos. Inmediatamente, la novedad se convirtió en uno de los temas científicos más resonantes y mediáticos de las últimas décadas. Hasta hubo chistes y charlas de café sobre el “pobre” Plutón, que había perdido su status planetario. Pero, ¿qué había pasado? En realidad, muchas cosas.
Por empezar, el Sistema Solar ya no era el mismo: desde hacía varios años era evidente que Plutón no estaba solo, sino que formaba parte de una legión de pequeños objetos que se le parecían. Incluso, hasta apareció uno que era más grande. Y que llegó a probarse el traje de “décimo planeta”.
Ante ese nuevo escenario, la Unión Astronómica Internacional (IAU) se vio obligada a hacer algo que, curiosamente, no existía: definir con precisión la mismísima palabra “planeta”. Y así, como veremos, cayó Plutón. Lejos de aclarar los tantos y aquietar las aguas, la definición de planeta de la IAU –-no del todo feliz, por cierto– levantó adhesiones y polvaredas en todas partes del mundo.
Y no sólo dividió las aguas dentro de la comunidad astronómica, sino que también desató debates, editoriales en revistas especializadas, foros de internet, y hasta manifestaciones públicas. Definir qué es y qué no es un planeta -–en el Sistema Solar y en otros sitios– no es un tema menor para la astronomía.
Más aún cuando, quiérase o no, también se está definiendo la suerte de Plutón. Y ahí, lo científico se entrevera, inevitablemente, con cuestiones afectivas, históricas, y por qué no hasta de orgullo nacional. Hace apenas unos días, en Estados Unidos, se celebró el muy promocionado Great Planet Debate (Gran Debate Planetario). Un encuentro científico que demostró que, lejos de haber finalizado, la batalla por Plutón recién empieza.
NOVEDADES EN LA FRONTERA
Todo parecía muy sencillo. Pero el Sistema Solar no era tan simple. Hasta hace poco, los 9 planetas parecían ser moradores solitarios en sus grandes dominios de espacio casi vacío. Nueve cuerpos dominantes, sólo acompañados por sus lunas (si las tenían), y mucho más grandes que los incontables cometas y asteroides que también orbitan al Sol.
Parecía obvio. Casi intuitivamente, todos sabíamos qué era un planeta. Y quizá por eso nunca nadie se tomó el trabajo de definirlo con precisión. Ni siquiera la Unión Astronómica Internacional, la mayor agrupación de astrónomos del mundo (fundada en 1919, y que cuenta con miles de miembros).
Pero a partir de 1992, la maqueta del Sistema Solar comenzó a cambiar: uno a uno, los grandes telescopios fueron encontrando nuevos objetos más allá de Neptuno. Vecinos de Plutón. Un poco más acá, un poco más allá, o prácticamente compartiendo su órbita. Y hoy se conocen más de 1000, aunque se sospecha que serían muchos más.
Todos forman un gigantesco anillo de escombros helados: el “Cinturón de Kuiper” (por el astrónomo holandés que propuso su existencia a mediados del siglo XX). De a poco, quedó bien en claro que Plutón estaba literalmente “mezclado” con los demás “objetos del Cinturón de Kuiper” (KBOs, sus siglas en inglés). Era uno de ellos. Y no estaba solo.
Y tal como revelaron los mejores telescopios (incluido el Hubble, en órbita terrestre), hasta era muy parecido a sus vecinos: pequeños mundos de roca y hielo, que demoran siglos en completar sus enormes órbitas (casi siempre más ovaladas e inclinadas que las de los planetas). Ya a fines de los ’90, muchos astrónomos comenzaban a darle a Plutón una doble identidad: planeta y KBO. Su corona comenzaba a tambalear.
LOS HERMANOS DE PLUTON
Los primeros KBOs descubiertos medían pocos cientos de kilómetros de diámetro. En esto, Plutón (de 2300 kilómetros) todavía marcaba claras diferencias. Pero con el tiempo, la brecha se fue cerrando: hacia 2002, ya se conocían cosas que medían de 1000 a 1500 kilómetros.
Y que, dadas su dimensiones, ya más respetables, se ganaron verdaderos nombres (y ya no simples entradas de catálogo): Varuna, Ixion, Orcus y Quaoar. En 2004, apareció el famoso Sedna, de unos 1600 kilómetros (que muchos medios locales anunciaron como el “décimo planeta”, sin que ningún astrónomo jamás hubiese dicho semejante cosa).
A esta altura, el parentesco entre Plutón y los demás KBOs era evidente. Y muchos ya lo veían como el “rey del Cinturón de Kuiper”, que merced a su mayor tamaño tuvo en suerte ser descubierto en 1930 –mucho antes que todos los demás KBOs– por aquel gigante de la astronomía que fue Clyde Tombaugh.
La astronomía ya había pasado por un episodio similar a comienzos del siglo XIX, cuando fueron descubiertos los primeros asteroides: en 1801, Ceres (el mayor de todos, con 950 kilómetros de diámetro), fue recibido como el “quinto planeta” que llenaba la enorme fosa espacial existente entre Marte y Júpiter.
Inmediatamente después vinieron Palas, Vesta y Juno, que también recibieron el título planetario. Pero no sólo resultó que eran muy pequeños en relación con los planetas, sino que pronto se encontraron miles y miles más, casi siempre en esa misma zona del Sistema Solar: todos formaban el espectacular “Cinturón de Asteroides”.
Cascotes orbitando en manada al Sol. Todos emparentados. Pero nada de planetas. Con Plutón, la historia parecía repetirse: primero aparece el más grande, y luego, todos sus hermanos. Pero faltaba el gran hermano.
ERIS Y LA CRISIS
Siendo el mayor habitante del Cinturón de Kuiper, Plutón aún respiraba tranquilo. Pero a comienzos de 2005, un grupo de astrónomos norteamericanos –encabezados por el Dr. Michael Brown– descubrió un objeto casi tres veces más lejano, que tardaba más de 5 siglos en dar una vuelta al Sol.
Sin embargo, el dato más fuerte era su tamaño: luego de algunas vacilaciones, el Telescopio Espacial Hubble confirmó que Eris –tal como fue bautizado oficialmente en 2006– era un poco más grande que Plutón: 2400 kilómetros. Y entonces, todo estalló: la lógica indicaba que si Plutón aún era oficialmente sostenido como el planeta 9, Eris debía ser el 10. O los dos, o ninguno. No había otra. Y así lo anunció la propia NASA. Sin embargo, la Unión Astronómica Internacional se demoró en dar su veredicto. La existencia del Cinturón de Kuiper, el indudable parentesco entre Plutón y sus vecinos, y fundamentalmente la aparición de Eris, llevaron las cosas a un callejón sin salida.
Claro, el tema no era simple. En el fondo, no sólo se trataba de la crisis de identidad de Plutón, sino fundamentalmente de la crisis del concepto de planeta. Hasta entonces, la astronomía no había establecido un tamaño mínimo para la categoría planetaria.
Estaba claro que un cometa o un asteroide no podían serlo, porque miden, a lo sumo, decenas o cientos de kilómetros (comparados con los miles de kilómetros que miden los planetas más chicos). Pero los KBOs, incluidos Plutón y Eris, parecían llenar esa brecha intermedia. Y entonces: ¿dónde estaba el corte? En realidad, la IAU nunca había establecido formalmente qué era un planeta. Ahora, inevitablemente tenía que hacerlo.
LA DEFINICION DE LA IAU
Y eso ocurrió a fines de agosto de 2006, durante la 26ª Asamblea General de la IAU, celebrada en Praga. Inicialmente, un Comité de Definición de Planeta, formado por astrónomos, escritores e historiadores, propuso una primera definición tentativa: en pocas palabras, un planeta sería todo cuerpo celeste en órbita alrededor del Sol, con suficiente masa como para que su gravedad lo moldeara hacia una forma aproximadamente esférica.
Así, la gravedad decidía: redondo, planeta; deforme, no planeta. Sonaba razonable, casi aséptico. Pero bajo esas pautas, el Sistema Solar pasaba a tener 12 planetas: los 8 clásicos, más Plutón y Caronte (considerados como “planeta doble”, dado que ambos giran en torno de un centro de masa común), Eris e incluso Ceres (el mayor integrante del Cinturón de Asteroides).
Pero esa definición no llegó muy lejos. La mayoría de los astrónomos criticaron que nada se decía sobre el entorno de cada potencial planeta. O sea, si estaba o no mezclado con otras cosas (aparte de sus lunas, claro). Finalmente, y luego de largas y por momentos muy tensas discusiones, llegó una nueva definición, ampliada y corregida por consenso mayoritario. Además de girar en torno del Sol directamente (por eso las lunas quedan afuera), y de tener forma redondeada, un planeta debía haber “limpiado la vecindad de cuerpos en competencia”. Con sus virtudes y defectos, esta definición sólo dejaba adentro del exclusivo club planetario a Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.
Y sacaba del medio a Plutón (y también a Eris y los demás), que sólo cumplía con los “requisitos” de orbitar al Sol y tener forma redondeada. Para esa clase de casos, la IAU inventó el vago término de “planeta enano”.
De ahí en más, el Sistema Solar quedó oficialmente con 8 planetas, y 3 “planetas enanos”: Plutón, Eris y Ceres (y hace días se les sumó otro KBO llamado Makemake). Seguramente, esa lista seguirá creciendo, dado que en el Cinturón de Kuiper hay otros objetos más que parecen cumplir con ambos requisitos.
POLEMICA PLANETARIA
La astronomía ya tenía una definición de planeta. Al menos, para el Sistema Solar. ¿Caso cerrado? Para nada. Desde su publicación, la definición de la IAU ha despertado toda clase de simpatías, pero también rotundos rechazos. Y aquí hay mucha tela para cortar.
Pero ante todo hay algo muy positivo: esta definición “blanquea” y está en sintonía con la realidad del “nuevo” Sistema Solar. Una comparsa astronómica integrada principalmente por una estrella, 8 cuerpos principales que la acompañan, y dos grandes anillos de objetos menores (podríamos agregar la Nube de Oort, una suerte de inmensa cáscara esférica formada por miles de millones de cometas “dormidos”).
También es indudable que Plutón es parte del Cinturón de Kuiper, y que tiene un total y absoluto parentesco con los demás cuerpos helados con los que está –vale la pena repetirlo– “mezclado”. El propio descubridor de Eris, Michael Brown, apoyó en su momento la nueva definición, aun al precio de que su criatura tampoco se calzara el traje de planeta: “avalo la difícil y valiente decisión de la IAU, Plutón y Eris no encajan como planetas”.
Sin embargo, muchos científicos le han pegado muy duro al nuevo criterio: “la definición de la IAU es científicamente indefendible: ¿desde cuándo clasificamos a los astros según lo que tengan alrededor?”, dice Alan Stern, un prestigioso astrónomo planetario que, entre otras cosas, lidera la misión New Horizons (la nave de la NASA que llegará en 2015 a Plutón).
El debate, como veremos enseguida, continúa. Y continuará por varios años. Pero es necesario hacer notar ciertos y jugosos detalles: en general, los mayores detractores de la nueva definición de planeta (y por ende, “defensores” de Plutón) son astrónomos estadounidenses. Y eso ocurre ahora, y ocurrió durante los debates de agosto de 2006, cuando, se sabe, hasta hubo “lobby” para mantener el status clásico del ahora “planeta enano”.
No nos olvidemos de que el descubridor de Plutón, el maestro Clyde Tombaugh, era estadounidense (a diferencia de Urano y Neptuno, que fueron hallados por europeos). Que sea o no un planeta es casi una cuestión de orgullo nacional. Por otra parte, en este proceso hay una clara metida de pata: la IAU deja muy en claro que los “planetas enanos” no son planetas. Lo cual es bastante absurdo, incluso en astronomía, donde hay “estrellas enanas”, y “galaxias enanas” que no dejan de ser tal cosa. Semánticamente, lo de la IAU es torpe: ¿desde cuándo un adjetivo anula a su sustantivo?
“EL GRAN DEBATE”
El caso de Plutón ha provocado reacciones que exceden ampliamente el ámbito astronómico y científico. Desde agosto de 2006 se ha desatado una verdadera batalla, a favor y en contra del ex planeta 9, en escenarios de lo más variados: manifestaciones con carteles pro-Plutón en plazas y calles estadounidenses, campañas mundiales vía e-mail, ataques y defensas en foros especializados (y no tanto), editoriales de grandes revistas (como Sky & Telescope, que abiertamente rechazó la definición de la IAU, y se resistió a sacar a Plutón de sus efemérides planetarias), encuestas con miles de votantes en sitios de internet, como el famoso Spaceweather (www.spaceweather.com).
Ante semejante escenario, no es raro, entonces, que hace unos días el Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins, en Laurel, Maryland, haya organizado un evento cuyo título lo dice todo: The Great Planet Debate. Allí, entre el 14 y el 16 de este mes, cerca de 150 científicos, docentes, divulgadores y periodistas se reunieron para discutir los alcances actuales de la palabra planeta, la definición de la IAU, y el caso Plutón. Sin dudas, la principal atracción fue el cruce de opiniones entre dos “pesos pesado” de la astronomía estadounidense: a favor de Plutón, Mark Sykes, del Instituto de Ciencia Planetaria. Y en contra, el muy carismático Neil deGrasse Tyson, director del Planetario Hayden de Nueva York.
CRUCE DE IDEAS
Primero las diferencias: Sykes dijo categóricamente que la definición de “planeta” de la IAU no sirve. Entre otras cosas, porque el criterio decisivo y excluyente de “limpiar la vecindad” de objetos en competencia es confuso. Por ejemplo, Sykes señala que el mismísimo Júpiter -–¿quién se le va a animar a discutir su calidad planetaria?, convengamos– comparte su órbita con miles de asteroides “troyanos” (y eso es cierto, pero esos objetos están sólo en ciertos puntos de la órbita joviana, y no mezclados con el planeta). Además, Sykes se inclina por el criterio de redondez como la clave para definir a un planeta. Y por lo tanto, dice que Plutón, Eris y Ceres indudablemente lo son. Finalmente, se inclina por dividir a los planetas en tres grupos: terrestres, gaseosos y de hielo. Contemplativo, por cierto.
Tyson, en cambio, está totalmente de acuerdo en dejar a Plutón como “planeta enano” (o como se lo quiera llamar). E incluso llega a considerarlo un gran “cometa” (en realidad, si Plutón se acercase al Sol, se comportaría como tal, es cierto, sólo que está demasiado lejos como para que sus hielos se conviertan en gases, formando colas). Lo de Tyson no sorprendió a nadie. De hecho, desde 2000, tomó la radical y adelantada decisión de sacar a Plutón del “Paseo de los Planetas” del planetario que él dirige.
Y ahora, las coincidencias: ambos aceptan que hace falta una mejor definición de planeta. Y que eso, en parte, se debe a que aún resta clasificar y entender la enorme y compleja variedad de objetos que acompañan no sólo al Sol sino a las otras estrellas. Sykes y Tyson celebran que este apasionante debate científico haya llegado masivamente a la gente. Y que la gente haya mostrado interés.
Y es muy cierto: Plutón lo hizo. Más allá de las etiquetas, las tradiciones, los tecnicismos, los apasionamientos y los orgullos, aquel pequeño mundito de frontera logró que la astronomía estuviera en boca de todos. Y que la ciencia sea vivida y comprendida como un proceso cambiante, saludable, inquieto, divertido. En estos últimos tiempos, de algún modo, todos participamos de la gran batalla por Plutón. Quizá porque creíamos que era el último. Y el más chico. Y por aquella lista que todos aprendimos en la escuela... y por su “no sé qué”.
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