Sábado, 27 de diciembre de 2008 | Hoy
A LAS PUERTAS DEL AñO INTERNACIONAL DE LA ASTRONOMIA
La gran fiesta del Universo está por comenzar. Y en buena hora. La humanidad le debía un homenaje a la decana de las ciencias. Sólida, elegante e inigualablemente seductora. Nacida hace miles de años y construida a fuerza de pura fascinación, pacientes observaciones, cálculos, aciertos, errores y fabulosas hazañas intelectuales. Todas inspiradas por cielos oscuros y desbordantes de estrellas. Cielos que, por primera vez (hasta donde sabemos), fueron perforados por Galileo y su telescopio allá por 1609, hace 400 años. Un hito y una cifra dignos de ser celebrados: sí, 2009 será el Año Internacional de la Astronomía.
Por Mariano Ribas
La idea surgió originalmente de la Unión Astronómica Internacional y la Unesco. Y a fines de 2007 fue oficializada por las Naciones Unidas. Bajo el lema “El Universo, para que lo descubras”, la iniciativa global busca estimular el interés y la curiosidad de toda la humanidad por la astronomía y la ciencia en general. Los escenarios de esta megafiesta serán muchos y variados: observatorios, planetarios, universidades, colegios, playas, sierras, campos, plazas, calles, y hasta terrazas. Aquí, allá y en todas partes, astrónomos profesionales, amateurs, docentes, y divulgadores científicos saldrán al ruedo con charlas y telescopios para desparramar la astronomía. El juego está abierto para todos. Y Futuro, por supuesto, también hará su parte. Por ahora, y a modo de sabroso aperitivo de lo que vendrá, pero también como infaltable balance de lo que pasó, vamos a echarles una mirada a algunas de las imágenes astronómicas más impactantes y significativas de 2008. Postales del Cosmos, especialmente elegidas, que nos invitan a soñar, a disfrutar y a pensar en horizontes nada cotidianos, pero absolutamente deseables.
Para recorrer esta Galería del Universo 2008 vamos a optar por un razonable criterio de distancias: de lo más cercano a lo más lejano. Y qué más cercano que la Luna. Aunque no exactamente, porque lo que más nos interesa de esta impresionante fotografía compuesta es otra cosa. El pasado 16 de agosto se produjo un eclipse parcial de Luna. Más del 80% del diámetro lunar se hundió en la “umbra”, el enorme cono de sombra terrestre. Su diámetro es tan grande (más de 9000 kilómetros, a la altura de la Luna), que durante los eclipses sólo podemos ver una parte proyectada sobre el disco lunar. Una suerte de “mordida” incompleta. Y justamente allí está lo ingenioso e impactante de esta imagen de Anthony Ayiomamitis, un astrónomo aficionado griego (que muy gentilmente nos la cedió para publicarla en Futuro). Ayiomamitis tomó una secuencia de fotos del eclipse, y luego las ensambló prolijamente con un procesador de imágenes. Resultado: se ve claramente el desfile de la Luna, pero también –y hete aquí lo mejor– la monstruosa sombra de la Tierra. La foto fue publicada en la famosa página de Internet “La Imagen Astronómica del Día” de la NASA. Y causó sensación. Se entiende.
Pegamos un gran salto, y nos vamos al planeta más cercano al Sol: en enero, la sonda espacial Messenger (NASA) tuvo su primer encuentro cercano con Mercurio. Fue un sobrevuelo breve, pero por demás emocionante: hacía más de 30 años que ninguna nave visitaba al más pequeño de los planetas (desde la Mariner 10, en 1974-75). Más allá de unos cuantos datos y mediciones, el “mensajero” de la NASA obtuvo una serie de finas imágenes del modesto y demacrado mundito, rocoso por fuera, pero pesadamente metálico por dentro. La joya de la colección fue esta vista inédita de Mercurio en color “casi real” (las vistas del Mariner 10 eran en blanco y negro). ¿Por qué “casi”? Simplemente porque, además de un filtro rojo y otro violeta, la cámara del Messenger utilizó también un filtro infrarrojo. De todos modos, lo que aquí vemos es bastante parecido a lo que veríamos con nuestros ojos si viajásemos hasta Mercurio (convengamos que no es la felicidad hecha planeta, claro).
Hace poco, en octubre, Messenger volvió a sobrevolar Mercurio. Y lo hará nuevamente el año que viene. Finalmente, en 2011, la nave de la NASA se instalará en órbita del planeta, y entonces sí empezará a estudiarlo a fondo.
Y aquí tenemos uno de los más grandes hits astronómicos del año: la exitosa misión Phoenix, un aparato de la NASA que el 25 de mayo descendió en la zona ártica de Marte (ver foto de tapa). Su misión principal era tomar muestras del suelo (con su brazo robot), analizarlas a bordo (mediante una serie de “hornos” y laboratorios), y así buscar compuestos favorables para la vida (pasada o presente), agua, materia orgánica, sales, y otras cuestiones sumamente interesantes. Aunque también se hizo su tiempo para medir temperaturas (máximas de unos 20C, durante el día; y mínimas de 80C, de noche), vientos y presiones atmosféricas (de apenas 7 u 8 milibares). Pero el gran tema era el hielo. Y cuando decimos hielo, hablamos de agua congelada. A partir de indicios logrados por naves orbitadoras, ya era harto sabido que el subsuelo marciano escondía mucha agua congelada. Y muy especialmente en las zonas cercanas a los polos. Sin embargo, verlo, tocarlo, y “olfatearlo” directamente, era otra cosa. De entrada nomás, los propios cohetes de descenso del Phoenix levantaron sin quererlo el polvo superficial. Y dejaron expuestas unas curiosas capas blancas y lisas por debajo de la nave (ver foto). Con el correr de las semanas, se confirmó que, efectivamente, eran placas de hielo de agua. Pero el gran impacto llegó a mediados de junio, cuando se comprobó que el material blanco que aparecía en una de las excavaciones del brazo robot del Phoenix (ver foto insertada) se había sublimado parcialmente por acción del calor solar. Y que no podía ser otra cosa que hielo de agua.
Tal como se esperaba, Phoenix fue agonizando lentamente a medida que finalizaba el verano boreal marciano, cada vez con más frío y menos luz solar. Y así fue como el 2 de noviembre, helada, y ya sin energía para cargar sus baterías, la navecita envió sus últimas señales de vida a la Tierra. Ahora, mientras los científicos de la NASA siguen analizando las pilas de datos que transmitió desde Marte, Phoenix está hundida en las penumbras, y cubierta de escarcha marciana.
Que existen planetas más allá del Sistema Solar no es ninguna novedad: se sabe desde mediados de los años ‘90. Al día de hoy, ya se han descubierto más de 300 mundos orbitando otros soles. Sin embargo, saber que existen no necesariamente implica que los hayamos visto. En realidad, casi todos los “planetas extrasolares” han sido detectados mediante indicios indirectos. Fundamentalmente, a partir del muy sutil “bamboleo” observado en sus estrellas. Un fenómeno generado, justamente, por el juego gravitatorio entre soles y mundos. Claro, verlos es otra cosa. Y obviamente, es dificilísimo, dado que una estrella brilla millones de veces más que un planeta. Aún así, el Telescopio Espacial Hubble se las arregló para rescatar del anonimato a un planeta que gira en torno de la joven estrella Fomalhaut, un clásico de los cielos australes. Fomalhaut aún está rodeada de un disco de materiales, sobrante de su propia formación. Y justamente en el borde interno de ese disco, muy lejos de la estrella (más de 20 veces la distancia Sol-Júpiter), es donde está su planeta: Fomalhaut b. Si bien es cierto que en las últimas semanas se han fotografiado otros planetas extrasolares en luz infrarroja, esta foto del Hubble es la primera en luz visible de un mundo orbitando a otra estrella.
A decir verdad, ésta no es una foto. Y tampoco podría serlo: como vivimos adentro de la Vía Láctea –nuestra galaxia– es completamente imposible verla o fotografiarla completa. Sin embargo, desde hace varias décadas, los astrónomos vienen mapeando y midiendo distintas zonas de la galaxia, para lograr un boceto aceptable de su silueta. Y en esto, claro, también han ayudado mucho las observaciones de otras galaxias vecinas y no tan vecinas.
Hasta fines del siglo XX, todas las maquetas de la Vía Láctea la presentaban como una clásica galaxia espiral, de unos 100 mil años luz de diámetro, unas 200 mil millones de estrellas, y 4 brazos principales que partían de su núcleo, y se retorcían a su alrededor. Pero hace unos años se descubrió que, en realidad, el núcleo galáctico está atravesado por una inmensa “barra” de estrellas y nubes de gas y polvo. Y por eso, la Vía Láctea pasó a clasificarse como una galaxia “espiral barrada”. Finalmente, en junio de este año, un grupo de científicos que trabajaron con el Telescopio Espacial Spitzer (NASA), volvieron a patear el tablero: ahora resulta que la Vía Láctea tampoco tiene 4 brazos principales, sino 2. Son los brazos de Scutum-Centaurus y el de Perseus. Y ambos nacen en los extremos de aquella barra central. Lo que no cambió fue nuestro lugar: el Sistema Solar está irremediablemente perdido en los arrabales galácticos, en el modesto sub-brazo de Orión, a 26 mil años luz del corazón de la Vía Láctea.
Y resulta que, más allá de su figura espléndida y sus impresionantes dimensiones, la Vía Láctea es apenas una de las, quizás, 100 mil millones de galaxias que pueblan el Universo. Las galaxias son bastante sociables, aunque su sociabilidad se basa en una mera cuestión de fuerza... de gravedad. Sí, forman grupos de decenas de integrantes (como el “Grupo Local” al que pertenece la Vía Láctea). Y los grupos, a su vez, forman cúmulos. Uno de los más notables es el “Cúmulo de Coma”, una metrópoli de miles de galaxias, a 300 millones de años luz de la Vía Láctea. En junio, el Telescopio Espacial Hubble se despachó con la mejor foto jamás tomada de este imperio galáctico. Y aquí está. En realidad, lo que se ve es un pedacito del “Cúmulo de Coma”. Y aun así, resulta impresionante.
Mirando aún más lejos, a unos 450 millones de años luz de la Vía Láctea, el Hubble también se ocupó del “Cúmulo de Hércules”, otra colección inmensa de galaxias. Y en medio de todas ellas, clavó la vista en este dúo por demás particular: NGC 6050 e IC 1179. Son dos espléndidas espirales (conocidas también como ARP 272) en pleno proceso de colisión. Esta foto, otra de las joyas celestes de 2008, fue publicada por la NASA en abril con motivo del cumpleaños número 18 del Telescopio Espacial Hubble. Y nos muestra algo muy parecido a lo que ocurrirá por estos pagos dentro de 3 mil millones de años, cuando la Vía Láctea y Andrómeda se fundan en un abrazo final y unificador.
Hasta aquí llegamos. La Galería del Universo cierra sus puertas. Y tras una refrescante mirada a las grandes postales astronómicas del año que ya se nos va, estamos listos para recibir al año que ya se nos viene encima. A no olvidarlo: más allá de las crisis, las mezquindades, la chatura mental, y las miopías que hacen invisibles los grandes horizontes, 2009 será muy valioso para la humanidad. Será el Año Internacional de la Astronomía. El año en que todos, pero todos, debemos salir a celebrar, de cara al cielo, la gran fiesta del Universo. Somos parte, no lo olvidemos.
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