Sábado, 10 de enero de 2009 | Hoy
UN SEñOR QUE SE LLAMABA GALILEO
Por Pablo Capanna
Tardé mucho tiempo en entender por qué era importante Galileo. Quizás haya sido por la cercanía, que a veces parece alejar. En mi caso, la cercanía era la de haber nacido e ido a la escuela en Florencia.
Allí, Galileo y Dante eran, como aquí serían Belgrano o Sarmiento: nombres de calles y glorias nacionales, cuyos méritos parecen tan obvios que nadie es capaz de precisarlos. Mi padre trabajaba en la fábrica Galileo que, obviamente, producía instrumental científico. Una vez me llevaron de paseo a Arcetri, pero sólo recuerdo el convento. A los que viven al pie de la Acrópolis les pasará lo mismo cuando les hablan de Esquilo.
Si el secundario no me aclaró demasiado las cosas, la facultad de Filosofía me las confundió. En vano leí En torno a Galileo, de Ortega y Gasset, que trata de todo menos de Galileo. En esos tiempos los filósofos no se cansaban de señalar las limitaciones de la ciencia, mientras que los científicos se encargaban de señalar los errores de los filósofos. El único puente era la epistemología, que lo congelaba todo con un baño de lógica, diluía ese asombro que está en el origen del conocimiento y neutralizaba las ineludibles variables políticas y éticas.
Mucho después, repentinamente me vi empujado a enseñar historia de la ciencia, que la dictadura consideraba un saber apolítico, y me sentí con el deber de capacitarme, por lo menos.
Fue entonces cuando me di cuenta de que Galileo había creado nada menos que el método científico. Italo Calvino me enseñó que también era un gran ensayista.
También tomé conciencia de la tragedia de cómo fue humillado por torpes jueces que buscaban en el heliocentrismo la fuente de todos los pecados, en un absurdo juicio que dejó cicatrices seculares.
Al fin y al cabo, quizás algún progreso ético tuvimos, si en esa época todavía parecía normal que los inquisidores intimidaran a Galileo, que Spinoza fuera víctima del jerem, Servet enviado a la hoguera por Calvino, y tanta gente muriera por vagos motivos en las guerras de religión.
Decía Ortega que Sócrates se había dejado matar por sus ideas: Galileo no se había atrevido, porque nadie da la vida por las verdades científicas. Tanto mejor: Galileo sabía que tarde o temprano le darían la razón y optó por vivir para darnos la ciencia de la mecánica, sin la cual nos costaría vivir.
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