Sáb 07.03.2009
futuro

Argentina imaginaria

› Por Pablo Capanna

No cabe duda de que para graduarse de “intelectual lúcido”, opinador o columnista, en nuestro país es imperiosamente necesario escribir algo sobre el “ser nacional”, lo cual indefectiblemente obliga a ocuparse del fútbol y del peronismo. El motivo es lo de menos. Puede ser una conspiración mundial que nos impide crecer, la aclimatación forzada de alguna política que funcionó en otra parte, la meditación sobre una derrota deportiva o la queja por el bache de la esquina.

Lo que une a todos los opinadores, por encima de las diversas recetas, es cierta visión de nuestra supuesta singularidad, que suele presentarse de un modo bastante bipolar. Si no somos los mejores del mundo, como mereceríamos ser por elección divina, es sin duda porque somos los peores. Eludiendo cuidadosamente el realismo, nos vemos siempre como únicos, para bien o para mal.

La penúltima versión de esta jeremiada maníaco-depresiva admite que, en realidad, somos apenas mediocres. Conforme con los indicadores económicos, la calidad de vida y el desarrollo cultural, Argentina está en un amplio pelotón de países, entre los muy ricos y los paupérrimos. Pero el peculiar detalle argentino nac & pop es que somos los más mediocres y, por supuesto, nuestra clase media es la más mediocre: así lo aseveran los opinadores, que suelen pertenecer a la clase media y leyeron El hombre mediocre. Vamos por el campeonato mundial de la mediocridad y no nos resignamos a salir segundos.

Nunca dejamos de recordar a esos prestigiosos e ilustrados turistas del siglo pasado que tras pasar una quincena en Buenos Aires, por pura cortesía no dudaron en vaticinarnos un porvenir venturoso. Ortega nos auguró “un futuro peraltado”, como si estuviésemos entrando en la curva decisiva de la autopista histórica. El conde Keyserling, antes de dedicarse al esoterismo, habló del “ser nacional” y hasta a Einstein se le atribuye alguna cortés profecía a su paso por Buenos Aires.

¿CONOCES A HAL TURNER?

Sin embargo, y más allá de nuestra desmesurada ansiedad de reconocimiento, Argentina no deja de ser tenida en cuenta, a veces de modo paradójico, por cosas como la hormiga argentina o el cacerolazo. En medio del reciente colapso financiero, se habló bastante del corralito y hubo alarma por uno de los tantos videos del cambalache virtual en You Tube (www.youtube.com). Un desconocido locutor llamado Hal Turner amenazó al mundo vaticinando la debacle del dólar y la aplicación sin aviso de una receta bastante conocida en estas tierras.

Turner anunciaba que, en unos meses, el dólar perdería todo valor y sería reemplazado por una nueva moneda: el amero. La moneda ya había sido acuñada por un superestado que no existe, una repentina Unión Norteamericana que incluiría a EE.UU., Canadá y México. Como era previsible, el sujeto resultó ser un chanta, de la especie de los conspirativos paranoides, un tanto facho y bastante mentiroso.

Como la memoria colectiva es corta, vale la pena recordar que la idea tenía más de setenta años. Ese había sido precisamente el proyecto de la Tecnocracia de Howard Scott, un partido político con vocación autoritaria que en los años ’30 estuvo a punto de ser la tercera fuerza en EE.UU. y le dio varios ministros a Roosevelt. En lugar del “amero”, la moneda de los tecnócratas iba a ser el “vale energético”.

Para nosotros, era el fantasma de un megacorralito, una recurrente pesadilla argentina que asoma cada diez años. Es la que tantas denominaciones monetarias nos ha hecho conocer y tantos ahorros ha licuado. Como otras teorías conspirativas, la impostura de Turner parecía ser un efecto no deseado de la ciencia ficción: el amero se parecía al “vale energético” pero también a ese “crédito” que en el género se presentaba como el dinero del futuro.

COMO NOS VEIAN

La Argentina es más conocida por el fútbol que por sus premios Nobel, y la imagen de Maradona debe estar hasta en el desierto de Gobi. El peronismo también le ha dado cierta fama, que se extiende hasta el acotado campo de una literatura popular como la ciencia ficción. Tal como ocurría en el cine, en la ciencia ficción la Argentina solía aparecer como una imagen estroboscópica y desdibujada de Brasil, siempre tropical y selvática, aunque desprovista de “nativos”. Si se nombraba a Buenos Aires era para respetar el orden alfabético, como algo insólito, una ciudad moderna perdida en el culus mundi, lo cual la hacía más rara.

Así, Buenos Aires solía ser sacrificada en cualquier guerra galáctica, como ocurría en Tropas del espacio (1959), de Robert A. Heinlein. Cuando la historia fue llevada al cine por Verhoeven, se dice que en Rosario la destrucción de Buenos Aires fue aplaudida por un grupo de inadaptados. El protagonista era un porteño, cuyos padres habían muerto en el ataque extraterrestre, y se llamaba nada menos que Rico (!).

Heinlein, que era arquitecto y oficial de la Marina, quizá tendría idea de dónde quedaba Buenos Aires. En cambio, quien parecía tener una idea bastante bizarra de la Argentina era el polaco Stanislav Lem, genial en muchos órdenes pero un tanto desinformado en cuanto a la geografía.

ARGENTINA: PARAISO DE NAZIS Y LABORATORIOS

En el cuento “Gruppenführer Luis XVI” (1971) –que por cierto no pretendía ser realista–, unos criminales de guerra nazis se refugian en Argentina y fundan una colonia con el estilo de una corte francesa. El problema es que lo hacen sobre unas ruinas aztecas (que suelen estar en México) y son desbaratados por rangers con sombreros texanos y Colts.

Philip K. Dick, otro de los grandes del género, se asombraba cuando le decían que tenía lectores en Argentina, pero tampoco tenía ideas demasiado claras. Un personaje del cuento “The Golden Man” (1954) vivía en una típica casa de campo argentina, “en medio de la jungla y los pantanos” (!).

No negaremos que Dick anduvo más cerca de la verdad cuando en la novela Now Wait for Last Year (1966) imaginó una nefasta droga ilegal que un laboratorio alemán fabricaba clandestinamente en Argentina, porque aquí había menos controles.

En Time Out of Joint (1959) hay un personaje que anda todo el tiempo confundido. Recién cuando abre el diario se tranquiliza al ver las noticias intrascendentes de siempre: un crimen, la muerte de un científico y “un golpe de Estado en Argentina”. Todo normal. Más adelante, cuando quiere que lo dejen tranquilo pone un letrero que dice: “No se admiten fascistas, nazis, comunistas, falangistas ni peronistas”. Otra gaffe, porque conociendo un poco a Dick no cabe duda de que de haber nacido aquí hubiera estado entre los que se fueron de la Plaza.

ARGIES IN THE MOON

Quizá lo más inverosímil en este orden de cosas haya sido que la Argentina se presentase como un rival plausible de las grandes potencias, en las ficciones sobre viajes espaciales de mediados de siglo. Antes de 1957, la exploración del espacio todavía era algo que parecía interesarles más a los lectores de ciencia ficción que a los políticos y militares.

En 1954, la revista Galaxy publicó un cuento de William Tenn (“Operación silencio”) que especulaba con esa situación. Antes de que el Sputnik ruso de 1957 encendiera una luz de alarma y obligara a crear la NASA, la cohetería norteamericana carecía de un proyecto y la investigación se repartía entre las tres fuerzas armadas.

En el cuento de Tenn, la primera nave espacial estadounidense llegaba a la Luna, pero en cuanto los astronautas se ponían la escafandra y salían a explorar se encontraban con que a pocos pasos de allí había otra base. “¿De dónde vienen? –se preguntaba el capitán–, ¿de Rusia, China o la Argentina?”

La verdad resultaba ser casi un chiste: la base era de la Fuerza Aérea norteamericana, porque cada una de las fuerzas mantenía su proyecto en secreto. El argumento era políticamente explícito. Sin embargo, cuando el cuento fue publicado aquí por la revista Más Allá, en ese mismo año, la mención de la Argentina había desaparecido. Quizá los editores locales lo vieran tan insólito como para que los lectores no se lo perdonaran.

ARGENTINA Y SUS ARMAS DE DESTRUCCION MASIVA

Tenn no era un autor menor, era uno de los primeros. Pero el mismo tema había sido tocado dos años antes por una de las luminarias del género.

Miembro del legendario grupo The Futurians, Cyril Kornbluth (1923-1958) fue uno de los autores más importantes de su generación. Se lo consideraba de izquierda, y su figura recordaba a Camus o a Cortázar. Era una figura prometedora que desapareció prematuramente.

En su corta vida, no sabemos que Kornbluth hubiera visitado la Argentina. Pero cuando escribió la novela Partida (1952) parecía tener una fijación con nuestro país.

En ese tiempo se discutía si la primera expedición a la Luna la haría el Estado o alguna empresa privada. Robert A. Heinlein había defendido la segunda alternativa en El hombre que vendió la Luna (1950). Un capitalista de riesgo, héroe liberal, era el primero en llegar, demostrando que la burocracia no podía, aunque después pudo. Kornbluth planteaba una hipótesis mixta.

En su novela, era un funcionario de la Comisión de Energía Atómica quien secretamente financiaba el proyecto, usando como cobertura una asociación civil de aficionados a la astronáutica. El protagonista, un ingeniero desocupado, era contratado sin tener en claro por quién y debía enfrentar una trama de espionaje. A pesar de la guerra fría, la espía no era rusa sino “europea” (sin especificar de qué país), pero la descubrían a tiempo.

El libro se abre con una entrevista en la cual el representante del club de coheteros trata de convencer al funcionario. Argumenta, como Tenn, que la investigación es inoperante porque está repartida entre las fuerzas armadas y las reparticiones gubernamentales más insólitas, desde la Guardia Costera hasta la Dirección de Geodesia. “¿Vamos a esperar que cualquier día de estos comiencen a caer sobre los Estados Unidos los misiles que desde una base en la Luna nos tiren Rusia o la Argentina?”

Con fondos desviados del presupuesto estatal, el proyecto de la nave lunar se pone en marcha. El gran animador de la obra es un genio de la mecánica con un turbio pasado: antes había sido gigoló en Buenos Aires. El ingeniero se pregunta a menudo cómo hacen para conseguirle las piezas y los materiales que encarga para la nave espacial: “¿Rusia? ¿China? ¿Argentina?”. Sólo se le ocurren respuestas disparatadas. ¿Quizás sus proveedores vuelen a Moscú y las obtengan del Ejército Rojo? ¿Y por qué no en Buenos Aires, donde seguramente se los comprarán a la Guardia Peronista?

CENSURAS

Siguen los debates, el espionaje, el romance y hasta un toque de erotismo. Pero en el momento en que la espía es desenmascarada, una vez más le preguntan si viene de Pakistán, Argentina o China. La novela concluye cuando la nave levanta vuelo, asegurando que los Estados Unidos llegarán a la Luna antes de que las bases lunares de misiles nucleares las pongan los argentinos o los chinos.

La novela fue traducida y publicada en Buenos Aires en 1956. No soy tan buchón como para revelar el verdadero nombre del traductor. Es un amigo que luego se exilió en Barcelona; dice no acordarse, y le creo. Pero el hecho es que todas las referencias a la Argentina y al peronismo fueron sugestivamente borradas en la edición local.

En este caso, las razones de la censura eran plausibles, si consideramos que entonces estaba prohibida cualquier mención del “tirano prófugo” o del “régimen depuesto.” Pero, ¿qué motivos podía tener un autor norteamericano para “borrar” esas huellas?

La Argentina era considerada (no sin razón) como un refugio de criminales de guerra nazis y la tecnología alemana nos había dado el Pulqui y la Isla Huemul. Puede que en EE.UU. estuvieran pensando en esas cosas, cuando muchos creían que Hitler se había refugiado en la Antártida. Es que entonces la Argentina metía miedo, vea: ¿imaginó Heinlein un futuro Aldo Rico, cuando el versátil comando aún andaba comiendo víboras? ¿Qué sería la “Guardia Peronista”: la jotapé, la tripleá, el pejota o cualquier otra entidad aún por nacer?

Lo que más raro resulta es que acaban de censurarme una mención jocosa del peronismo en el prólogo que me encargaron para un libro de otro autor. ¿Un resabio de gorilismo? Imposible, ahora que todo el país ha terminado por ser peronista... Ocurre que el libro no era de política. Eso es otro target, está en otro estante y depende de otra gerencia. Los tiempos han cambiado más de lo que uno creía...

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