2009: AñO INTERNACIONAL DE LA ASTRONOMíA > DOS NAVES DE LA NASA BUSCARAN HIELO Y SITIOS PARA FUTUROS ALUNIZAJES
Corre el año 1969 y con la llegada a la Luna comienza un coqueteo incansable con el Universo hacia la conquista del espacio. A 40 años de la primera caminata sobre la superficie lunar inmortalizada en la frase “un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad”, la posibilidad de detectar agua congelada en nuestro satélite enciende nuevamente la llama de aquella gesta.
› Por Mariano Ribas
Es el comienzo del gran regreso a la Luna. Después de la “Era Dorada” de las misiones Apolo, después de que doce astronautas caminaran por aquella superficie cenicienta (entre 1969 y 1972), después de las fanfarrias y de los festejos, la Luna quedó en el más triste de los olvidos. Durante décadas, prácticamente nadie se acordó de ella. Y la NASA prefirió apostar casi todas sus fichas a la exploración robotizada de las grandes vedettes del Sistema Solar: Marte, Júpiter y Saturno.
Sin embargo, durante los años ’90, la posible detección de agua congelada en las zonas polares selenitas ayudó a reavivar el alicaído entusiasmo por la Luna. Y en tiempos más recientes, la propia agencia espacial estadounidense reveló sus planes para retomar la gesta de las Apolo, a fines de la próxima década. Con nuevas naves, nuevos protagonistas y, fundamentalmente, con la idea de establecer una presencia humana sostenida, mediante viajes más regulares y bases científicas.
En perfecta sintonía con todo esto, las sondas espaciales LRO y Lcross acaban de dar “el primer paso en el regreso a la Luna”, tal como reza el slogan de la NASA (nasa.gov). Ambas partieron juntas al espacio hace poco más de una semana. Y durante los próximos meses, estas máquinas no tripuladas intentarán cumplir con varios objetivos por demás interesantes: confirmar –o descartar– la existencia de hielo en las regiones polares de la Luna (un dato nada menor de cara al futuro), mapear la superficie con un nivel de detalle sin precedentes, determinar la distribución y cantidad de sus minerales y hasta elegir posibles lugares de descenso para los próximos astronautas.
De la mano de la ultraprecisa y elegante LRO, y de la –literalmente– impactante Lcross, nuestro viejo y querido satélite vuelve a subirse a los grandes escenarios de la astronomía. Y por supuesto, se ha ganado el protagonismo en esta edición de Futuro: la Luna está de vuelta.
Dentro de apenas unas semanas, la humanidad estará celebrando el 40º aniversario de su primer viaje tripulado a la Luna. La gesta del Apolo XI, tripulada por Neil Armstrong y Buzz Aldrin. Y Michael Collins, claro, que se quedó a esperarlos en órbita lunar. Una hazaña de aquéllas. Un episodio mayúsculo del siglo XX, y de toda la historia, en realidad (más allá, claro, de que últimamente se haya pretendido poner en duda su veracidad, sobre la base de supuestos “argumentos” y “evidencias” basados en la más pura ignorancia, una total ingenuidad y, por qué no, la mala fe, todos rasgos muy habituales en la pseudociencia).
Aunque no muchos lo recuerdan, la cosa no termino allí: luego del Apolo XI, hubo otros cinco alunizajes, incluyendo el de la despedida, el Apolo XVII, en diciembre de 1972. No fueron dos los astronautas que caminaron por la Luna. Fueron doce. Pero igualmente cierto es que después del Apolo XVII, la NASA prácticamente se olvidó de la Luna.
Los objetivos científicos y propagandísticos ya estaban cumplidos. Y sostener el programa tripulado costaba fortunas, a esa altura injustificables. La prioridad de la NASA pasó a la exploración planetaria. Y así, durante los años ’70, ’80 y los ’90 se vivieron extraordinarias gestas científicas gracias a fabulosas naves no tripuladas que no dejaron planeta sin explorar (como las Pioneer 10 y 11, Voyager 1 y 2, Viking 1 y 2, Magallanes, Galileo, Mars Pathfinder, entre otras). Pero de la Luna, nada.
Bueno, casi nada: en realidad, en 1994, Clementine, una pequeña sonda espacial, fue enviada a la Luna, no por la NASA, sino por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Y allí permaneció en órbita durante un par de meses. Suficiente como para cambiar la historia de indiferencia selenita: mediante un estudio de radar, Clementine detectó la posible presencia de agua congelada, en el fondo de ciertos cráteres polares (del Norte y del Sur).
Oscuros y gélidos rincones lunares donde la luz del Sol nunca llega. Toda una curiosidad. La eventual existencia de hielo, obviamente, disparó el interés científico en la Luna: ¿de dónde había salido esa agua congelada? ¿Cuánta había? ¿Cuáles eran sus implicancias? Ya lo veremos más adelante.
Es cierto. Lo de Clementine era una sola pista a favor del hielo selenita. Pero sacó a la agencia espacial estadounidense de su largo letargo lunar: en 1998, y por primera vez desde el Apolo XVII (1972), la NASA volvía a la Luna con el Lunar Prospector, una sonda no tripulada. Y al año siguiente, con unas cuantas observaciones a cuestas, la nave confirmaba los hallazgos de su predecesora, esta vez, gracias a la detección de altas concentraciones de hidrógeno –posible señal del agua– en cráteres de ambos polos lunares.
La cosa tomaba color: parecía que había agua congelada en la Luna. Pero ése no fue el único detonante que disparó la actual –y futura– avanzada de la NASA sobre nuestra vecina. En los años 2000, otros países pusieron sus ojos y sus naves robot en la Luna: en 2004, la Smart de la Agencia Espacial Europea (esa.int/esaCP/spain.html); en 2007, la Kaguya, de Japón, y la Chang’e, de China; y en 2008, la Chandrayaan-1, de la India. Todas orbitaron a la Luna con mayor o menor suerte, explorando y fotografiando su superficie. El juego lunar se abrió de golpe. La NASA tenía competencia. Y, como veremos, reaccionó.
Anticipándose un poco a toda esta movida internacional, en 2004, ni lento ni perezoso, George W. Bush anunció su “Visión para la Exploración del Espacio de los Estados Unidos”. Un programa cuyo punto más alto era volver con astronautas a la Luna, hacia 2020. Esta vez, la idea no era ir y volver, sino ir para quedarse: establecer bases científicas, aprovechar los recursos locales y así permitir largas estadías de los astronautas en la Luna. Ni más ni menos.
Pero para semejante empresa, había que ir preparando el camino de a poco. Pensar en nuevas naves y nuevos cohetes (cosas que ya están en pleno desarrollo). Y también, relevar el terreno lunar con lujo de detalles, elegir eventuales sitios de interés científico, y claro, lugares para alunizar sin peligro. Y está la cuestión del hielo, claro. Y bien, ahora mismo, dos flamantes naves espaciales ya están corriendo detrás de estos grandes “objetivos prealunizaje”. Y cada una lo hará a su modo. Veamos de qué se trata...
El regreso de la NASA a la Luna comenzó en la tradicional base aeroespacial de Cabo Cañaveral, Florida, durante la noche del pasado jueves 18 de junio. Y fue “un dos en uno”: protegidas en la punta de un poderoso cohete Atlas, las sondas Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO) y Lunar Crater Observation and Sensing Satellite (Lcross) partieron juntas de la Tierra. Pero un par de horas después del lanzamiento, y ya en el espacio, ambas se separaron lentamente.
Durante la mañana del martes 23, y con unas horas de diferencia, LRO y Lcross tuvieron su primer encuentro cercano con la Luna. Y de allí en más, sus caminos se abrieron para siempre: mientras que la LRO se quedará bien cerquita de la Luna por un año, al menos, su compañero (que, a su vez tiene dos componentes) se colocará en una gigantesca órbita, esperando su turno para actuar a lo grande.
Empecemos por la LRO. En estos últimos días, la nave ha ido maniobrando y cerrando su trayectoria alrededor de la Luna. Y lo seguirá haciendo en los próximos días, hasta alcanzar una apretadísima órbita polar, a sólo 50 kilómetros de la superficie. Tan ajustada, que sólo tardará 113 minutos en dar cada vuelta a la Luna. Nunca antes una sonda espacial la sobrevoló tan de cerca. Y no es casual, claro, porque la idea es examinar con lujo de detalles y palmo a palmo cada rincón de la Luna.
LRO lleva una batería de siete instrumentos de precisión quirúrgica, incluyendo una cámara de alta resolución (llamada LROC), capaz de fotografiar detalles en la superficie lunar de sólo medio metro. De hecho, verá los restos de todas las misiones Apolo. Con esa cámara, más otra de mayor campo visual (la WAC) y un altímetro láser de película (“LOLA”), la nave orbitadora de la NASA trazará –de aquí a mediados de 2010– un verdadero atlas “3D”, el más fino relevamiento de la superficie lunar de todos los tiempos.
“La LRO nos dará imágenes de la Luna con una resolución diez veces mayor a las que tenemos hasta ahora”, dice Richard Vondrak, uno de los científicos principales de la misión. Pero ¿por qué tanto preciosismo en los detalles? La idea es relevar hasta los más mínimos detalles, no sólo para identificar minerales y otros posibles recursos naturales, sino muy especialmente para despejar todo peligro para los futuros astronautas: “Podremos ver rocas pequeñas, potenciales peligros, y saber muy bien dónde es seguro descender”, explica Vondrak. Y concluye: “La LRO nos dará nuevos ojos en la Luna, nuevas vistas que prepararán las futuras exploraciones tripuladas”.
Pero además de sus ojos de águila, la sonda LRO cuenta con otros cuatro instrumentos especialmente preparados para detectar la posible presencia de agua congelada en los oscuros cráteres polares. Son sensores y radares de altísima sensibilidad que resolverán la crucial cuestión. Es que más allá de las posibles evidencias de Clementine y el Lunar Prospector durante los años ’90, el tema no está cerrado. De hecho, un estudio de radar realizado el año pasado, desde la Tierra, no detectó nada que sugiriera la presencia de agua congelada en los cráteres polares de la Luna. “Saber si hay o no agua (hielo) en la Luna es la pregunta del millón”, dice Jennifer Heldman, de la NASA.
¿Por qué? Hay razones científicas y prácticas. Por un lado, se confirmaría la idea de que, durante la “infancia” del Sistema Solar, hace más de cuatro mil millones de años, muchos cometas –que están hechos de agua congelada, en buena medida– habrían impactado contra la Luna. Y que parte de ese hielo aún estaría escondido, y a salvo de la luz y el calor solar, en los oscuros fondos de los cráteres polares lunares.
Pero quizás lo más importante del asunto es su lado práctico: el agua es fundamental para cualquier eventual asentamiento humano en la Luna. Los astronautas necesitarán agua. Incluso, hasta para descomponerla en oxígeno e hidrógeno y usar esos elementos como combustible de naves y cohetes. Si el agua (congelada) está allí, todo sería más fácil. Incluso, de confirmarse su existencia y localización, esos depósitos helados hasta podrían determinar cuáles serían los sitios elegidos para los futuros alunizajes tripulados.
No es raro, entonces, que exista tanta expectativa por los resultados de la otra protagonista de esta historia: la Lcross, cuyo objetivo esencial es, justamente, toparse con el hielo oculto de la Luna. Y de la manera más espectacular que pueda imaginarse.
“Desde su posición en órbita, la LRO hará todo lo posible por determinar la presencia de hielo en la Luna”, dice Vondrak. Pero reconoce que, en ese sentido, todas las fichas están puestas en la otra sonda: “En verdad, la única manera de estar completamente seguros y de saber cuánta agua hay es bajar hasta allí. Y por eso somos muy afortunados en contar con la Lcross”. En estos momentos, y luego de su breve sobrevuelo a la Luna, el martes pasado, la nave Lcross ha entrado en una enorme órbita de casi 40 días alrededor de la Tierra y la Luna.
Y en realidad, no es una sola máquina, sino dos acopladas: la propia Lcross, una nave redonda, pequeña, pero muy bien equipada, y su cohete Centauro (que a su vez es el último tramo del “Atlas”, el cohete principal que despegó el 18 de junio). Por ahora, la navecita viaja anexada al Centauro (del mismo modo que también iba la LRO, antes de su pronta separación luego del despegue). Y ambos seguirán juntos su gran derrotero orbital hasta que les toque entrar en acción.
Si todo marcha bien, eso será en la mañana del próximo 9 de octubre. Cuando sólo estén a 85 mil kilómetros de la Luna y en plena ruta de colisión, Lcross se separará del Centauro. Y tras una delicada maniobra, se frenará un poco, quedando unos 600 kilómetros por detrás del cohete. El Centauro seguirá su rumbo y, cual kamikaze, el aparato de 2,3 toneladas se estrellará a 9 mil kilómetros por hora contra algún cráter cercano al Polo Sur de la Luna (y no cualquier cráter, sino alguno especialmente elegido por los científicos de la NASA a partir de datos previos aportados por LRO que pudieran sugerir indicios de agua congelada en su interior).
El impacto del cohete –que equivaldrá al estallido de una tonelada de TNT– creará un nuevo cráter en la Luna de unos 20 metros de diámetro y levantará hacia el espacio una nube de 5 o 10 kilómetros de diámetro, formada por cientos de toneladas de rocas y polvo selenita. Durante sus últimos cuatro minutos, la propia Lcross se zambullirá en esa furiosa nube de restos en ascenso y sus instrumentos olfatearán (o no) la presencia de vapor de agua y hielo. Así, Lcross podrá “tocar” el hielo de la Luna, si es que allí está. E inmediatamente después, también se estrellará contra la superficie, no muy lejos del primer impacto, generando otra nube de escombros, aunque menor.
Será el final de Lcross. Y toda la escena será observada, desde una platea preferencial, por su colega, la LRO, cuyos instrumentos podrán analizar ambas nubes de escombros selenitas, a la pesca de las huellas del agua. Decir impresionante es poco.
Pero además de la LRO, aquel 9 de octubre, habrá otros testigos del doble impacto en el extremo Sur de la Luna: el Telescopio Hubble y varios de los monstruos ópticos ubicado en el Observatorio de Mauna Kea, Hawai, como los Keck y el Gemini Norte. Todos juntos intentarán observar, fotografiar y analizar espectralmente las dos “plumas” de roca y polvo, elevándose sobre el limbo lunar.
Incluso, hay buenas chances de que la mayor de las plumas quede a tiro de expectantes astrónomos amateur, experimentados y equipados con buenos telescopios. Imaginémoslo por un momento: estar mirando la Luna y, de pronto, ver una muy pálida y pequeña nubecita elevándose desde su superficie. Y saber que eso fue el resultado de máquinas enviadas hasta allí por el hombre. A más de uno se le erizará la piel.
“De aquí a unos meses sabremos si realmente hay agua congelada en la Luna, y todo lo que eso implica”, dice Vondrak. Y reconoce que gracias a estas dos navecitas, él y muchos de sus colegas están recuperando aquel entusiasmo y aquella misma mística que vivieron hace décadas, en los tiempos de las legendarias Apolo.
Las sondas LRO y Lcross ya empiezan a marcar el camino de regreso a la Luna. Una marcha a la que, seguramente, se irán sumando otras naciones, abriendo de a poco el juego. Y confirmando que la exploración del espacio y la expansión hacia nuevas fronteras es una empresa de la humanidad toda. La Luna espera nuestra vuelta.
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