Sábado, 15 de agosto de 2009 | Hoy
QUIMICA, CONTAMINACION Y SALUD
Dimes y diretes del cadmio, un metal desaforado y terrible, descubierto en 1817 por el químico alemán Friedrich Stromeyer, sospechoso de causar muertes por envenenamiento. En la década del ’60 comenzó a limitarse su emisión a la atmósfera, pero si se toman medidas de precaución oportunas este metal no presentaría un peligro para la salud.
Por Raúl A. Alzogaray
Muchos de los más bellos paisajes de Japón se encuentran en la Prefectura de Toyama. Ubicada en Honshu, la principal isla del archipiélago japonés, la región es una fértil llanura cruzada por ríos cristalinos y rodeada por altas cumbres. Gracias a la energía que extrae de las aguas de montaña, Toyama lidera la industria costera de la isla. También se destaca por la gran calidad de su arroz y por una actividad minera que comenzó hace 1200 años.
Durante buena parte del siglo XX, Japón estuvo en guerra con Rusia (1904-1905), China (1937-1945) y Estados Unidos (1941-1945). Estos conflictos generaron una gran demanda de metales, con lo que el crecimiento de la actividad minera en Toyoma aumentó notablemente para satisfacerla. Y con este impulso económico, la mina de Kamioka, propiedad de la Compañía Mitsui, llegó a ocupar un lugar entre las más importantes del mundo. Pero este gran desarrollo tuvo un aspecto negativo: la minería contaminó el ambiente.
Durante años, la mina de Kamioka arrojó sus desechos en el río Jinzu. Los habitantes de la región bebieron las aguas contaminadas y también las usaron para regar los campos de arroz. Después cosecharon el grano contaminado y se lo comieron. Entonces contrajeron una dolorosa enfermedad.
El dolor comenzaba en las piernas y la columna, luego se extendía a otras partes del cuerpo. Los huesos se deformaban y se rompían; disminuía la cantidad de glóbulos rojos y los riñones funcionaban mal. Hubo 5 mil afectados. Todos síntomas que aparecieron en la década de 1910, pero pasaron varias décadas hasta que se reconoció que se trataba de una nueva enfermedad. Un diario local la llamó Itai-Itai, reproduciendo la interjección que emitían los doloridos pacientes (en castellano sería algo así como “Ay-Ay”). Y finalmente se determinó que los habitantes de Toyama estaban intoxicados con cadmio.
El cadmio es un metal azulado y tan blando que se lo puede cortar con un cuchillo. Lo descubrió en 1817 el químico alemán Friedrich Stromeyer, y le puso ese nombre porque lo extrajo de un mineral llamado cadmia (palabra que deriva del griego Cadmus, nombre del mítico fundador de la ciudad de Tebas). Si se ordenan los elementos químicos que componen la corteza terrestre según su abundancia, el cadmio ocupa la posición 65, un lugar intermedio.
Sus propiedades son parecidas a las del zinc y es habitual que los mineros los encuentren juntos. Uno de los lugares del planeta más contaminado con cadmio son los alrededores de la mina Shipham (condado de Somerset, Inglaterra). En la década de 1970, los alumnos de una escuela local plantaron lechugas en la tierra del lugar y vieron que las hojas de las plantas se volvían amarillas. El suelo contenía 500 veces más cadmio que lo normal.
El Programa para el Ambiente de las Naciones Unidas incluyó al cadmio en su lista de los diez contaminantes más peligrosos. Y encontraron que la principal razón de esa enfermedad era que, por la ingesta de ciertos alimentos, se acumulaba en los seres vivos. Plantas como la lechuga, la espinaca y el repollo lo absorben fácilmente del suelo. También lo absorbe el pasto que come el ganado, así que no tenemos escapatoria: ingerimos cadmio cada vez que comemos una ensalada, un asado, un churrasco, una hamburguesa, una tarta de verdura o una manzana.
En promedio, una persona consume unas 25 millonésimas de gramo de cadmio por día (la Organización Mundial de la Salud www.who.int/es considera peligroso consumir más de 70). Como el intestino no lo absorbe bien, la mayor parte sigue de largo; el resto ingresa al organismo y cuando pasa por los riñones es capturado por ciertas proteínas que lo mantienen inmovilizado durante décadas.
Una persona de 50 años lleva en el cuerpo entre 20 y 40 milésimas de gramo de cadmio. Desde un punto de vista toxicológico es una gran cantidad, pero no afecta la salud porque está “atrapada” en los riñones. Pero si el organismo recibe demasiado cadmio, las proteínas que lo capturan no dan abasto y el funcionamiento de los riñones se altera.
Los fumadores incorporan el doble de cadmio que las personas que no fuman, porque inhalan el que se encuentra en las hojas de tabaco (y los pulmones lo absorben mejor que los intestinos). Si se consume cadmio en grandes cantidades durante un largo tiempo, como hicieron sin saberlo los habitantes de Toyama, aparecen los síntomas de la enfermedad Itai-Itai.
En experimentos de laboratorio se observó que el cadmio produce cáncer en las ratas. Sin embargo, no es cancerígeno en los ratones ni en los hamsters. Todavía no está claro si produce este efecto en los humanos, porque los distintos estudios realizados hasta ahora han dado resultados contradictorios.
El cadmio es tan tóxico como una aspirina, aunque menos tóxico que el monóxido de carbono. Se necesitan varios gramos para matar a una persona. Su forma más peligrosa es el vapor que despide cuando se calienta a más de 321o C.
Los primeros síntomas de la intoxicación se pueden confundir con un resfrío: irritación de garganta, dolor de pecho y tos. Luego aumenta la presión arterial, el cuerpo se debilita, se acumula agua en los pulmones y respirar causa dolor. La ingestión de cadmio provoca náuseas, vómitos, diarrea, dolores musculares y problemas renales. No se conocen antídotos. El único tratamiento disponible consiste en aliviar los síntomas de la intoxicación. Los sobrevivientes tardan meses en recuperar la salud.
Las muertes por envenenamiento con cadmio, ya sean accidentales o intencionales, son muy raras. En 1966, después de un duro día de trabajo en el puente Severn (sobre el río del mismo nombre, en Inglaterra), varios obreros se sintieron enfermos. Todos fueron hospitalizados y uno falleció. Los hombres habían pasado el día aflojando pernos con un soplete dentro de una de las torres de acero del puente. Ignoraban que los pernos habían sido fabricados con una capa externa de cadmio para protegerlos de la corrosión. Sometido al calor del soplete, el cadmio despidió vapores que intoxicaron a los trabajadores.
Para funcionar bien, los seres vivos necesitamos varios metales. El hierro es esencial para el transporte de oxígeno y dióxido de carbono en la sangre; el calcio forma parte de los esqueletos; el sodio y el potasio participan, entre otras cosas, en la formación de los impulsos nerviosos. También son imprescindibles el zinc, el magnesio, el cobre, el estaño, el cromo y unos pocos metales más.
El zinc interviene en diversos procesos relacionados con el desarrollo, la longevidad y la fertilidad. Por su parecido con el zinc, se piensa que el cadmio también podría cumplir alguna función vital, pero por el momento en el cuerpo humano no se le conoce ninguna.
A fines del siglo XX se descubrió que las diatomeas, unas algas microscópicas que viven en la superficie del mar, lo usan con un fin específico. Estas algas necesitan zinc para crecer, pero cuando este metal escasea, lo reemplazan con cadmio y siguen creciendo lo más bien.
En febrero de 2002, John Creamer (de 46 años) y su segunda esposa Jayne Reel (de 37), que vivían en St. Petersburg, en el estado de Florida, EE.UU., viajaron a la cercana ciudad de Orlando dispuestos a festejar el Día de los Enamorados. Se alojaron en un hotel y visitaron los Estudios Universal. Después fueron a cenar y regresaron a su habitación pasada la medianoche. Cuando despertó a la mañana siguiente, John descubrió que su esposa estaba muerta. Los familiares de Jayne dijeron que John la había envenenado. También lo acusaron de la muerte de su primera esposa (cosa que nunca fue comprobada).
En la sangre de Jayne se encontraron un analgésico que estaba tomando, bastante alcohol y una alta cantidad de cadmio. Shashi Gore, el médico forense que intervino en el caso, declaró que la causa de muerte fue envenenamiento con cadmio. John fue arrestado el 17 de diciembre de 2002. Unos meses después, Gore leyó en un artículo científico que la cantidad de cadmio en la sangre de los seres humanos aumenta inmediatamente después de la muerte, porque los órganos donde se encuentra acumulado lo liberan al torrente sanguíneo. El artículo había aparecido en una revista científica estadounidense ocho años antes de la muerte de Jayne.
Gore comunicó la novedad a las autoridades. Exhumaron el cuerpo de la mujer y buscaron cadmio en sus órganos (Gore no lo había hecho). Las cantidades de cadmio resultaron normales. John fue liberado después de pasar 315 días entre rejas por un crimen que no había cometido. Un mes después de la muerte de Jayne Reel, Russell Repine, de 61 años, falleció de un ataque cardíaco en Brush Valley (Pennsylvania), 1300 kilómetros al norte de Orlando. Los restos del hombre fueron sepultados, pero los familiares no estaban convencidos de la causa de la muerte. Acudieron al juez y lo convencieron de exhumar y analizar el cuerpo de Russell. Las pruebas toxicológicas revelaron que contenía una cantidad letal de cadmio.
En los meses siguientes se encontraron altas cantidades del metal en otros cadáveres recientes de la misma localidad. En uno de los cuerpos había 200 veces más cadmio que lo normal. Aunque algunas de las muertes se debieron a causas claramente establecidas (ataque al corazón, obstrucción intestinal), se pensó que un asesino serial andaba suelto y se arrestó a un sospechoso.
A medida que avanzaban las investigaciones, la idea del asesino serial se volvió poco creíble y fue descartada. También se rechazó la posibilidad de que esas personas hubieran estado expuestas a una fuente natural o industrial de cadmio. Una de las últimas hipótesis fue que las muestras de sangre se habían contaminado en el laboratorio donde se realizaron los análisis. El caso nunca terminó de aclararse. Cyril Wecht, un médico forense que no participó en esta investigación pero analizó las evidencias, declaró que los resultados surgieron de una combinación de “mala ciencia, investigación inadecuada y conclusiones apresuradas”.
La atmósfera terrestre recibe 22 toneladas de cadmio por día. El 90 por ciento proviene de la actividad humana; el resto, de los incendios forestales, los volcanes y el desgaste del suelo y las rocas. Las principales fuentes humanas de cadmio son los fertilizantes, el uso de combustibles fósiles y las industrias del hierro y del acero. El cadmio se obtiene como un subproducto de la industria del zinc. Es un buen conductor de la electricidad que sirve para fabricar componentes electrónicos. También se lo emplea para proteger de la corrosión a otros metales como los pernos del puente de Severn.
Cuando se combina con otros elementos químicos, forma sustancias amarillas, rojas o anaranjadas que se usan para colorear plásticos, vidrios y cerámicas. Además es útil para estabilizar plásticos, porque absorbe la luz ultravioleta que los degrada. El 80 por ciento de la industria del cadmio se dedica a la fabricación de baterías recargables que duran más, toleran un mayor rango de temperatura y se recargan más rápido que otras baterías. Las baterías de níquel-cadmio tienen numerosas aplicaciones hogareñas (teléfonos inalámbricos, controles remotos, juguetes) e industriales (iluminación de emergencia, vehículos eléctricos, fuentes de energía de trenes y aviones).
En la década de 1960 se comenzó a tomar precauciones para disminuir la liberación de cadmio al ambiente. En los años siguientes disminuyó la cantidad de cadmio en el agua, el suelo y la atmósfera. También se redujo el consumo involuntario a través de los alimentos. A las fábricas que trabajan con cadmio se les recomienda aplicar estrictas reglas de higiene industrial para disminuir al máximo la contaminación del ambiente. Además, los trabajadores deberían ser sometidos a exámenes médicos periódicos para prevenir riesgos. Donde se cumplen estas medidas, el cadmio ya no constituye un peligro para la salud humana.
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