Sáb 26.09.2009
futuro

CIENCIA, SOCIEDAD Y MENEMISMO: DIALOGO CON SUSANA TORRADO

Lavar los platos

El 24 se cumplieron 15 años de aquel infausto “que se vayan a lavar los platos”, del entonces superministro Domingo Cavallo (¿alguien se acuerda de él?, ¿o más bien de las consecuencias de su política?), dirigido a la socióloga y demógrafa Susana Torrado, que hizo la primera advertencia de que estábamos yendo de cabeza hacia el desastre. Fuimos, efectivamente, hacia un desastre que la sociedad todavía está pagando. Pero, afortunadamente, la ciencia argentina levantó la cabeza... Y marcha.

› Por Ignacio Jawtuschenko * y Leonardo Moledo

Doctora Torrado, se cumplen 15 años de aquel episodio. ¿Cómo lo recuerda?

–Se trata de un suceso que no voy a olvidar nunca, y que quedó de referencia. Pero lo más importante es que, más allá de que Cavallo descalificó y mandó a lavar los platos a una investigadora, los científicos reaccionaron de una manera de la que no recuerdo antecedentes. Respondió como verdadera comunidad.

–¿Que implicó esa respuesta como comunidad?

–Fue una demostración pública de defensa en bloque de la práctica científica y una manifestación clara del respeto que el poder político le debe a toda actividad científica.

–¿Cuál era la situación de las ciencias sociales en aquel momento?

–Empezaba a hacerse evidente que la actividad científica podía ser útil para el diagnóstico del país. Hasta la recuperación de la democracia, las ciencias sociales estuvieron censuradas, perseguidas y refugiadas en los centros privados, con tremendas restricciones de acceso a, por ejemplo, los datos del sistema estadístico nacional, que son un insumo fundamental. Y en los años que van de 1984 a 1994 rehicimos el campo de las ciencias sociales, se recuperó el entramado académico y comienzan a salir al espacio de los medios de comunicación los resultados de los trabajos.

–Y aquel día de septiembre de 1994 a usted se le ocurrió decir que “el Rey está desnudo”... Mejor, tratándose de Menem, pongámoslo con minúscula, “el rey está desnudo”.

–Bueno, yo trabajaba en el Centro de Estudios Urbanos y Regionales, una institución independiente, ubicado en el edificio de la esquina de las avenidas Corrientes y Pueyrredón...

–En el edificio de los 70 balcones y ninguna flor...

–Sí, ese mismo. El periodista Gerardo Young me hizo una entrevista para la radio acerca de nuestras investigaciones y critiqué la tasa de desocupación oficial, dije que era un indicio de las consecuencias que pronto traería el ajuste neoliberal. El ministro Cavallo se enteró de la crítica justo cuando estaba en una reunión con periodistas y allí me desacredita de una manera muy grosera y me menciona como “esa mujer”... Claro, no me conocía.

–Pero además era un mal momento para el Conicet, estaba en duda su supervivencia...

–Sí, así es. Era una situación muy especial, un científico se animaba a contradecir lo que nadie discutía, y encima una mujer. La gente joven del Conicet lo tomó como un insulto a los científicos, más allá de Susana Torrado. A la vez era el Conicet el que venía a señalarle a Cavallo las consecuencias de su modelo económico. Para él resultó insoportable, por eso buscó todas las formas posibles para desacreditarnos. Me acuerdo de un acto muy bueno que llamamos “Enseñándole al ministro”, que funcionó como una radio pública en Plaza de Mayo frente a la ventana de su despacho del Ministerio de Economía; recuerdo que estuvo Pérez Esquivel y otra gente, vino mucha gente a la Plaza y se habló de política, de ciencia y de libertad académica.

–¿Cree usted que la clase media acompañó en esa defensa?

–En primer lugar, “la clase media”, como categoría, me causa problemas. Creo que es necesario entender que lo que se intenta agrupar con la etiqueta de clase media es una sumatoria de grupos muy disímiles. Hay sectores que pueden ser sensibles a atropellos de este tipo y otros que ni se enteran, ni se movilizan. Justamente me estoy abocando a esta problemática: estoy por publicar un estudio acerca de la composición, orígenes, mecanismos de bienestar y vías de movilidad social tanto ascendente como descendente, centrado en las clases medias.

–¿Alguna vez Cavallo la llamó para disculparse?

–No.

–¿Se habrá arrepentido?

–Supe que Cavallo lamenta lo ocurrido, incluso lo dijo en una reunión pública en la Facultad de Medicina. Pero nunca retrocedió, no es una persona de ceder.

–¿Cree que dejó algún tipo de lección a la llamada “clase política”?

–Creo que resultó un avance en hacer entender el rol de la actividad científica. Hacer ciencia no es encerrarse en el laboratorio o sólo sentarse en un cuarto a leer. El rol de la ciencia es clave en la vida de la sociedad, y el científico no es más ese estereotipo de distraído. Como lo demuestra el caso del Indec, su práctica genera información que tiene aspectos sociales y económicos inherentes, que son todo menos abstractos. Hoy en los sectores políticos hay más conciencia respecto de la importancia de la actividad científica. Como lo muestra el conflicto y la intervención política en el Indec, claro ejemplo de la tensión en la relación de los científicos con el poder político, de colisión de la ciencia con los gobiernos de turno, sea del partido que sea. Al respecto, hace décadas que digo que el Indec tiene que ser un ente autárquico y autónomo.

–La pregunta sociológica es: ¿por qué persiste el estereotipo de mujer que lava los platos? ¿Por qué no es unisex?

–Es una construcción cultural que viene de muy atrás, pero está cambiando; creo que cada vez hay más hombres que lavan los platos y más mujeres que ya no quieren lavarlos. Lo que pasa es que hay sectores sociales a los que esos cambios los aterran. ¡Cómo una mujer va a salir de su casa, va a estar todo el día afuera y no se ocupa de sus hijos, de la limpieza, ni le prepara la cena a su marido!

–Pero si tomamos lo que nos decían en la escuela, no sólo no se hablaba de obligaciones domésticas unisex sino tampoco de una Argentina con diferencias étnicas.

–Es cierto, eso se debe a varias razones. Por un lado, durante años, éste fue un país integrado, no estaban las diferencias que se encuentran en México, por ejemplo, entre los indígenas y los inmigrantes europeos. Pero en la actualidad, cuando se comienza a analizar quiénes son los pobres y quiénes no, o quiénes son los que ascienden y quiénes los que se quedan, se advierte que la diferencia étnica viene de muy lejos.

–¿Desde cuándo?

–Diría desde fines del siglo XIX, cuando se define el modelo agroexportador, se expande la pampa húmeda, se empobrece el Norte y empiezan ahí a contar diferencias étnicas entre la población europea y sus descendientes, radicados en zonas urbanas de la pampa húmeda y la población criolla anterior a la recepción de inmigrantes europeos, que se quedó en sus regiones. Recién después, a partir de las décadas del ‘30 y del ‘40, con el proceso de industrialización, la población criolla empezó a moverse y a adoptar pautas de modernización de comportamientos.

–¿Haría falta una mayor toma de conciencia étnica?

–Agregando la variable étnica, se entendería mejor la desigualdad social, porque en las raíces de la desigualdad actual están estas diferencias étnicas. Se entendería además por qué es tan poco fuerte la identidad argentina –que no es de las más fuertes– no sólo porque los inmigrantes no vinieron de Europa sino “de los barcos”.

* Coautor, con Leonardo Moledo (www.leonardomoledo.blogspor.com) del libro Lavar los platos, Capital Intelectual. Algunas de las últimas preguntas están tomadas de ese libro.

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