› Por Nicolas Olszevicki
Aristoteles y la tragedia
Una concepción trágica de la felicidad
Esteban Bieda
Altamira, 232 páginas
Aristóteles escribió sobre absolutamente todo (física, metafísica, moral, poética) y, para ello, se valió de las más diversas herramientas. Una de sus preocupaciones fundamentales, bien acorde con el clima espiritual de la polis de los siglos V y IV, fue la ética o la ciencia de actuar correctamente, disciplina central si tenemos en cuenta que el hombre, para él, es por naturaleza un animal político y, como tal, está condenado a convivir con otros hombres.
¿Cómo fundar una ética? Un buen punto de partida es analizar lo que los propios hombres (esa entelequia llamada “pueblo”) piensan que es lo bueno y lo malo. Eso es, en definitiva, lo que hace Aristóteles. Ahora bien: ¿cómo podemos saber nosotros que eso es lo que hace, visto y considerando que, por una de esas falencias inverosímiles e imperdonables de la ciencia, aún no podemos hablar con los ciudadanos atenienses del siglo V antes de Cristo?
En Aristóteles y la tragedia, Esteban Bieda (licenciado en y profesor de Filosofía Antigua en la UBA) propone la solución: simplemente leyendo a los poetas trágicos, en particular a Eurípides, en quien se encuentran en germen muchas de las nociones de las que luego se valdrá el Estagirita para construir su edificio ético. Dado que la tragedia en el siglo V no es pura estética sino que muestra patrones y situaciones reales del comportamiento social, los poetas se ocupaban de condensar mucho de lo que circulaba en la polis a manera de saber popular.
Con una prosa simple y desornamentada, con una gran precisión en el manejo de las fuentes clásicas (traducidas en su mayoría por él mismo) y con gran habilidad para gambetear el academicismo, Bieda explica la concepción trágica de la felicidad en Aristóteles: de lo que se trata, en definitiva, es de “leer la presencia de ciertos tópicos de la tragedia euripídea en la obra ética de Aristóteles” pero, al mismo tiempo, de contar una historia de la polis ateniense del siglo V, de preguntarse por las posibilidades reales de construcción de una ética y de reflexionar sobre ese coqueteo constitutivo y visceral entre la literatura y la filosofía.
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