EL DESCUBRIDOR Y EL LUCHADOR INFATIGABLE
› Por Matias Alinovi
Salvador Mazza nació en Rauch, en 1886, de padres sicilianos. A los diez años ingresó en el Colegio Nacional de Buenos Aires, y el año del centenario se graduó en medicina. Desde entonces, ejerció con denuedo la medicina sanitaria, una disciplina inventada por su alter ego brasileño, Carlos Chagas: la multitud y la enfermedad orientaron su acción.
Organizó el lazareto de la isla Martín García, en el que los inmigrantes del modelo agroexportador purgaban cuarentena antes de entrar al país, y dirigió el laboratorio que detectaba a los portadores sanos del bacilo del cólera. Participó en campañas de vacunación y modificó la vacuna contra el tifus que por entonces se inoculaba a los conscriptos.
A partir de 1916 emprendió dos largas giras de estudio por países de Europa y de Africa. En Londres, en París, en Berlín visitó centros científicos, interesado en la profilaxis de las enfermedades infecciosas. En la Alemania en guerra conoció a Carlos Chagas, un médico brasileño que algunos años antes había descubierto el agente causal de la enfermedad que lleva su nombre. Mazza volvió al país, y tres años después volvió a partir. En esa segunda gira africana trabajó en el Instituto Pasteur de Argelia, y en Túnez conoció a Charles Nicolle, “el segundo Pasteur”, que se convirtió en un numen personal. Como en una lógica aparte, gobernada por la enfermedad, las vidas de los primeros epidemiólogos –Nicolle, Fleming, Chagas, Mazza– están determinadas unas por otras; velando sobre todas, la figura tutelar de Pasteur.
En 1925 Nicolle viajó a la Argentina para estudiar las patologías regionales y apoyó a Mazza en la creación de un instituto dedicado al diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades endémicas del país. Fue un apoyo decisivo: allí nació la institución más importante que se ocupara nunca de las endemias nacionales, la Misión de Estudios de la Patología Regional Argentina (Mepra). Y la Mepra estudió y combatió el Chagas.
En 1912 Carlos Chagas había presentado en Buenos Aires el resultado de los estudios que había realizado, en Brasil, sobre la enfermedad que había descubierto. Pero no tuvo suerte. Cuando se comprobó que su descripción de la sintomatología era parcialmente errónea, el investigador brasileño se desacreditó ante la comunidad científica argentina, que desde entonces consideró que la presencia en la sangre del parásito que Chagas sindicaba como el agente causal de la enfermedad era, en realidad, casual.
Fue el trabajo minucioso de Mazza en la Mepra –un incansable trabajo de campo en el noroeste argentino– el que finalmente ratificó los descubrimientos de Chagas ante la comunidad científica internacional. Y una vez confirmada la pertinencia de aquellos resultados, Mazza se ocupó de atacar al vector identificado de la enfermedad, la vinchuca.
Pero la acción de Mazza no se limitó ni al noroeste ni al Chagas. Con abnegación de cruzado epidemiológico recorrió el país entero en un vagón de ferrocarril. Dictó clases, estudió, asesoró a los médicos regionales, hizo innumerables extracciones de sangre, exámenes serológicos, cultivos, biopsias, inoculaciones. Las condiciones en las que llevó a cabo esas tareas múltiples fueron previsiblemente precarias, pero eso lo estimulaba. El tren viajó a Bolivia y a Chile.
Hacia el final de su vida, a través de Alexander Fleming, buscó producir penicilina en el país. Lo logró, pero en esa tarea la Mepra nunca alcanzó el apoyo del gobierno nacional. Tres años después, en 1946, murió en México mientras asistía a unas jornadas de actualización sobre el mal de Chagas; se cree que de la misma enfermedad que tanto combatió.
Carlos Chagas nació en Brasil, en la región de Minas Gerais, en 1879. En 1902 se graduó en medicina y obtuvo después el doctorado con una tesis sobre la hematología de la malaria. Su primera intervención magistral en la historia de la epidemiología ocurrió en el puerto de San Pablo, cuando se le encargó actuar en la epidemia de malaria que diezmaba a los trabajadores. Chagas entendió que utilizando el piretro –una planta de alto poder insecticida cuyo principio activo actúa sobre el aparato respiratorio de los insectos– para desinsectar las casas de los trabajadores dismunía la incidencia de la enfermedad. El método improvisado por Chagas se convirtió en el método canónico para prevenir la malaria alrededor del mundo.
Lo extraordinario del caso de Carlos Chagas es el de haber sido el único investigador en la historia de la epidemiología en haber descripto integralmente una nueva enfermedad infecciosa. Chagas descubrió cuál era el agente causal de la enfermedad que lleva su nombre, cuál era el vector –la vinchuca–, y cuáles eran los síntomas.
Esos descubrimientos ocurrieron hacia 1909, mientras combatía una nueva epidemia de malaria, que afectaba a los trabajadores que por entonces construían la línea ferroviaria hacia la ciudad de Belén, en el Amazonas. Chagas notó en la sangre de algunos enfermos la presencia de un parásito, el tripanosoma, y una vez que lo aisló lo inoculó en la sangre de algunos monos, que desarrollaron la enfermedad. Cumplía así con los postulados que Koch había establecido algunos años antes para caracterizar fehacientemente una enfermedad infecciosa.
Murió en Río de Janeiro de un infarto. Tenía cincuenta y cinco años.
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