CHAGAS
› Por Raúl A. Alzogaray
Todos lo sabemos: en gran parte de nuestro país existe un feo insecto que vive en las casas humildes de las zonas rurales. Durante el día se esconde en las grietas de las paredes de adobe y en los recovecos de los techos de paja. Por la noche sale, se alimenta de la sangre de las personas y les transmite un microbio que las enferma para toda la vida.
Al insecto lo llamamos vinchuca, una palabra de origen quechua que significa “dejarse caer” (porque así bajan de los techos cuando salen a buscar comida). A la enfermedad la llamamos Chagas, en honor al médico brasileño que la describió por primera vez hace cien años.
La mayoría de los portadores del microbio no presentan síntomas y a veces ni se enteran de que lo llevan en el cuerpo. Otros sufren trastornos del aparato digestivo, o tienen insuficiencias cardíacas que los llevan a una muerte súbita.
El Chagas no es una enfermedad nueva. El ADN del microbio se encontró en momias de 9 mil años, descubiertas en el desierto de Atacama (norte de Chile).
Entre los siglos XVI y XIX, las vinchucas eran mencionadas en las crónicas de funcionarios, sacerdotes, exploradores y naturalistas. Una de las anécdotas más famosas la contó Darwin en el diario de su viaje alrededor del mundo. En marzo de 1835, mientras pasaba la noche en un caserío al sur de la ciudad de Mendoza, experimentó el “ataque, porque no se lo puede llamar de otra manera, de la ‘benchuca’, el gran bicho negro de las Pampas”. A juzgar por algunos síntomas que tuvo durante la vejez, Darwin pudo haber contraído el Chagas, pero esto no se ha podido comprobar.
A comienzos del siglo XX, mientras participaba en una campaña contra la malaria en la provincia brasileña de Minas Gerais, el médico Carlos Chagas se enteró de la existencia de las vinchucas. En poco tiempo descubrió que estos insectos llevaban un microbio en los intestinos y también lo encontró en la sangre humana. Su primer paciente fue Berenice, una nena que tenía el hígado anormalmente grande (síntoma característico de la enfermedad).
Como muchos de los que llevaban el microbio tenían bocio o cretinismo, Chagas creyó que estas condiciones formaban parte de la enfermedad (hoy se sabe que ninguno de los dos tiene que ver con ella: el bocio es una inflamación de la glándula tiroides; el cretinismo, una deficiencia en el desarrollo físico y mental provocado por el mal funcionamiento de esa glándula).
En 1912, Chagas visitó Buenos Aires y compartió su saber con los científicos porteños. Cuatro años después, Rudolf Kraus, director del Instituto Bacteriológico Argentino (hoy Instituto Malbrán), informó que en el Chaco había encontrado un gran número de vinchucas con el microbio en los intestinos, pero ninguna persona enferma. Se pensó que el clima argentino “atenuaba” al microbio y por lo tanto la enfermedad no se manifestaba en nuestro país. A causa de este razonamiento, durante varios años las autoridades sanitarias argentinas no le prestaron ninguna atención al problema.
Recién a mediados de la década siguiente, un médico argentino llamado Mazza encontró el microbio en la sangre de un perro jujeño y poco después en la de un ser humano.
En 1928, la Universidad de Buenos Aires inauguró cerca de la ciudad de Jujuy la Misión de Estudios Patológicos de la Argentina (Mepra). Su personal estaba integrado por biólogos, bioquímicos, médicos y veterinarios. Uno de sus objetivos era estudiar la que para entonces ya era conocida como enfermedad de Chagas.
El director de la Mepra fue Salvador Mazza, un médico bonaerense que había sido profesor titular en la cátedra de Bacteriología del Hospital de Clínicas de Buenos Aires. También había trabajado en el Instituto Pasteur de Argelia, como discípulo del futuro Premio Nobel de Medicina Charles Nicolle.
A bordo de un vagón de ferrocarril proporcionado por el Estado y acondicionado como laboratorio, Mazza recorrió el país. Estudió las características de la enfermedad, trazó un mapa de su distribución y transmitió sus conocimientos a los médicos de las localidades que visitaba. En poco más de una década certificó más de 1200 casos de Chagas.
Con estos resultados a la vista, los médicos argentinos se empezaron a interesar en el tema. Mientras la comunidad científica internacional dudaba o negaba la existencia de la enfermedad, Mazza y sus colaboradores confirmaron los hallazgos de Carlos Chagas.
La lucha organizada contra el Chagas comenzó en la década de 1950, impulsada por Ramón Carrillo, ministro de Salud de Perón. A esa época se remontan los primeros rociados insecticidas en las casas infestadas con vinchucas. Primero negado, luego subestimado, el Chagas fue finalmente reconocido como un problema nacional.
Todavía no se pudo desarrollar una vacuna para el Chagas. Sólo se cuenta con un par de medicamentos que suelen curar a quienes recién se contagian, pero son menos efectivos a medida que pasa el tiempo. Además producen desagradables efectos secundarios.
La Organización Mundial de la Salud y los expertos en general reconocen que la manera más efectiva de frenar el Chagas es combatir a las vinchucas (aplicando insecticidas para eliminarlas y mejorando las casas para que no tengan dónde esconderse).
Desde la época de Carrillo, la lucha contra el Chagas siguió un patrón cíclico de éxitos y fracasos. En general, cada vez que se lanzó una gran campaña de tratamientos insecticidas se lograron triunfos temporarios. Después, cuando por razones principalmente económicas se interrumpían los tratamientos o se dejaba de vigilar si las vinchucas volvían a las casas, se regresaba al punto de partida o a una situación peor.
En los últimos años se han detectado focos de vinchucas resistentes a los insecticidas en varias localidades de la Argentina y Bolivia. En poco tiempo, los insecticidas que se usaban habitualmente dejaron de ser efectivos. Había que usar otra cosa, pero no era fácil, porque si bien existían muchos otros productos para controlar insectos, su uso en Chagas no estaba aprobado.
Como había que buscar una solución inmediata, se decidió aplicar un insecticida que en otros tiempos se había usado contra la vinchuca, pero ahora estaba en desuso. La estrategia dio resultado. Sin embargo, es un remedio provisorio, porque si no se encuentran nuevas alternativas, tarde o temprano las vinchucas también se volverán resistentes a este otro insecticida.
A lo largo y ancho de América latina existen más de 130 tipos de vinchucas. Casi todos viven en la selva y no suelen picar a los humanos. Se instalan en lugares donde tienen comida a mano, por ejemplo los nidos de los pájaros y las madrigueras de las zarigüeyas.
Unos pocos tipos de vinchucas viven en las casas y son importantes transmisores del Chagas. Estas vinchucas también se establecen en los gallineros y corrales cercanos a las casas. Por eso se recomienda aplicar insecticidas dentro y en los alrededores de los domicilios.
Hay indicios de que si estas vinchucas fueran eliminadas, las que habitan en la selva tendrían la capacidad de mudarse con la gente y convertirse en transmisoras de la enfermedad.
Los perros y otros animales que suelen andar libremente dentro de las casas rurales humildes también son picados por las vinchucas y llevan el parásito en la sangre. De esta manera se convierten en reservorios de la enfermedad.
Si se logra eliminar a las vinchucas de un barrio o una zona rural, hay que vigilar las casas en forma periódica, ya que los insecticidas aplicados en las paredes se degradan al cabo de cierto tiempo y dejan de brindar protección. Cuando eso ocurre, las vinchucas provenientes de otros parajes pueden reinvadir la zona libre.
En este escenario complejo y en cambio permanente, quienes intentan resolver el problema del Chagas se encuentran en la misma situación que Alicia al otro lado del espejo: deben correr todo el tiempo para permanecer en un mismo lugar (es decir, evitar que las cosas empeoren). Y tendrían que correr aun mucho más si quieren ir a alguna parte (mejorar la situación).
El Chagas no escapa a las reglas de juego del mercado. Entre 1992 y 1994, la deltametrina, uno de los insecticidas más usados para controlar a las vinchucas en Argentina, se importaba de Europa. Su precio unitario oscilaba alrededor de los 4,5 dólares. En 1995 apareció en el mercado local un producto insecticida desarrollado por investigadores del Conicet y fabricado por una empresa argentina. Su precio rondaba los 3,5 dólares. Esto hizo bajar el precio de la deltametrina europea a 3,1 dólares.
A veces, los precios parecen depender también del cliente, ya que por aquel entonces, el precio de la deltametrina en Bolivia superaba los siete dólares.
El panorama farmacéutico no es más alentador. Entre 1975 y 2004, las grandes empresas desarrollaron 1556 medicamentos. Sólo 15 de ellos estaban destinados al tratamiento de enfermedades tropicales como el Chagas. Este comportamiento tiene que ver con las características de los clientes. Por un lado, gente muy pobre, sin recursos para adquirir remedios; por otro, gobiernos igualmente empobrecidos, con frecuencia inestables o desinteresados en los problemas sanitarios de sus ciudadanos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha incluido al Chagas en su Lista de Enfermedades Tropicales Descuidadas. Les puso ese nombre porque “no causan epidemias explosivas que atraigan la atención del público y los medios [...] producen una miseria permanente, pero no matan grandes cantidades de gente y no afectan a las naciones saludables [...], persisten exclusivamente en las comunidades más pobres y marginadas, pero han sido erradicadas en otros lugares y por esta razón se las ha olvidado”.
Además del Chagas, la lista incluye el dengue, la lepra, la enfermedad africana del sueño, la leishmaniasis y otras enfermedades menos conocidas. Todas tienen dos cosas en común: causan un serio deterioro físico de por vida y están íntimamente ligadas a la pobreza. En total afectan a más de mil millones de personas, es decir, la sexta parte de la humanidad.
Existen formas de prevenir y detener a varias de estas enfermedades, sólo falta que se destinen los esfuerzos y los medios necesarios para lograrlo. La OMS esgrime a la lepra como ejemplo de lo que se puede hacer. En los últimos veinte años, el lanzamiento de grandes campañas permitió curar a 14,5 millones de personas y librar de la enfermedad a 116 países.
A fines del siglo XX, bajo la supervisión de la Organización Panamericana de la Salud, se lanzaron tres grandes campañas internacionales contra el Chagas: la Iniciativa del Cono Sur (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay), la Iniciativa Andina (Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela) y la Iniciativa Centroamericana (los países de esa región).
Los mejores resultados se obtuvieron en el Cono Sur. En pocos años, Brasil, Uruguay y Chile hicieron disminuir hasta tal punto la cantidad de vinchucas que se interrumpió la transmisión de la enfermedad en sus territorios. Por ejemplo en Brasil, en el año 2000, se inspeccionaron 290 mil casas y en total se encontraron sólo 295 vinchucas (en las zonas más afectadas, una sola casa puede albergar cientos de vinchucas).
El porcentaje de casas con vinchucas en la Argentina disminuyó de 6,1 (1992) a 1,2 (2000). En ese momento se consideró interrumpida la transmisión en varias provincias. En otras, como Chaco, Formosa y Santiago del Estero, sigue siendo un grave problema.
No se sabe con seguridad cuántos enfermos de Chagas hay en nuestro país. Cuando el servicio militar era obligatorio, se analizaba la sangre de todos los convocados para averiguar si tenían Chagas. Así se obtenían datos confiables. Desaparecido el servicio militar, la certeza se transformó en incertidumbre. Hoy, según las fuentes que se consulten, hay un millón y medio, tres, cuatro o seis millones de personas con Chagas.
En 2006 se realizó en Buenos Aires un simposio internacional sobre el control de la vinchuca. Entre los participantes del panel “Historia y futuro de la enfermedad de Chagas, su conocimiento y control” hubo optimismo. La presidenta del panel resumió que, aunque difusa, la situación del control de las vinchucas en el Cono Sur era positiva.
Hoy nadie discute que el Chagas es una enfermedad irremediablemente asociada a la pobreza. También hay una gran coincidencia acerca de las cosas que habría que hacer para detenerla. Algo se ha hecho, pero está lejos de ser suficiente. Para quienes lo padecen, el Chagas sigue siendo una historia interminable.
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