Sábado, 7 de noviembre de 2009 | Hoy
2009: AñO INTERNACIONAL DE LA ASTRONOMíA > REVELADORAS Y PROFUNDAS IMAGENES DE UN CLASICO DEL CIELO
“Es un cofre de piedras preciosas,
de variados colores...”
Sir John Herschel,
astrónomo británico (1792-1871)
No existe libro de astronomía que no hable de la “Caja de Joyas”. Ni existe astrónomo aficionado –al menos de este hemisferio– que no se haya dejado tentar por su innegable e hipnótico atractivo. Se trata de una joven familia de un centenar de soles, perdida a más de 6 mil años luz del Sistema Solar. A simple vista no es más que un pálido manchoncito de luz, pegado a la aún más famosa constelación de la Cruz del Sur. Pero los telescopios la rescatan en toda su gloria y belleza, típicamente astronómica. Y muy especialmente cuando esos telescopios son verdaderamente “premium”: hace unos días se publicaron nuevas imágenes de la “Caja de Joyas” tomadas por algunos de los monstruos ópticos más célebres y poderosos de la actualidad. Incluyendo al Hubble, por supuesto. Son nuevas vistas que no sólo deslumbran sino que revelan aspectos inéditos de este auténtico icono de los cielos australes.
Primero, un poco de historia. La primera referencia explícita a esta pequeña maravilla celeste la encontramos en Uranometría (1603), el notable catálogo estelar del astrónomo alemán Johann Bayer. En realidad, allí se hace referencia a Kappa Crucis, la estrella más brillante de la “Caja de Joyas”, visible a ojo desnudo muy cerca (apenas 1) de la mucho más brillante Beta Crucis, uno de los extremos del palo menor de la Cruz del Sur. Sin embargo, su verdadera naturaleza no fue revelada hasta enero de 1752, cuando Nicolas Louis de Lacaille la observa con un pequeño telescopio desde Sudáfrica y la incorpora a su lista de “estrellas y cúmulos nebulosos”. Por entonces, el astrónomo francés sólo hizo referencia a “5 o 6 estrellas”; pero con el tiempo, los telescopios revelaron que, en realidad, se trataba de una agrupación compacta y con forma de “A”, con varias decenas de integrantes. Una preciosa colección de estrellas, mayormente azules y celestes, pero también amarillas, blancas, y alguna que otra verdosa, todas revoloteando alrededor de la más notable del grupo: justamente, la brillante y anaranjada Kappa Crucis. Ante semejante panorama en el ocular de su telescopio, la cita inicial de John Herschel (hijo de William, el descubridor de Urano) resulta por demás comprensible.
Y bien, resulta que la “Caja de Joyas”, Kappa Crucis o simplemente NGC 4755 (su entrada formal en el New General Catalogue de fines del siglo XIX) es un típico cúmulo abierto. Una agrupación de estrellas que nacieron más o menos todas al mismo tiempo, en una misma zona del espacio, a partir del lento colapso gravitatorio de alguna nube de gas y polvo interestelar (una nebulosa). Las estrellas que forman los cúmulos abiertos son realmente hermanas: tienen un origen común, edades y composiciones químicas muy parecidas, y además, claro, están bastante juntas en el espacio (al menos, mucho más juntas que las estrellas “sueltas” del resto de la galaxia, como el Sol). Con el correr de los millones de años, las estrellas que forman los cúmulos abiertos evolucionan, envejecen, y se van diseminando lentamente, hasta que nada queda de aquella cofradía inicial. Nuestra galaxia, la Vía Láctea, contiene miles de cúmulos abiertos y prácticamente todos se ubican en su plano principal, formando parte de sus grandes brazos en espiral. Ahora, hundiendo sus poderosas miradas en las profundidades de la Vía Láctea, los telescopios del siglo XXI nos acercan a una de esas miles de familias estelares.
Y no es casual: dadas sus características singulares, los cúmulos abiertos son verdaderos laboratorios, donde los astrónomos pueden estudiar y comparar la vida y la evolución de las estrellas. Por su brillo, variedad de estrellas y relativa cercanía (6400 años luz), la “Caja de Joyas” siempre ha sido un objeto de estudio por demás interesante y ahora se lo abordó con una verdadera armada de telescopios: el europeo MPG/ESO, el colosal VLT y el veterano, remozado e invencible Telescopio Espacial Hubble . Cada uno de estos aparatos logró una perspectiva diferente del cúmulo estelar. Y así se armó este mosaico fotográfico, presentado hace unos días por el ESO (Observatorio Europeo del Austral) y la NASA. Vamos por partes: las dos primeras imágenes simplemente nos ayudan a situar la posición de la “Caja de Joyas” en el cielo, allí, junto a la Cruz del Sur. La que sigue, arriba a la derecha, es la foto del MPG/ESO, y nos muestra el cúmulo en un plano cercano, quedando en evidencia su brillante identidad de grupo con respecto al mar de estrellas de la Vía Láctea. Luego, abajo a la izquierda, está la exquisita imagen del VLT, donde claramente vemos el juego de colores de aquel conjunto de soles lejanos. Finalmente, un plano muy cercano del Hubble, centrado en el corazón del cúmulo: nunca antes se hundió tanto la mirada en la “Caja de Joyas”. Pero, además, el Hubble construyó esta vista combinando imágenes visibles, ultravioletas e infrarrojas, mostrando detalles inéditos. ¿Y qué nos dicen las fotos? Lo más evidente, claro, es el contraste entre Kappa Crucis (naranja) y sus compañeras: en realidad, se trata de una “supergigante roja”, una estrella enorme, muy masiva, pero también muy anciana. Es la “abuela” del grupo. Y está quemando sus últimos cartuchos antes de estallar como supernova. Este viejo sol anaranjado alguna vez fue como sus vecinas más notables, esas jóvenes estrellas azules, muy masivas y calientes. Y ellas, alguna vez, dentro de millones de años, serán como Kappa Crucis.
A partir de diversos parámetros (en especial masa, brillo y análisis espectral) los astrónomos deducen que la “Caja de Joyas” tiene “apenas” 15 millones de años. Y que, dentro de otro tanto, todas esas estrellas azules –que hoy le dan ese atractivo y esa silueta tan particulares– se habrán convertido inexorablemente en supergigantes rojas. O directamente ya habrán muerto.
En un futuro no tan remoto en términos astronómicos, la “Caja de Joyas” será un triste páramo de agonía estelar. Todo habrá sido un fugaz episodio en la larga historia de nuestra galaxia. Por eso somos afortunados: nos ha tocado en suerte disfrutar de la breve pero intensa primavera de aquella colección de soles surtidos y amigables. Salgamos a su encuentro. No hace falta el Hubble ni el VLT. Primero ubiquemos a la Cruz del Sur en el cielo. Luego, a la estrella más brillante de su palo menor. Y junto a ella, ayudados por un simple binocular, veremos un compacto triangulito de estrellas. ¿Parecen una “A”? ¿Y hay una anaranjada en el medio? Sí, allí está el auténtico “cofre de piedras preciosas” de la Vía Láctea.
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