› Por Mariano Ribas
Hace varios meses, aquí mismo, comenzamos a hablar de la misión Lcross de la NASA (ver Futuro 27/6/09), esa suerte de kamikaze lunar cuyo objetivo central era, precisamente, demostrar, de una buena vez, que ciertos pálpitos de la geología planetaria estaban muy bien encaminados. Porque al igual que sus vecinos –la Tierra incluida–, la pobre Luna fue duramente castigada por el impacto de asteroides y cometas a lo largo de miles de millones de años, y muy especialmente en sus comienzos. Y parte de los materiales de aquellos proyectiles cósmicos, y muy específicamente agua congelada (que forma buena parte del cuerpo de los cometas), aún podría estar en ciertos y muy específicos lugares de la superficie selenita.
Y está: en la mañana del 9 de octubre, el cohete Centauro de la misión Lcross, con sus más de dos toneladas, se estrelló a más de 9000 km/hora contra el piso de un cráter muy cercano al Polo Sur selenita. Y en cuestión de segundos, abrió un nuevo cráter de 20 metros, levantando una nube de escombros que fue inmediatamente analizada por la “nave madre” del dúo (que le seguía el rastro muy de cerca, y que, minutos más tarde, también impactaría contra la Luna). Esos pocos minutos de observación, transmitidos a la Tierra “en vivo”, fueron suficientes para acumular pilas de datos que, poco a poco, fueron desmenuzados y digeridos por los expectantes científicos de Lcross (que, es hora de aclararlo, es la sigla de Lunar Crater Observation and Sensing Satellite). Finalmente, a mediados de este mes, y en una muy anunciada conferencia de prensa, se conoció el veredicto. Y la noticia dio la vuelta al mundo como un rayo.
Ahora que los fuegos artificiales mediáticos ya se han apagado (y que, por qué no decirlo, aportaron confusión, y trivializaron el tema) es tiempo de análisis. De mirar la cosa en su conjunto, en su verdadera y profunda dimensión. Conocer detalles y antecedentes. Y por supuesto, pensar en las implicancias de este importantísimo descubrimiento científico. Y también, claro, asomarse a lo que vendrá. Qué mejor, entonces, que conversar de primera mano con el doctor Anthony Colaprete (Ames Research Center, NASA), principal investigador de la misión Lcross.
–Hace más de 40 años, incluso antes de la “Era Apolo”, algunos científicos comenzaron a considerar la posibilidad real de que en el piso de algunos cráteres polares de la Luna, donde la sombra es eterna, podría haber depósitos de materiales volátiles. Entre ellos, agua.
–Clementine hizo las primeras mediciones topográficas de la Luna y confirmó que, realmente, había cráteres polares cuyos pisos estaban total o parcialmente a oscuras...
–Sí, mediante estudios de ondas de radar, Clementine descubrió que el fondo del cráter Shackleton, en el Polo Sur de la Luna, era altamente reflectivo a esas ondas. Y eso podía ser el resultado de la presencia de altas concentraciones de hielo de agua.
–Esa nave llevaba un espectrómetro de neutrones y con ese instrumento se descubrieron altas concentraciones de hidrógeno en ambos polos lunares.
–No. Lunar Prospector no pudo determinar en qué forma estaba todo ese hidrógeno lunar, si formando parte de agua o bien integrando otros compuestos.
–Sí, Chandrayaan-1 llevaba el Moon Mineralogical Mapper, también llamado M3. Y con ese aparato la nave detectó una muy amplia distribución de oxidrilo (OH) en la Luna y hasta pequeñas cantidades de hielo de agua. El problema es que M3 sólo pudo estudiar lugares iluminados por el Sol, pero no el interior de los cráteres polares.
–Lo elegimos después de considerar una larga lista de factores. Por empezar, las observaciones de Lunar Prospector, en 1998, y del LRO, actualmente en órbita lunar, nos mostraban concentraciones muy altas de hidrógeno en el fondo de Cabeus.
–Cabeus también nos ofrecía una buena chance para que la nube de escombros, provocada por el impacto de Lcross pudiera elevarse y alcanzar la luz solar. Además, ese cráter reunía otros requisitos, como muy bajas temperaturas y piso chato para el impacto.
–Sí, la “pluma” del impacto fue menos brillante de lo que esperábamos. Pero no tanto. Lamentablemente, los gráficos y simulaciones previas fueron hechos mucho antes, y por personas ajenas a Lcross. Nosotros intentamos bajar las expectativas, pero poco importó, porque el titular de “bombardeo a la Luna” ya circulaba por todas partes y eso alimentó falsas expectativas.
–La nave que iba detrás del cohete que se estrelló utilizó dos espectrómetros para estudiar la nube que levantó el impacto, uno infrarrojo y otro ultravioleta y visible. En el caso del infrarrojo, pudimos ver cambios en la absorción de la luz solar que son típicos y únicos del vapor de agua. En el caso del espectrómetro ultravioleta y visible detectamos la presencia de oxidrilo (OH), un producto resultante de la fotólisis del agua. Son dos identificaciones independientes de la presencia de agua.
–En realidad, un poco más. De todos modos, esa cantidad es tan sólo lo que pudimos medir en el campo de visión de nuestros instrumentos. Además, tampoco sería el total de agua excavada por el impacto, sino apenas el vapor de agua que alcanzó a ser iluminado por luz solar.
–Es demasiado temprano para decirlo. Pero ése es justamente uno de los resultados finales y más importantes que nos dará esta misión.
–Varias. Por empezar, los hallazgos de Lcross confirman que los cráteres oscuros de la Luna son algo así como “cápsulas del tiempo”, lugares donde se han ido acumulando materiales volátiles a lo largo de miles de millones de años...
–Ciertamente lo es. Porque si logramos entender la cantidad y variedad de todos esos compuestos, incluyendo el hielo de agua, podremos echar luz sobre la historia y el clima en toda la zona interna del Sistema Solar. Y muy particularmente en el sistema Tierra-Luna.
–Así es, estos primeros descubrimientos pueden ser la guía para planear futuras misiones y para permitir una presencia humana extendida en la Luna. Es increíblemente caro y difícil llevar un kilo de agua, o de cualquier cosa hacia la Luna. De hecho, esos costos técnicos y económicos limitan la calidad y cantidad de misiones espaciales...
–Claro, porque las futuras misiones a la Luna van a requerir de la utilización de recursos más allá de la Tierra. Y el agua congelada de la Luna es uno de los recursos que los astronautas podrían utilizar in situ...
–Y también para desarrollar los medios y la confianza que nos permita explorar aún más allá...
–Marte.
–La verdad es que hacen falta más misiones como Lcross. Sólo hemos tomado una pequeña muestra de un parche de la Luna y no podemos pensar en otro tipo de misiones antes de confirmar la unicidad o no de ese sitio de impacto.
–Hay varias posibles direcciones hacia donde ir. Una sería enviar un vehículo de descenso que busque agua congelada in situ. También podría ser una misión que tome muestras del suelo lunar y luego las envíe de regreso a la Tierra. En todos los casos, el objetivo final será conocer con mucha mayor precisión la cantidad y distribución, en extensión y profundidad, del hielo de la Luna.
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