Sáb 12.12.2009
futuro

UN MUNDO QUE FUNCIONA A ENERGIA RENOVABLE

Veinte años no es nada

Más allá de las buenas intenciones, por primera vez se están organizando proyectos realmente acabados para transformar la actual matriz energética dependiente de combustibles fósiles por otra renovable. Un proyecto de dos científicos estadounidenses explica qué hace falta para mover el planeta sobre la base de energía verde y por qué es necesario hacerlo.

› Por Esteban Magnani y Luis Magnani

Los años pasan y el calentamiento global finalmente parece haberse aceptado como un hecho en la comunidad mundial; seguir negándolo (al menos discursivamente) ya tiene un costo en las urnas que cada vez menos políticos están dispuestos a pagar. Si bien éste ha sido un paso adelante, se sabe que del dicho al hecho el camino es, como mínimo, sinuoso. Es que las medidas concretas hacia una solución del problema a mediano o, si llegamos, largo plazo, siguen siendo excepciones dignas de la atención mediática más que parte de un plan sistemático.

Lo cierto es que la dirección parece, más bien, ser la contraria, si se tiene en cuenta que EE.UU. se sigue embarcando en costosísimas guerras para mantener el control sobre el petróleo, una medida no ya de dudosa racionalidad ecológica sino incluso económica (a menos que se considere positivo el impacto de tanto “keynesianismo bélico”).

Como sea, un nuevo capítulo se inicia en las negociaciones mundiales hacia un mundo motorizado por energías renovables, lo que abre un tanto las puertas del optimismo. Luego del valor casi testimonial (aunque no despreciable) que tuvieron los encuentros de Kioto, ya empezó en Copenhague una nueva Cumbre del Clima en la que se esperan resultados más concretos y una decisión política global que ataque el problema.

Más allá de distintos experimentos interesantes en la materia, algunos de ellos publicados en Futuro en los últimos años, las preguntas globales siguen sin respuesta: ¿Es posible que el mundo pueda funcionar con energía renovable? ¿Con qué costo de tiempo y dinero?

Sin embargo, las preguntas siguen siendo válidas y para responderlas el ingeniero ambientalista Mark Jacobson, de la Universidad de Stanford, y el investigador Mark Delucchi, de la Universidad de California, realizaron un estudio global de reciente publicación en la prestigiosa revista Scientific American. En él explican que sí es posible, al menos técnicamente, lograr en 20 años una matriz energética ciento por ciento renovable y dan bastantes detalles sobre cómo hacer para conseguirlo. Difícil e improbable, es cierto, pero no imposible.

DEL DICHO AL HECHO...

El discurso de los ambientalistas suele estar empedrado de buenas intenciones, pero no resulta convincente porque parece algo ingenuo y principista. Preguntas más prácticas como: “¿cuánta energía consume la Humanidad?” o “¿cuánta energía puede producirse con los combustibles renovables?” no son de fácil respuesta. Por eso el estudio de Jacobson y Delucchi representa un gran salto para la discusión, porque aporta datos concretos para un punto de partida de una discusión más puntual.

El primer paso fue reconocer que algunas energías verdes pueden tener efectos secundarios durante su producción y aun después de instalados, algo a tener en cuenta.

La humanidad consume aproximadamente unos 12,5 terawatts (TW, según la nomenclatura internacional, es decir, 12,5 por diez a la 12ª potencia), de acuerdo con la información brindada por la Administración de Información sobre Energía de EE.UU.. Algo más, 16,9 TW, serán necesarios en 2030.

Si sólo se usara electricidad, la ecuación sería bastante menor ya que ésta resulta bastante más eficiente que la combustión; por ejemplo, cerca del 80 por ciento del combustible de un auto se pierde como calor, contra el 20 o 25 por ciento del motor eléctrico. El abandono de los combustibles fósiles permite pensar que, en 2030, si las energías son renovables, sólo se necesitarán 11,5 TW. Lo cierto es que, en la actualidad, la producción eólica no llega a los 0,02 TW, y la solar a 0,008 TW, porciones insignificantes del total.

Justamente es de la primera fuente mencionada de donde Delucchi y Jacobson aspiran a obtener la mayor parte: en su modelo, el viento sería responsable de producir el 51 por ciento de la energía global. El motivo de esta prioridad es que se trata de una energía más barata y los molinos que se necesitan son de fácil producción y mantenimiento.

Si bien esto implicaría producir 3,8 millones de molinos de 5 MW cada uno, una cifra que impresiona, el informe la compara con los 73 millones de autos que se producen anualmente en el mundo. La tecnología necesaria para fabricar estos últimos, con todas sus variedades, es mucho más compleja que la necesaria para molinos estándar.

Los autos tienen compradores de a millones. ¿Quién compraría los molinos? Por lo pronto, paradójicamente, en la concreción misma del plan está su viabilidad económica: al multiplicar la producción de estos sistemas su costo descendería radicalmente.

Si bien la energía solar resulta algo más cara, no puede compararse con el precio al que llegó el petróleo ni al que llegará cuando su escasez pase a ser estructural. Los paneles solares, según los investigadores, deberían producir el 40 por ciento de la energía planetaria con 89 mil células fotovoltaicas ubicadas en los techos de los edificios, lo que, a su vez, reduciría los costos y el derroche producido por el transporte de energía, ya que la mayor parte se consumiría en casa. El 10 por ciento restante provendría de centrales hidroeléctricas, de las cuales sólo falta actualmente un 30 por ciento para completar la cuota. Vale la pena mencionar que el tan mentado biodiésel es descartado de plano porque su impacto ambiental es apenas menor que el de los combustibles fósiles, sin contar el hambre que provocaría el hecho de dedicar alimentos a autos en lugar de a estómagos.

Desde el punto de vista estadístico el desafío no es imposible, pero ¿hay suficientes insumos para producir los molinos y las células fotovoltaicas? Algunos de los elementos necesarios para producir las células fotovoltaicas, como la silicona cristalina o la plata, pueden escasear si se las usa masivamente, aunque existen materiales alternativos en experimentación. Incluso el reciclado de los elementos de reservas escasas puede ser solución en el largo plazo: las baterías nuevas se podrían producir con otras viejas.

En cuanto a la continuidad del flujo energético, se cree que reservando el agua para los momentos de poco sol y poco viento puede mantenerse un nivel aceptable. También podría experimentarse con plantas geotérmicas u otras fuentes renovables que permitan bajar los costos y dar más estabilidad a la matriz.

El costo de construir semejante infraestructura fue calculado en 100 billones de dólares, que equivale a 10 veces el costo de mantener la matriz energética actual, si se invierte en la construcción de 13 mil nuevas centrales que funcionen a carbón. Si bien la diferencia es abrumadora, se reduce si se incluyen en la ecuación los ahorros en salud y en reparación de daños provocados por desastres naturales. Sin contar la no-extinción de la humanidad como especie. En cuanto al costo global, permitiría llevar el costo del KW de energía eólica de siete centavos de dólar a cuatro en 20 años, mientras que la solar sería siempre un poco más cara. Por el contrario, el costo promedio del KW no renovable se espera que suba de 7 a 8 centavos en las próximas décadas.

En semejante proyecto no podía quedar afuera el factor político, ingrediente fundamental e imprescindible para llevar adelante semejante giro. Si bien la experiencia de Kioto genera escepticismo, también es cierto que hay una mejor disposición a aceptar el cambio por parte de algunos políticos.

El plan que proponen Jacobson y Delucchi incluye subsidios a energías verdes e impuestos a los combustibles fósiles, por lo menos hasta que los primeros se vuelvan competitivos por una cuestión de escala. Por lo pronto, las serias dificultades que tienen políticos supuestamente poderosos para instalar medidas modestas, como es el caso de Barack Obama y su plan de salud, permiten vislumbrar que incluso la decisión política puede ser insuficiente para lograr instalar el proyecto.

LO DICHO Y LO HECHO

¿Qué experiencias respaldan la posibilidad de que una propuesta tan ambiciosa se concrete? Las posibilidades de que los países se unan detrás de un objetivo global no parecen muy cercanas.

Sin embargo, la tecnología para construir las plantas está lista, aunque el camino no está flanqueado por rosas, más bien lo está por una realidad política fría. El principal apoyo a estas ideas deriva de la endeble Unión Mediterránea, una alianza de países con costas en ese mar, motorizada por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y a la que la Unión Europea mira con escepticismo. Tan es así que el primer proyecto anunciado por el ente fue un plan solar mediterráneo basado en ideas como las de Knies.

Sin embargo, la invasión de la Franja de Gaza ha instalado un clima antiisraelí en toda la región que ha hecho desertar a algunos socios. Como resultado, las compañías aseguradoras no quieren entrar en un proyecto tan riesgoso y las empresas no quieren entrar sin seguro. De modo que hasta que la situación política no se aclare, el objetivo estará lejos, y es la Unión Mediterránea la única que puede lograr un cambio en este sentido. Para eso ha creado equipos de trabajo que propongan las regulaciones que se necesitan para que la energía fluya sin problemas.

KEYNESIANISMO ECOLOGICO

La llave parece, en principio, seguir en manos de grandes corporaciones económicas y políticas. Tal vez el momento sea ideal, ya que la crisis ha demostrado que los países desarrollados están dispuestos a meter mano en el mercado cuando las cosas se ponen difíciles. Menos auspicioso resulta ver el poder de los lobbies petroleros y bélicos, dispuestos a boicotear cualquier plan de envergadura que llegue a los congresos locales. Tal vez algunos países más permeables a los deseos de poblaciones preocupadas por la ecología puedan mostrar el camino. En cualquier caso, entre el escepticismo y la esperanza, la existencia de un mapa que discute pasos concretos es una buena señal.

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