Sáb 21.09.2002
futuro

Guerra y ciencia

Por Martin De Ambrosio

Esta vez, la música del Café Científico tuvo la estructura de una aria. Debido a la ausencia del licenciado en Biotecnología Martín Lema, fue Diego Hurtado de Mendoza, doctor en Física y profesor adjunto de Historia de las Ideas Científicas de la Universidad de General San Martín, quien expuso en solitario. Se podría decir que se trató de un aria wagneriana, con la guerra como leit motiv... Los dilemas de la ciencia y la guerra –no sólo en tanto que entes abstractos sino también en relación a cómo actuaron los científicos ante la guerra– fueron los temas que trató Diego H. de Mendoza, tanto en la exposición inicial como en la habitual ronda de preguntas. (El próximo Café Científico tendrá como tema “ADN: ¿qué pasó con la clonación?” y será el 15 de octubre, como siempre en la Casona del Teatro, Corrientes 1979.)

Sinfonia para uno
Diego H. de Mendoza: Mi intención es comentar la relación entre ciencia y guerra, a partir de un pantallazo histórico, desde el siglo XVII hasta la Segunda Guerra Mundial. Y elijo el siglo XVII porque es el momento en que nace la ciencia moderna, lo que los historiadores llamaron “revolución científica”. Me gustaría partir de una pregunta que no voy a responder pero que sirve para darle un marco a la charla: ¿hay algún tipo de “connaturalidad” o parentesco entre la ciencia y la guerra? Dicho de otra forma, ¿la ciencia posee algún tipo de atributo que, o bien la haga neutra o bien buena a priori, o bien incompatible con amenazas para la humanidad (como la enfermedad, el hambre, la muerte y la guerra, para nombrar las cuatro plagas del Apocalipsis)?
Veamos. En general, cuando se habla de “la ciencia y la guerra” suele venir a nuestras cabezas la imagen de la ciencia produciendo tecnología bélica. Sin embargo, la relación es más diversa, multifacética, y en algunos casos muy sutil; a veces, es difícil de detectar. Por eso, me hice una pequeña lista, arbitraria, de posibles formas de ver la relación.
1- En el primer caso vemos a Galileo intentando promover el telescopio como instrumento militar.
2- Se ve también, desde comienzos del XVIII, en las expediciones científicas, y más que nada con la instalación de observatorios como parte de la expansión colonial europea. En ese sentido, uno puede entender a la cartografía y la astronomía como elementos tácticos fundamentales, no relacionadas directamente con la guerra, pero sí con otro tipo de actividad militar.
3- Alfred Nobel, santo patrón de la excelencia científica, que hizo su fortuna como inventor de la dinamita y donó estos fondos para establecer los premios Nobel, como bien se sabe.
4- Este es un ejemplo más clásico: el papel central de los físicos en las telecomunicaciones (telégrafo y teléfono) y de los químicos en el diseño de explosivos y gases durante la Primera Guerra. Indudablemente, esta guerra elevó el estatus de los científicos del lado triunfador. Lo contrario pasó en Alemania, donde incluso muchos llegaron a culparlos de la derrota.
5- Incluso en el nivel de la metáfora puede encontrarse la relación entre ciencia y guerra. El biólogo evolucionista Julian Huxley (1887-1975), nieto del ferviente darwinista Thomas Huxley, en su libro Evolution: The Modern Science, sostuvo: “La relación entre depredador y presa en la evolución se parece en cierto modo a la que se da entre los métodos de ataque y de defensa en la evolución de la guerra”. Esta idea se anticipa a lo que los evolucionistas actuales llaman “carrera de armamentos”, una metáfora que se inspira en la semejanza entre la competencia de animales y la que se da entre naciones. Richard Dawkins, el autor de El gen egoísta, en otro libro (Relojero ciego) utiliza esta misma metáfora.
6- El programa espacial norteamericano se pone en marcha en la posguerra a partir de la captura de algunos ejemplares del cohete alemán V-2. Este sería un ejemplo inverso: a partir de un uso militar de tecnología se le da un uso civil, como el programa espacial norteamericano. Y es nada menos que la exploración del cielo con instrumentos in situ.
7- El último ejemplo está tomado de las matemáticas, y me lo prestó el matemático Ricardo Miró. La teoría de los juegos de Von Neumann, aparentemente inaplicable y abstracta, termina teniendo un papel central en cuestiones que tienen que ver con la definición de estrategias, dentro del marco de la Guerra Fría.
Cada uno de estos ejemplos intenta marcar un modo distinto de establecer un vínculo entre la ciencia y la guerra. Que van desde la metáfora hasta la ciencia como productora de tecnología que después va a fines pacíficos.

Cerca de la revolucion (cientifica)
Diego H. de Mendoza (continúa): Ahora quiero sí meterme en el siglo XVII, en plena revolución científica. Thomas S. Kuhn –ese filósofo norteamericano que tanto revuelo causó con sus paradigmas– decía que uno de los componentes originales de la revolución científica del siglo XVII es la “ciencia baconiana”. Kuhn alude a la figura de Francis Bacon -nacido en 1561– como gran difusor y propagandista de una nueva concepción del conocimiento como empresa cooperativa, fuertemente experimentalista y con fines utilitarios, como rasgo primordial. Desde este punto de vista, para Bacon, la actividad de los científicos debe apuntar a arrancarle a la naturaleza sus secretos, a ponerla en situaciones en las que la naturaleza no se coloca espontáneamente. Un ejemplo fue la máquina neumática o bomba de vacío: se ponía a la naturaleza en un estado que ella misma "aborrecía", como el vacío, y a partir de ahí se veía qué pasaba con un pajarito o una planta dentro de la máquina. O también con el barómetro, que permitía hacer visible lo que es invisible, como es la presión atmosférica. A este trato con la naturaleza, Bacon lo llamaba “retorcerle la cola al león”. Así, la ciencia marca el poder del hombre sobre la naturaleza. (Antes de esto, los productores de innovaciones técnicas eran los artesanos y los ingenieros inventores, como Leonardo o Bruneleschi; científicos e “ingenieros” que se llevaban bastante mal y se despreciaban mutuamente.)
Asumiendo el programa de Bacon como guía, nacen las sociedades científicas. En 1660 se creó la Royal Society de Londres. Entre sus objetivos inmediatos, junto con la navegación, minería y metalurgia o la industria textil, se encuentran las cuestiones de tecnología militar: mejora de armas, relación entre la longitud del arma de fuego y el alcance de la bala, el fenómeno del culatazo, experimentos con pólvora, también la compresión y expansión de gases, resistencia y elasticidad de metales, trayectoria de un proyectil, movimiento de cuerpos a través de un medio que ofrece resistencia, etc. Estos son algunos de los problemas en relación con la guerra. ¿Por qué digo todo esto? Bueno, porque con la ciencia moderna nacen las sociedades científicas que tienen entre susprioridades cuestiones militares o bélicas. Hay una relación casi directa entre una y otra cosa.
Y esto de relacionar ciencia con desarrollo tecnológico, que a nosotros nos parece tan normal, recién nace en esta época. Pero habrá que esperar hasta el siglo XIX para la madurez de esta simbiosis, con ramas de la ciencia como la electricidad, la química y la termodinámica, que son los tres ejemplos más notables de la ciencia como plataforma para la producción de tecnología.

La guerra moderna
Diego H. de Mendoza (continúa): Es a partir de este momento que la relación ciencia-guerra va a ir en aumento, mostrando toda su potencialidad, por primera vez y de manera dramática, durante la Primera Guerra Mundial. Hay ejemplos de muchos aportes: tanques, aeroplanos, gases, químicos, explosivos de gran variedad, pero más que hablar de la Primera Guerra y cómo actúan esos inventos me parecía más interesante ver cómo piensan y qué dicen como comunidad los científicos después de finalizada la Gran Guerra. Es que en el período de entreguerras el científico descubre el “pecado original” de la ciencia, esto es, su poder destructivo. Cambia el marco del siglo XIX, cambia esa retórica positivista de progreso, de que la ciencia iba a brindar soluciones a todos los problemas, de hambre, enfermedades, etc. Así había empezado el siglo XX, hasta que la Primera Guerra empezó a cambiar esas ideas. Es notable que en esa guerra los científicos fueron al frente, como soldados, y recién después, a mediados de la contienda, los químicos son retirados y puestos a trabajar como químicos, por la importancia de los gases y los explosivos.
También hay que tener en cuenta fenómenos como la Revolución Rusa y el surgimiento de los totalitarismos (nazismo y fascismo); la migración de científicos y su creciente politización es característica de este momento; hay un descubrimiento del rol social que debe cumplir el científico. En este sentido, en los años treinta, científicos británicos crearon el Grupo de científicos contra la guerra, organización de izquierda radicada en Cambridge. En este grupo están John Bernal (cristalógrafo e historiador de la ciencia), Hardy (matemático), Paul Dirac (físico) y Needham (embriología química). Esta politización está, entre otras razones, motivada por la creencia de que los legos (incluidos, básicamente, los políticos) desconocen el potencial de la ciencia moderna. De este período es la obra muy representativa de Bernal, La función social de la ciencia (1939), en la que se propone una planificación de la ciencia dentro de la sociedad. En paralelo, el filósofo Michael Polanyi opuso una Sociedad para la libertad de la ciencia, atacando el concepto de planificación. Karl Popper también tuvo un punto de vista semejante, decía que a los científicos hay que darles libertad absoluta y mantenerlos lejos de la órbita de la autoridad. Sin embargo, más allá de estas enardecidas polémicas, la Segunda Guerra barrió con las apologías de la libertad académica y los científicos fueron movilizados –como tales– con objetivos militares. Ya se va teniendo una idea del poder de los científicos para la guerra, y que su poder no radicaba precisamente en lo que podían hacer en el frente. Serían movilizados de modo central y participarían de la guerra en tanto que científicos.
Volviendo a la década del 30, existieron varios argumentos que se dieron para justificar cómo el hombre podía haber hecho las cosas que hizo durante la Gran Guerra, cuando antes se jactaba de tener una ciencia que iba a solucionar todos los problemas. Quiero especialmente señalar una que decía que había cierto “atraso cultural”, porque el hombre no estaría éticamente preparado para la tremenda responsabilidad de controlar lanaturaleza. Una versión de esta idea fue formulada por el filósofo R. G. Collingwood, quien sostuvo a fines de los ‘30 que el hombre aumenta su control sobre la naturaleza en la misma medida en que disminuye su control sobre los asuntos humanos o sociales. El propio Bernal, desde una postura de izquierda, marxista, vio las causas de la guerra y el uso anómalo de la ciencia en la decadencia del capitalismo y no en la naturaleza humana o en el nacionalismo.
Dentro de este panorama predomina la idea de que el hombre está muy desarrollado en lo cognitivo pero en lo ético viene retrasado. Hoy se sigue polemizando sobre esto, y muchas veces en términos parecidos, y pensando cómo corregir este problema.

Punto final
Diego H. de Mendoza (continúa): A modo de conclusión, voy a señalar algunos puntos. Uno, la ciencia moderna nace vinculada a una concepción agresiva del conocimiento que pone el acento en cuestiones como el poder y el control. Dos, los casos mencionados intentan mostrar que la ciencia es una actividad hecha por hombres, con vínculos indisolubles con la dinámica social y que reificar la ciencia –pensarla como objeto aislado de estudio, como conocimiento y no como práctica social– puede llevar a plantear las preguntas equivocadas o descontextualizadas o a simplificar las respuestas.
Resumiendo, la guerra desde siempre incidió sobre lo político y lo económico. La ciencia, desde mediados del siglo XIX, también pasó a ser una fuerza primaria como propulsora de desarrollo económico. La historia del siglo XX confirma que a medida que la ciencia aumenta su incidencia en lo económico se produce un aumento de la dependencia mutua entre la ciencia y la guerra. Ciencia y guerra confluyen e integran el campo político-económico. Y estoy pensando en la relación entre la Nasa y el Pentágono, dos monstruos casi fusionados. Desde los programas espaciales hasta sus nuevas investigaciones en genética y otras, ya casi no puede la Nasa moverse con independencia de los planteos del Pentágono, en términos de estrategias de corto, mediano o largo plazo. Y este es sólo un ejemplo.

Preguntas y respuestaS
–Se nombró un poco de pasada el Proyecto Manhattan que derivó en la bomba atómica, pero ¿todos los científicos eran conscientes de lo que estaban haciendo?
–Hay muchas versiones al respecto. Parece que tenían a la gente trabajando en compartimientos estancos, de modo que no todos sabían lo que pasaba, salvo los líderes del proyecto, como Oppenheimer. Pero no cabe duda de que los que manejaron la teoría, los que manejaban el asunto de la fisión nuclear, el plutonio y uranio, eran bien conscientes de lo que estaban haciendo.
(En ese momento, alguien pidió la palabra y dijo: “Quería agregar que, normalmente, cuando se habla del Proyecto Manhattan se olvida decir que ellos no sabían si Heisenberg y los suyos iban a poner pronto una bomba en manos de Hitler. Ese es un elemento que hay que recordar; los físicos norteamericanos trabajaban teniendo en cuenta el fantasma de que la bomba pudiera ser usada por Hitler. Y si Hitler hubiera tenido la bomba atómica la historia sería diferente, y muchos de los que estamos acá no estaríamos, entre otras cosas”.)
–¿Tiene alguna sugerencia para salvar aquella brecha –a la que se refirió– del ser humano entre la inmadurez ética y la capacidad de dominio de su conocimiento?
–No.

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