LA SONDA DEEP IMPACT (NASA) VISITO AL SORPRENDENTE HARTLEY 2
En marzo de 1986, cuando todo el mundo estaba pendiente de la visita del cometa Halley, un astrónomo británico, con un apellido curiosamente parecido, sacaba de las sombras a otro cometa. El pasado 20 de octubre, el cometa Hartley 2 pasó cerca de la Tierra y fue visitado por la sonda Deep Impact, dejando muy buenas imágenes para los fanáticos, especialistas y no tanto.
› Por Mariano Ribas
Malcolm Hartley estaba revisando unas placas fotográficas, tomadas con uno de los telescopios del Observatorio Siding Spring, en New South Wales, Australia. Y de pronto, la sorpresa: “Encontré un pequeño objeto, con ese resplandor difuso que delata a los cometas”, recuerda. Su criatura recibió el nombre de Hartley 2 y se sumó a su lista de hallazgos (sólo en la década del ‘80, este “cazacometas” descubrió ocho). Poco más tarde, y tras varias observaciones, se supo que el Hartley 2 tenía una órbita de apenas 6,5 años en torno del Sol. Y eso lo colocó entre los cometas de período más corto conocidos. Hoy, un cuarto de siglo más tarde, Malcolm Hartley está viendo a su cometa como jamás lo hubiese soñado: hace unos días, la misión Epoxi, de la NASA, tuvo un encuentro cercanísimo con el Hartley 2. Y transmitió una ráfaga de sorprendentes imágenes y copiosos datos que los astrónomos recién comienzan a digerir. Material riquísimo que puede echar luz no sólo sobre la naturaleza más profunda de estas “bolas de nieve sucias”, sino también sobre los orígenes mismos de la Tierra y del Sistema Solar.
El Hartley 2 nunca fue un cometa famoso. Pero todo cambió en las últimas semanas, cuando este pequeño mazacote de hielo y roca se acercó mucho a la Tierra: el 20 de octubre nos pasó a sólo 18 millones de kilómetros. Y si bien no llegó a verse a ojo desnudo, muchos astrónomos aficionados lograron “cazarlo” con binoculares y pequeños telescopios (todavía hoy se lo puede ver, con cierta dificultad, y de madrugada, en la constelación de Monoceros). Sin embargo, la platea preferencial para ver al Hartley 2 la tuvo una sonda espacial no tripulada de la NASA: la Deep Impact.
No fue la primera vez que esta máquina visitó a un cometa: en julio de 2005, Deep Impact había sobrevolado al cometa Tempel 1. Más aún, en aquella oportunidad la nave disparó un pesado proyectil metálico contra el cometa, provocando un pequeño estallido en su superficie, que lanzó al espacio parte de sus helados materiales. Así, por primera vez, se pudo estudiar, de primera mano, la composición de estos pequeños vagabundos del Sistema Solar. Y bien, luego de aquella misión la NASA decidió “reciclar” a Deep Impact y aprovecharla para otras tareas: la detección de planetas extrasolares y una nueva visita a otro cometa (que, finalmente, fue el Hartley 2). Así, la nave conservó el nombre, pero la “misión extendida” pasó a llamarse Epoxi (una rara sigla que mezcla EPOCh –por Extrasolar Planet Observation and Characterization– y DIXI –por Deep Impact Extended Investigation–). Hecha esta engorrosa pero necesaria aclaración, seguimos.
La “fase de encuentro” comenzó en la tarde del miércoles 3 de noviembre, cuando las dos cámaras de la nave empezaron a tomar imágenes. A medida que la sonda y el cometa achicaban distancias –a una velocidad de 40 mil km/hora–, las fotos, transmitidas por radio a la Tierra, se hacían cada vez más grandes y detalladas en los monitores del control de la misión: el Jet Propulsion Laboratory de la NASA, en Pasadena, California. El momento culminante fue exactamente a las 10.59.47 horas de la mañana del jueves 4 (hora de la Argentina), cuando Deep Impact pasó a tan sólo 700 kilómetros del núcleo del Hartley 2. Una masa de roca y hielo, con forma de “maní”, de apenas 2 kilómetros de largo, por 400 metros de ancho en su zona media. Una mosca a escala astronómica. En aquellos instantes, Deep Impact tomó la foto que aquí vemos. Una vista exquisita, que demoró dos minutos en recorrer los 37 millones de kilómetros que separaban a la Tierra del cometa (y la nave).
Si bien es cierto que los resultados de la misión Epoxi aún están en pleno análisis (especialmente los datos espectrales, que darán información química), ya trascendieron algunas cuestiones. Primero: se confirmó de manera rotunda que el Hartley 2 es un cometa hiperactivo. Las imágenes muestran poderosos chorros de gas y polvo emanando de distintas partes de su superficie. Son justamente los materiales helados que, sublimados por el calor solar, brotan hacia el espacio, para formar la “coma” (cabeza) y la “cola” de los cometas. Segundo: las zonas rugosas de la superficie parecen ser las de mayor actividad. “Las primeras observaciones del cometa nos muestran, por primera vez, que podemos asociar detalles muy específicos del núcleo a los niveles más altos de actividad”, dijo Michael A’Hearn (Universidad de Maryland), principal investigador de la misión, durante una conferencia de prensa. Tercero: la chorros de material cometario brotan no sólo desde las zonas iluminadas (y calentadas) por el Sol, sino también de su lado nocturno. Finalmente, la superficie parece claramente diferenciada: es más lisa y polvorienta en la zona central, y más accidentada y rugosa en sus dos “lóbulos”.
Esta es la quinta vez que una nave se acerca tanto a un cometa: en 1986, fue el turno del Halley; en 2001, el Borrelly; en 2004, el Wild 2; y en 2005, el Tempel 1. ¿Por qué volver una y otra vez a los cometas? Más allá de revelar los secretos de su delicada anatomía helada, o de su inquieto y febril comportamiento, el estudio de los cometas tiene un plus apasionante: son “ladrillos” sobrantes de la formación del Sistema Solar. Materiales primigenios en estado casi virginal, que pueden decirnos mucho sobre el origen de la Tierra y sus mundos vecinos. Los cometas están hechos de agua congelada y materia orgánica. Y trajeron esos materiales preciosos a nuestro planeta. Nada menos. “En el fondo, lo que buscamos con todas estas misiones –dice A’Hearn– es averiguar más sobre la formación del Sistema Solar.” El cometa de Malcolm Hartley, seguramente, nos contará un pedacito de aquella gran historia.
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