› Por Jorge Forno
La lectura de los prospectos de medicamentos es un ejercicio poco amable, que sin embargo ciertas personas curiosas realizan meticulosamente. Y en ocasiones resulta una actividad muy ilustrativa. Por caso, si leemos un texto típico de información médica podemos encontrarnos con párrafos que rezan afirmaciones como éstas: “Aunque losartán es antihipertensivo en todas las razas, en los hipertensos negros la respuesta media a la monoterapia con losartán es inferior a la observada en los pacientes no negros”. En el ejercicio de la sacrificada lectura nos enteramos, no sólo de las propiedades del medicamento en cuestión, sino también de la persistente vigencia del concepto de raza biológica en la medicina y otras áreas de la ciencia. Una vez que el Proyecto Genoma Humano (PHG) –una iniciativa pública destinada a conocer los secretos más íntimos de nuestro ADN– había determinado que todos los seres humanos compartíamos más del 99 por ciento de nuestra dotación genética, parecía que el concepto de raza, tristemente célebre a lo largo de la historia de la Humanidad, quedaría definitivamente desterrado en manos de la evidencia científica. Sin embargo, diez años después, estudios de farmacología o de prevalencia de enfermedades siguen buceando el tormentoso mar de las diferencias entre individuos negros o blancos, asiáticos o africanos, con criterios más o menos abarcativos.
Aunque nunca sepultado, el tema de la raza biológica volvió a estar sobre el tapete en los primeros años del siglo XXI generando nutridas controversias. Esta discusión mereció incluso un número especial de la revista Nature Genetics en noviembre 2004, en el que se cuestionaban las afirmaciones acerca del uso y respuesta terapéutica de los medicamentos según el origen racial de los individuos. El tema no es menor: se discute si la aparición de enfermedades, su evolución y tratamiento son una cuestión meramente fisiológica y determinada genéticamente según el origen del individuo o, por el contrario, además de la carga genética influyen en su aparición factores ambientales y sociales. Más allá de la controversia, para cualquiera de las dos posturas, hasta los aparentemente más triviales secretos de la abuela pueden ser una información sensible a la hora de elaborar un diagnóstico. En las prácticas médicas suelen mantener vigencia los puntillosos interrogatorios acerca del origen, la ascendencia y las enfermedades familiares de los pacientes y un conocimiento genético más acabado podría facilitar enormemente la realización de los diagnósticos. Varios grupos de investigación, aprovechando las cada vez más precisas y rápidas técnicas de análisis genético, se han embarcado en la búsqueda de los enigmas que encierra esa minúscula pero misteriosa fracción del ADN que, se sabe, difiere entre los miembros de la especie humana.
Meterse en las intimidades del ADN no es tarea fácil. El tiempo y el esfuerzo humano y económico que demandó el Proyecto Genoma Humano dan cuenta de ello. Se necesitaron diez años de trabajo colaborativo y un inmenso apoyo político para obtener el primer mapa genético humano, y trece años para su conclusión. Todo matizado, claro, por algunos conflictos en cuanto al carácter del conocimiento producido, que finalmente quedó bajo dominio público.
Trece años parece mucho, pero fue un lapso de tiempo que resultó bastante menor al inicialmente previsto, gracias a que durante la década del ‘90 se desarrollaron y perfeccionaron técnicas para secuenciar el ADN, es decir para determinar en orden y arreglo de los nucleótidos Adenina, Timina, Citosina y Guanina, que combinados portan el repertorio completo de las instrucciones genéticas. El final científicamente feliz del PGH inspiró nuevas iniciativas para escudriñar en lo más profundo de nuestros genes. Así, en 2008 se puso en marcha el Proyecto 1000 Genomas. Como se indica en su sitio web oficial, http://www.100genomes.org, la iniciativa busca develar, no ya las similitudes que hacen que un genoma humano sea efectivamente humano, sino las instrucciones bioquímicas que marcan las diferencias. Un verdadero y exhaustivo catálogo de las diferencias que pueden significar variaciones en la susceptibilidad a la acción de un fármaco o en la probabilidad de contraer determinadas enfermedades.
La idea, como el nombre del proyecto deja dicho, era secuenciar los genomas de al menos mil personas, para registrar las variaciones que encuentren en por lo menos el uno por ciento de ellas, es decir en diez personas como mínimo. De esa forma se busca obtener una base de datos de amplio alcance y que estaría disponible en Internet para consulta de los científicos de todo el mundo ya que, como el genoma mismo, sería conocimiento de uso público. Las personas participantes mantendrían su anonimato y el criterio de selección –aunque el paper de presentación del proyecto no lo menciona explícitamente– bordearía el concepto de raza. Los seleccionados provendrían de un puñado de poblaciones específicas como las de algunas tribus de Nigeria y Kenia, los chinos residentes en Beijing; los toscanos en Italia; los indios Gujarati en Houston, descendientes africanos que habiten el sudoeste de Estados Unidos y las personas con ascendiente mexicano en Los Angeles.
En enero de 2008 el proyecto se puso en marcha con la participación de tres pesos pesado de la genética: el norteamericano National Human Genome Research Institute, el inglés Wellcome Trust Sanger Institute (Hinxton, Inglaterra) y el chino Beijing Genomics Institute, más la colaboración de algunos laboratorios universitarios de los Estados Unidos. Pocos meses más tarde el proyecto sumó a compañías privadas que desarrollaban novedosas y veloces técnicas de secuenciación, conformando un gran consorcio con participación pública y privada que en estos días se convirtió en la estrella de moda en las revistas científicas, cuando se publicaron los primeros resultados –en realidad los primeros avances– de sus investigaciones.
Lograr el secuenciamiento de un genoma es una tarea con varios obstáculos a la vista: primero se deben romper las cadenas de ADN para obtener fragmentos que luego deben ser ensamblados, como piezas de un gigantesco rompecabezas biológico. Pero con un problema adicional: las piezas pueden faltar, estar dañadas o repetidas, debido a las limitaciones que aún hoy poseen las técnicas de secuenciación. Afinar el análisis es posible, pero con un elevado costo en tiempo y dinero, por lo cual para obtener los primeros resultados del proyecto se resignó algún grado de precisión. Ciertos espacios vacíos del rompecabezas, para el cual no se tienen las piezas, fueron cubiertos por aproximación, en un procedimiento que según los investigadores no es significativo a la hora de sopesar el margen de error.
El ensamblaje se realizó por medio de técnicas de computación que proporcionaron una formidable capacidad de procesamiento, imprescindible para el gigantesco volumen de información obtenida.
A dos años de la puesta en marcha del Proyecto 1000 genomas, los primeros anuncios son tan provisionales como prometedores. Y como suele suceder, el paper publicado en Nature es mucho más cauteloso que los comentarios aparecidos en los medios. El artículo explica meticulosamente cómo se secuenciaron un grupo de 159 genomas completos y otro grupo de 697 fragmentos de genomas. Los fragmentos secuenciados equivalen a un 1,5 por ciento de un genoma completo y no son fragmentos elegidos al azar. La diferencia radica en que cuando se secuencia el genoma completo se mapea toda la información genética, de la cual sólo una selecta minoría de ADN lleva el código para fabricar proteínas. Esta fracción del ADN, conocida como exones, se encuentra distribuida en un mar de ADN que no tiene expresión alguna conocida y que será irremediablemente removido sin pena ni gloria en el proceso de síntesis proteica, pero que en ocasiones puede actuar regulando la expresión genética. Este ADN constituye las porciones llamadas intrones, que no fueron secuenciadas en el segundo grupo de casos.
El artículo deja claro que los resultados de este primer avance en la investigación permitieron comprobar la utilidad de las técnicas e inferir la importancia funcional de algunas variaciones en regiones del genoma, que estarían involucradas en patologías como el autismo, la epilepsia y algunas discapacidades mentales. Un primer paso promisorio para las siguientes etapas de la investigación, que espera resultados más concluyentes para 2012.
La información fue presentada en algunos medios con diversos grados de grandilocuencia, producto del entusiasmo de los científicos, y también de la necesidad de mostrar resultados con un cierto grado de impacto, dando por ciertas suposiciones reforzadas por este avance y que en realidad esperan ser comprobadas en la próxima etapa del proyecto. Por ejemplo, determinar unas 75 variantes genéticas relacionadas con enfermedades que se consideran hereditarias.
Pero también mostraron la cara más inquietante que puede tener este tipo de conocimiento. Conocer la predisposición de un individuo a contraer determinadas enfermedades puede servir como herramienta de prevención, pero también de discriminación social o laboral. Y si esta predisposición se extiende generalizadamente para caracterizar a algunos de los grupos de personas seleccionados para el proyecto, podríamos estar echando más leña al fuego de la discriminación. Como vemos, un tema que excede los límites de la ciencia.
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