NUEVOS Y VIEJOS RITMOS EN LA HISTORIA DE LA MEDICINA
Un profesor de Medicina de la Universidad de Sydney, en Australia, propuso recientemente la notación musical como herramienta para aprender a auscultar el corazón. Sin embargo, como suele suceder con novedades no tan novedosas, a un tal Josephus Struthius se le había ocurrido algo parecido varios siglos atrás.
› Por Marcelo Rodriguez
En el número de diciembre pasado de la revista médica The Lancet –una de las principales guías de la medicina científica a nivel mundial en la actualidad– el cardiólogo australiano Michael J. Field, de la Northern Clinical School de la Universidad de Sydney, proclama en una carta los buenos resultados de una práctica que puede sonar –y bien vale aquí el término “sonar”– como una novedad tal vez un poco extravagante: utilizar la notación musical como técnica de registro para que los estudiantes de medicina incorporen mejor el arte de auscultar el corazón. Field insiste en que esta herramienta –la de representar los ruidos característicos del funcionamiento del miocardio, las válvulas cardíacas y otros puntos específicos del sistema circulatorio como si se tratase de música, con la sucesión de negras, corcheas y sus silencios en la línea temporal marcando el ritmo– puede ser de gran provecho tanto para estudiantes con background musical como para quienes no estén tan interiorizados en las formalidades del arte de combinar sonidos.
Para estos últimos se aclarará –aun a riesgo de simplificar demasiado– que así como las notas musicales –do, re, mi, fa...– conforman un sistema para codificar el tono del sonido, que en términos físicos es la frecuencia de la señal sonora (una cuerda que vibra a 440 Hz da la nota la, por ejemplo), las figuras con que esas notas se marcan en el pentagrama –redonda, blanca, negra, corchea, semicorchea, fusa y semifusa, y sus silencios correspondientes– son signos que indican cuánto tiempo suena cada nota en relación con las demás. De modo que si una sucesión regular de negras estaría indicando, por ejemplo, ejecutar un sonido por segundo, una sucesión de corcheas, que valen la mitad de una negra, indicarían un toque cada medio segundo. Y un silencio de negra, un segundo de silencio.
A todo este sistema se les agregan otros signos e indicaciones colaterales de aceleración y desaceleración que colaboran en el registro de la cadencia.
Por otra parte, la línea temporal del pentagrama es atravesada por barras verticales que lo dividen en fragmentos de igual duración: los compases. Como en tantos fenómenos de la naturaleza, el tiempo en música no escapa al concepto de repetición periódica, de cierta estabilidad, que es lo que hace posible que exista un ritmo, basado en ese juego entre repetición y variación.
Y dentro del cuerpo está claro quién tiene la batuta de esta periodicidad: los latidos del corazón. Al menos así ha sido desde que Occidente dejó de creer en el “fluir continuo” de la “energía vital”, o de preguntarse por él.
Según Field, este sistema de notación funcionó tan bien entre sus alumnos de medicina que algunos hasta aportaron nuevos gráficos descriptivos de secuencias de ruidos cardíacos normales o anómalos para enriquecer el registro y con él, sostiene, el arte del diagnóstico.
Era imposible que los antiguos griegos –desde Aristóteles hasta Galeno, que también era griego aunque en su época el mundo helénico era parte del Imperio Romano– no hubiesen advertido esta analogía entre el ritmo cardíaco y la música. Sólo que por entonces –alguien así lo expresó–, la música era “hija de la memoria, porque los sonidos no se pueden escribir”. De modo que fue recién el médico polaco Josef Strus –o Josephus Struthius, ya que todo académico que se preciara debía traducir su nombre al latín– quien en 1555 tuvo la idea de valerse de una “nueva tecnología” de su época (la notación musical) para codificar la toma del pulso, al que interpretaba como indicador de los movimientos de diástole y sístole del músculo cardíaco, ya que eran su consecuencia directa.
Los trabajos de Struthius (1510-1569) fueron ampliamente citados por William Harvey (1578-1657), autor de un salto cualitativo en el conocimiento científico del aparato circulatorio. “Josephus Struthius [...] sostiene que las pasiones de la mente pueden ser descubiertas a través del pulso”, dirá en 1621 Robert Burton en su Anatomía de la melancolía, formidable intento por caracterizar este estado del ánimo, o lo que hoy se denominaría “crisis depresiva”.
A mediados del siglo XVII, dos obras –Monochordon symbolico-biomanticum, de Samuel Hafenreffer, y Musurgia universalis, de Athanasius Kircher– ofrecían descripciones altamente codificadas de los principales pulsos, y en 1769 François Marquet realizó una interpretación en la que establecía la correspondencia entre el latido de un corazón saludable y los compases de un minué. “Antes de la invención del esfigmógrafo –dispositivo mecánico que apoyado sobre una arteria registra el pulso–, en la mitad del siglo XIX, las transcripciones favoritas eran musicales”, asegura Shigehisa Kuriyama en La expresividad del cuerpo (2005).
Sin duda más barato que la ecografía Doppler, el método del doctor Field para entrenar el oído médico puede representar musicalmente “un sorprendente número de características de los murmullos comunes”.
La estenosis o angostamiento anormal en la válvula mitral, la que comunica el ventrículo izquierdo con la aurícula izquierda, es una lesión que comúnmente se produce por fiebre reumática o por alguna infección aguda. Y parece estar entre los sonidos que, a través del estetoscopio, mejor se prestan para el registro musical para el diagnóstico, a través de una apoyatura o nota “estirada” (grace note).
La regurgitación aórtica –otro de los títulos de este repertorio de patologías cardíacas– es una disfunción de la válvula aórtica, que hace que la sangre no logre salir del corazón y se filtre de regreso hacia el ventrículo izquierdo, haciéndolo trabajar más, sobrecargando peligrosamente al corazón. Esta disfunción potencialmente fatal, señala Field, se escucha como un largo descrescendo sobre el registro normal de los latidos. Desde luego, habrá que recurrir al electrocardiograma y radiografías, pero tal vez el médico con buen oído musical pueda utilizarlo como herramienta para llegar a tiempo y salvar vidas.
“Aprehender estas relaciones es difícil: serán percibidas sólo por alguien acostumbrado al método del ritmo y la armonía de los modos, y por quien posea también un conocimiento de la ciencia de la música.” Aunque podría haber sido dicho por el médico australiano, esta cita pertenece a Avicena, que vivió entre los años 980 y 1037 de nuestra era.
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