Sáb 19.02.2011
futuro

LIBROS Y PUBLICACIONES

Las grietas del control Vida, vigilancia y caos

› Por Ezequiel Acuña

La diferencia entre la vigilancia y el control –explica Esther Díaz al inicio de su libro– reside, principalmente, en que si bien ambos son dispositivos de supervisión de individuos o grupos sociales, el primero es llevado a cabo de modo local y en espacios cerrados, mientras que el segundo se expande a cielo abierto, de manera global, e implica una necesaria utilización de alta tecnología (cámaras, chips, radares y su extensión al campo virtual).

Las grietas del control inicia su recorrido estableciendo las diferencias e intentando asir los hilos en el pasaje del dispositivo de vigilancia, analizado por Michel Foucault en su célebre Vigilar y castigar, a una sociedad basada en el dispositivo de control, ese paroxismo (pos)moderno de la vigilancia que Gilles Deleuze auguró en su también célebre y breve “Postdata sobre las sociedades de control”, inspirado en ese mundo orwelliano de pantallas por todos lados y cámaras en cualquier lugar público y abierto.

Pero el camino del último libro de Esther Díaz pronto se vuelve otro y se fundamenta en una hipótesis o, mejor, un principio de juego que imagina lo siguiente: “Así como la vigilancia se transmuta en control en función de un orden supuestamente previsible, el orden a su vez puede convertirse en caos por la gravitación de los acontecimientos”, sobre todo cuando no se sabe quién controla a los que controlan. De esa forma, en la primera parte de libro llamada “Ciudades”, se escenifican los dispositivos de control mediante los espacios de las villas miseria y los countries, polos socioeconómicos que sin embargo responden a diagramas similares. Díaz apuesta a cartografiar esos ghettos modernos, su conexión con la lógica del lager, en busca de las líneas fuertes y, de la misma forma, las fisuras y grietas del control.

“Cuerpos”, siguiente sección del libro, inicia abordando, precisamente, la muerte, el final del cuerpo, para adentrarse en la relación de la cultura con los ancianos, pero sobre todo los morituri, aquellos que van a morir. Una mirada desde ese lugar del fin revela con mayor peso la tensión entre la ciencia y el cuerpo, y los límites de una epistemología moderna frente al avance de la tecnología y los modos de supervivencia extremos que implica esa imbricación entre humano y máquina o la naturalización de una no naturaleza. De esa forma avanza, al fin de cuentas, sobre la consolidación de la tecnociencia como uno de los sistemas de creencias más contundentes.

La muerte del Hombre quizá sea una de las notas que resuena a lo largo de “Deseos”, apartado en el que Díaz enfrenta la problemática del sida de la mano de Foucault para adentrarse de lleno en la biopolítica, y la tensión entre la prevención y la domesticación, las reglamentaciones saludables y su conversión en una ética.

Finalmente, “Creaciones”, el último cuarto del libro es, al mismo tiempo que una coda, su momento de fuga, una línea de la filosofía a la música, de la deconstrucción de la sociedad de control al espacio de la libertad: la imaginación.

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