Sábado, 12 de marzo de 2011 | Hoy
UNA NOTA PARA LLORAR: EL JUEGO DE LAS LAGRIMAS
La frase que sirve de título a esta nota es una recomendación que difícilmente alguien no haya oído en su vida. Luego sigue “cuando te descargues vas a estar mejor” y, cuando el desconsolado se calme, vendrá “bueno, ya está, ¿viste que te hizo bien?”. Sin embargo, la función del llanto se desconoce.
Por Esteban Magnani y Luis Magnani
Una vez más el saber popular es relativizado por la ciencia. El psicólogo Jona-than Rottenberg y sus colegas de la Universidad de South Florida, Lauren Bylsma y J.J.M. Vingerhoets, han traído a la mesa de discusiones el hecho de que hay una ausencia de datos empíricos sorprendente a la hora de dar apoyo a la creencia popular, la que parece convencer incluso a profesionales de la salud. De hecho, según los investigadores, sin ninguna base científica que los justifique, dos tercios de los que atienden en salud mental aconsejan llorar como una forma de ayudar a la cura. Abordar el tema para llegar a la verdad no es sencillo, ya que los mecanismos, causas y efectos del llanto son un misterio comparable al de, por ejemplo, por qué dormimos. Como indica Jesse Bering, de la Universidad de Queen’s en Belfast, en un reciente artículo publicado en la revista Scientific American, el rol social del llanto es fascinante, pero es muy poco lo que se sabe sobre él.
Hay al menos tres tipos de llanto. Uno, el más obvio, es el que hace salir sutiles lágrimas que mantienen los ojos lubricados. Otro es el que hace lagrimear para defender el ojo, por ejemplo, del humo o de las moléculas que se liberan al cortar una cebolla. El tercero, el que más nos interesa, está relacionado con situaciones emocionales tanto positivas (una sorpresa agradable, un chiste) como negativas (una mala noticia, un dolor físico).
Este tercer tipo de llanto es privativo de los seres humanos; si bien existe el lamento en otros animales, éstos, hasta donde se sabe, no lo traducen en lágrimas. Es cierto que los monos y los chimpancés pueden expresar sus emociones a través de un lamento, pero éste no incluye el fluir de lágrimas. Otro rasgo particular de las lágrimas de este tipo en los humanos es que tienen un mayor contenido de hormonas como la prolactina, corticotrofina y algunos elementos como potasio y manganeso.
Esta última particularidad es la que llevó a distintos estudiosos a plantear la hipótesis (sin muchos fundamentos) de que el alivio proviene de que así se elimina parte de la sobreestimulación neuronal, lo que restaura el equilibrio y alivia el estrés. Sin embargo, los científicos mencionados más arriba indican la existencia de factores sociales bastante más determinantes para que el llanto sea un alivio.
Según distintas encuestas, quienes vivieron un episodio traumático aseguran haber sentido alivio después de llorar. En cambio, en los experimentos psicológicos de laboratorio, donde la acción de llorar es provocada por estímulos tales como ver trozos de una película conmovedora, muchos voluntarios manifestaron haberse sentido peor después de derramar las lágrimas. Puede pensarse que la diferencia entre los resultados de las encuestas y los de laboratorio derivan de las distintas situaciones. Llorar en un laboratorio estéril, conectado a equipos que miden los cambios fisiológicos, no es lo mismo que llorar sobre un hombro amigo; además, emociones tales como la vergüenza pueden empeorar las cosas. Evidentemente, el contexto y la respuesta social que genera el llanto pueden determinar que efectivamente se produzca el alivio ansiado.
En cualquier caso, Rottenberg y sus colegas, advertidos de las dificultades mencionadas, realizaron un análisis de las respuestas de 3000 encuestados respecto de episodios de llanto puntuales en su vida cotidiana. En las conclusiones detectaron que un tercio de las personas dijeron no haber sentido cambios en su ánimo por haber llorado y un décimo de ellos dijo, directamente, haberse sentido peor. Al profundizar el análisis se detectó que aquellos “llorones” que recibieron algún apoyo social durante el episodio tenían más probabilidades de informar un cambio de humor beneficioso, lo que hace pensar que más que el llanto lo que pesó en su mejoría fue el abrazo consolador o la atención que ganaron. Y aquellos que lograron resolver el problema que originó el episodio de llanto también aparecieron con mayor probabilidad de sentirse mejor; no así los que no pudieron resolver el conflicto. Un tercer grupo, los “llorones” invadidos por una emoción social negativa como la vergüenza, difícilmente informaron cambios de humor positivos.
El uso del llanto se da desde muy pequeños: según investigaciones del psicólogo evolucionista Nick Thompson, de la Universidad de Clark, las características acústicas del llanto de los bebés –una inhalación jadeante entre estallidos de llanto potente– parecen especialmente diseñadas para lograr la pronta respuesta de los adultos. Y es lógico pensar que la selección natural favoreció a los bebés, cuyos llantos imitaban los sonidos de quien se ahoga. La ventaja adaptativa de un llanto irresistible ya había sido mencionada por el gran Charles Darwin. En el caso de los adultos, parecería que hay una continuidad en el llanto como forma de llamar la atención, consciente o inconscientemente, ya sea para pedir ayuda o afecto, para demostrar sinceridad, etcétera.
Según la mencionada nota de Scientific American, a los psicólogos evolucionistas les resta estudiar el llanto adulto, que puede tener distintas características. Así, está quien sacude los hombros hacia arriba y abajo, quien no puede evitar que las lágrimas asomen a sus ojos, los que lloran en silencio, los histriónicos, los que llegan al paroxismo del llanto en una forma similar a la de los bebés. ¿Qué determina esas variaciones? ¿Qué efectos produce en los sujetos que lloran y en quienes los observan?
Si se tienen en cuenta estos aspectos, la pregunta original de si llorar es beneficioso toma un carácter más coherente cuando se la plantea de otra forma: ¿en qué condiciones y para quién es beneficioso llorar?
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