Sábado, 30 de abril de 2011 | Hoy
HACIA UN CAMBIO DE MATRIZ ENERGETICA
El reciente anuncio del gobierno japonés de evaluar un cambio en la matriz energética parece más un gesto aislado provocado por la urgencia o el voluntarismo que un plan factible o, incluso, deseable. Sobre todo porque las llamadas energías alternativas no parecen listas para ser la solución a corto plazo o prometen escenarios peores, tanto en materia ecológica como política.
Por Esteban Magnani
Japón, con casi 130 millones de habitantes, es una isla sin recursos naturales significativos, con pocas opciones energéticas y un nivel de consumo altísimo, acorde a su lugar como tercera economía del mundo. Hasta el tsunami que dejó inutilizables los 6 reactores de la planta de Fukushima, los 55 reactores nucleares nipones producían casi un 30 por ciento de los 48.220 MW disponibles, casi el doble de la capacidad instalada en Argentina. Tras el desastre, el plan de construcción de 14 nuevas centrales para el 2030 se ha congelado hasta nuevo aviso, aunque no está muy claro aún cómo se remplazarían.
Las opciones para llenar el vacío energético creado por Fukushima y la resistencia a abrir nuevas plantas, tal como está la tecnología actual, provienen de las centrales térmicas que funcionan a base de hidrocarburos, el 80 por ciento del cual es importado en ese país. Por supuesto, el uso de combustibles fósiles conlleva unos cuantos problemas: la contaminación que provoca no depende de la llegada de un tsunami sino que es constante, el plan tiene posibilidades de sobrevivir como mucho algunas décadas antes de que se agote el insumo principal y, para peor, generaría las condiciones para su encarecimiento ya que la creciente demanda de la tercera economía del mundo provocaría un aumento de los precios. Las alternativas solares y eólicas, si bien vienen mejorando lentamente, no parecen listas para ser la solución a corto plazo y son, como se sabe una fuente de energía imprevisible, dependiente de condiciones climáticas. Para colmo las dificultades de almacenar energía eléctrica en grandes cantidades siguen sin resolverse por lo que no podrían aprovecharse los días soleados o ventosos para el almacenamiento.
Evidentemente todas estas cuestiones fueron evaluadas por el Estado japonés antes de optar por una matriz energética apoyada fuertemente en la energía nuclear y, si bien lo sucedido en Fukushima puede poner un peso nuevo en la balanza, no parece ser suficiente para que, una vez pasada la psicosis, realmente haya un cambio drástico en la ecuación de un país que ya debía el equivalente de más de dos veces su PBI antes del terremoto (cabe aclarar que la psicosis mencionada parece más internacional que japonesa a juzgar por las ironías que se leen en foros y blogs de ese país). En ese contexto, las razones económicas que en definitiva tuercen cualquier decisión, empujan de nuevo hacia el camino nuclear. Más allá de que puede haber algunos ciudadanos realmente dispuestos a reducir drásticamente sus hábitos de consumo andando en bici o usando ventiladores en lugar de aires acondicionados, lo más probable es que la mayoría tarde o temprano considere al plan nuclear como un mal menor.
Pero el tsunami, en realidad, afectó a muchos más países. En Alemania, por ejemplo, el 27 de marzo cerca de 200.000 personas reclamaron a la canciller el cierre inmediato de todas las plantas nucleares, una exigencia de improbable realización ya que esto implicaría reducir la capacidad instalada en un 20 por ciento de un solo saque. Para Alemania, un país que como casi toda Europa tiene cada centímetro de su territorio aprovechado para algún fin, la alternativa viable, al menos en el corto plazo, parece ser utilizar más combustible fósil o un plan de austeridad energética incompatible con una nación que intenta salir de la “crisis” (o de lo que allá se considera crisis) dentro de un sistema capitalista. En ese país existe, sin embargo, un intento de avanzar con energías verdes con una matriz descentralizada en la que, por ejemplo, cada familia tenga en su techo los paneles solares que los autosustenten energéticamente –al menos en las regiones soleadas– la mayor parte del tiempo, lo que, a su vez, les permitiría tener un mejor registro concreto de su consumo. Este plan, hoy por hoy, también está verde y debe ser equilibrado con otras fuentes de energía.
En países sísmicos como Chile la decisión de reconsiderar un plan nuclear (por ahora sólo tiene dos centrales experimentales) suenan más sensatas a la luz de la experiencia japonesa, aunque no queda claro cuál es el costo de no asumir ese riesgo para una población con altos índices de pobreza y falta de alternativas energéticas viables al menos a mediano plazo. Para colmo la alternativa de las centrales térmicas hace a ese país dependiente del gas boliviano y argentino.
En el mundo hay cerca de 450 plantas nucleares, muchas de ellas con más de un reactor. Hasta ahora el más importante fallo de la historia ha sido el de Chernobyl, en la actual Ucrania, donde se produjo la explosión de uno de los 4 reactores, principalmente debido a que los operarios ignoraron todas las señales de peligro. Según la OMS, 8900 personas murieron entre los habitantes de la región y los varios miles que fueron a cubrir el reactor con un sarcófago de concreto. Extrañamente, los otros reactores siguieron funcionando hasta el 2000 luego de que el Organismo Internacional de Energía Atómica la declarara zona de alto riesgo atómico. Desde Chernobyl ha aumentado enormemente la seguridad exigida a las nuevas plantas, ahora preparadas para enfrentar terremotos, pero no, desgraciadamente, tsunamis. En todo caso, en términos concretos, parece ser menor el daño que ha provocado la energía nuclear que el provocado por las plantas térmicas a base de hidrocarburos si se tiene en cuenta los pronósticos más conservadores sobre las consecuencias del efecto invernadero.
Para colmo, existe otra alternativa muy publicitada recientemente como la gran solución: el biodiésel. Más allá del marketing que propone esta vía como la solución a la crisis energética mundial por venir –que parece inversamente proporcional a las críticas apocalípticas a la utilización de energía nuclear– las consecuencias de tal proyecto a escala global resultan temibles. Remplazar el petróleo árabe con maíz brasileño y argentino tiene motivaciones geopolíticas pero seguramente no ecológicas. El biodiésel produce emisiones de carbono comparables con las de los combustibles fósiles, pero lo más grave es que hace competir por los alimentos a los pobres del Tercer Mundo con los tanques de nafta que circulan por el Primer Mundo. Y es fácil adivinar quién ganará esa competencia.
Tal como están las cosas, la asociación lineal entre ecología y posturas progresivas o de izquierda, resulta bastante engañosa. Martín Caparrós en su excelente crónica de viaje Contra el cambio se pregunta a partir de qué punto algo debe comenzar a ser preservado: ¿a partir de qué momento el tango, por ejemplo, debe ser conservado en su forma “original”? El tango es producto de una evolución en la que cualquier recorte para determinar la maduración perfecta de las tradiciones resulta arbitrario. De la misma manera el pedido-exigencia de los países desarrollados para preservar la biodiversidad y el medio ambiente en el Tercer Mundo suenan bastante hipócritas si se tiene en cuenta que buena parte de su bienestar proviene de siglos de destrucción de sus recursos naturales y los de sus colonias (que, por otro lado, continúa bajo otras formas). ¿Por qué ahora sí sería momento de dejar de explotar los recursos naturales para el desarrollo? La respuesta parece ser que ahora el planeta está llegando a su límite. En ese caso ¿por qué los países pobres deberían pagar la fiesta de consumo de la que no participaron?
En definitiva, cualquier discurso ecológico que ignore una situación de desigualdad profunda, que ignore las limitaciones del sistema para reducir el consumo de los más ricos, tendrá peligrosas consecuencias en los países más pobres. En última instancia una disminución en la generación de energía en Japón o Alemania producirá una reducción en el consumo, pero no hambre. Exigirle a Brasil que proteja el Amazonas sin ofrecerle alternativas para su desarrollo condena a millones de sus pobres al hambre a menos que los países desarrollados estén tan preocupados como para plantear una nueva matriz económica en la que la riqueza se distribuya en forma más equitativa a nivel global.
Así las cosas, cualquier propuesta ecologista que no contemple el factor político es simple egoísmo o ignorancia.
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