Sábado, 18 de junio de 2011 | Hoy
SISTEMAS DE NEURONAS EN ESPEJO
Estas nuevas niñas mimadas de la neurobiología vienen, según dicen, a dar vuelta todos los conceptos existentes sobre la mente y la conciencia. Para algunos, hasta permiten leer el pensamiento. Acción, empatía e imaginación, todo en las mismas neuronas y por el mismo precio.
Por Marcelo Rodriguez
Se dice que el descubrimiento de los sistemas de neuronas en espejo posibilita el viejo sueño de “leer la mente”, lo cual en rigor no es cierto, pero amenaza serlo a fuerza de tanta repetición. Afinando un poco la puntería, el conocimiento actual sobre estas redes neuronales –descubiertas por un grupo de neurocientíficos italianos de la Universidad de Parma en la década de 1980, pero cuyo estudio está cobrando interés más general recién ahora– dice que muchos mamíferos (y los humanos entre ellos) están biológicamente condicionados para identificarse con ciertas acciones de sus congéneres.
A la luz de la resonancia magnética funcional –esas imágenes en las que el cerebro aparece coloreado en diferentes tonos según el grado de actividad en cada área– se ve que los grupos de neuronas que se activan en un primate cuando realiza un movimiento o acción sencilla (tomar una manzana, por ejemplo) también se activan simultáneamente en otro que simplemente observa esa misma acción. Esa suerte de “reflejo” de la propia acción en el otro (y viceversa: del otro en uno) es obviamente lo que llevó a categorizar su funcionamiento como “en espejo”. Pero la cosa fue mucho más allá de la observación de un fenómeno aislado y anecdótico en monos de laboratorio.
Primero fue el cerebro, después la computadora. Pero cuando la revolución microelectrónica permitió construir máquinas de cálculo más potentes y precisas, la ambición de obtener un cerebro artificial fue tal que los términos se invirtieron: el cerebro pasó a ser “la mejor computadora”, y su imperfección en tanto sistema informático, lo que nos hace humanos. Bien: es hora de desandar el camino.
¿Qué clase de computadora es ésta que se vale de los mismos dispositivos para realizar una acción y para observarla? (Y para peor, se presume que también para imaginarla).
El enigma desconcertó a quienes pensaban al cerebro como una máquina y fue necesario formular una nueva hipótesis “salvadora”: si es una máquina, pues se trata de una “máquina” con una fabulosa capacidad para imitar. Y aún más: para imitar sin procesos demasiado complicados, porque (una vez más) los sistemas de neuronas en espejo se activan por igual con la acción propia y con la acción ajena. De hecho, estos sistemas –que no están compuestos por neuronas especiales sino que es su función la que las distingue, y que no se encuentran en una sola parte del cerebro sino en varias– recibieron en principio el apodo casi peyorativo de neuronas “mono vemono hace”. Hoy dentro de la psicopedagogía estos “espejitos de colores” están llevando a replantear la importancia de la imitación en el proceso de aprendizaje, y “explican” desde el punto de vista neurobiológico, por ejemplo, la razón por la que los chicos parecen incorporar las actitudes reales que observan en sus mayores, mucho más que lo que éstos pretenden dejarles como enseñanza.
Así, transformados en soporte de una sorprendente capacidad innata para identificarse corporalmente en la acción del otro, las neuronas en espejo se convirtieron de pronto en un argumento capaz de refutar complejas teorías de la mente que, desde el psicoanálisis hasta la perspectiva cognitivoconductual, conciben a la acción como resultado de complejos procesos de interpretación y elucubración psíquica. Y todo será más sencillo aún –dicen– cuando aparezcan fármacos de acción más específica sobre estos nuevos targets neurobiológicos. ¿Será así de sencillo?
En abril de 2010, en el marco de un programa de investigación financiado por los Institutos Nacionales de la Salud estadounidenses en la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), se reportó por primera vez la observación de varios sistemas de neuronas en espejo en el cerebro humano, mediante estimulación magnética transcraneal.
Uno de los integrantes del equipo, el neuropsiquiatra italonorteamericano Marco Iacoboni, visitó a principios de este año la Argentina para un encuentro que organizó el grupo Adineu en la Academia Nacional de Medicina. Allí Iacoboni se manifestó más entusiasmado justamente ante las preguntas que, tal vez por su tufillo “psi”, parecían irritar a una audiencia más amiga de los paradigmas biomédicos: ¿Qué implicaciones tendría este conocimiento en la psicología de las masas? ¿Tendrán que ver con ellas las relaciones de liderazgo o de sometimiento que las personas establecen entre sí? ¿Qué pasa con las neuronas en espejo cuando uno se mira a sí mismo al espejo?
Respuestas, pocas. La posibilidad de controlar conductas “violentas” o “antisociales” está en el foco de interés: “Sería muy complicado, porque hay que admitir que de alguna manera, éstas forman parte de la libertad humana”, fue la respuesta en este punto.
¿Y lo de “leer la mente”? Iacoboni dijo que hay experimentos cuyos resultados habilitan a pensar que las neuronas en espejo también se activan en procesos de predicción de las intenciones del otro. Fundamentalmente en acciones tendientes a objetivos.
No estamos “condenados” por naturaleza a imitar, lo cual implica la existencia de mecanismos directos de inhibición de estos procesos imitativos. Y éstos responden a la memoria y a la información previa. Las neuronas que se activan al ver un brazo tomar una manzana no lo hacen cuando lo ven hacer el mismo movimiento pero contando con la información previa de que la manzana no está. En resumen: existen neuronas que, contando con cierta información previa, se activan ante la intención del otro, lo que para quienes gustan de títulos rimbombantes, significa que es posible leer el pensamiento.
Pero el panorama es variado: algunas neuronas en espejo sí se activan ante acciones simplemente parecidas a las observadas; otras, en cambio, son más sensibles a las imágenes auditivas. Etcétera.
Resumiendo, una interpretación filosóficamente pesimista de estos fenómenos asignaría a las acciones humanas un grado de automatismo e inconciencia mayor que el tolerable para nuestro orgullo. No un inconsciente con leyes propias y sensible al mito como propuso Freud, ni un inconsciente poético como el del Romanticismo, sino simplemente una imposibilidad (o mejor, una inutilidad) de pensar, porque sería previo a todo pensamiento: surge de mecanismos biológicos que funcionan en otras especies y en bebés con pocas horas de vida. Una interpretación más optimista apuntaría tal vez a la evidencia de que se piensa con todo el cuerpo; que la sede de la conciencia no puede ser sólo un cerebro, sino que es un cuerpo en el mundo, en circunstancias espaciotemporales determinadas y en relación con los demás.
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