Sábado, 24 de septiembre de 2011 | Hoy
Por Leonardo Moledo
Guerras Climaticas
Por que mataremos
(y nos mataran)
en el siglo XXI
Harald Welzer
Katz, 342 páginas.
No cabe ninguna duda de que el cambio climático es el apocalipsis de moda, lo cual no significa que no sea un apocalipsis real. El libro de Welzer, que considera el CC como un dato irrebatible de la realidad, lo enfoca desde una óptica novedosa: el CC como fuente de catástrofes sociales y violencia: el CC, al producir una disminución en los recursos (agrícolas, por ejemplo, o de agua potable), desatará, sostiene, una secuela de movimientos sociales que ineluctablemente desembocarán en guerras civiles (o no), exterminios y genocidios. Tal es, más o menos, la tesis que sostiene.
Pero si hay algo que resulta espectacular en Guerras climáticas, es la seriedad, la profundidad y sobre todo la inteligencia con que se analizan los fenómenos de violencia y genocidio en el seno de las sociedades: la forma en la que el universo simbólico de una población cualquiera puede transformar a sus vecinos, o en todo caso a sus semejantes, en objeto de una necesidad de exterminio, para lo cual no se limita a tomar como metaejemplo al “genocidio tipo” del siglo XX (es decir, el Holocausto), sino que penetra con incisión en los más cercanos de Ruanda, o de Sudán.
Libro incómodo si los hay. Porque el análisis (la disección más bien) de la operatoria simbólica que arrastra a los actores sociales a la violencia extrema pone al lector en el difícil lugar de comprender algo que uno prefería no comprender (y en realidad no comprende) y relegar a la condena horrorizada que se merecen. Pero al establecer que los más espantosos horrores pueden ser producto de las acciones de cualquiera (como el lector), por ejemplo, desarrollado con la inteligencia con que lo hace, genera una terrible incomodidad con uno mismo.
Y justamente, no es la “banalidad del mal”. Aunque la descripción de Hannah Arendt está (como fondo), Welzer de alguna manera analiza la manera en que el Mal, o la violencia, lejos de ser un factor de desorden, cumple un papel ordenador (para los victimarios, desde ya): es horrible, dice, pero es así.
Y entonces la sensación que produce es una mezcla: por un lado, deslumbra por lo brillante, y por el otro espanta e incomoda el lugar al que relega al ¿inocente? lector.
Como habitantes de un país que padeció un genocidio, creo que es casi una obligación leerlo.
De paso, está el asunto del Cambio Climático, claro.
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