HISTORIA DE LA ASTRONOMIA: URANOMETRIA ARGENTINA
El pasado 24 de octubre se cumplieron 140 años de la inauguración del Observatorio Astronómico de Córdoba, dirigido durante los primeros años por el prestigioso astrónomo estadounidense Benjamin A. Gould. Pero las observaciones de Gould comenzaron antes de la inauguración, apenas desembarcó en la Argentina, a simple vista.
› Por Santiago Paolantonio
En la década de 1870 se sucedió una serie de acontecimientos que marcaron el desarrollo posterior de la ciencia argentina. Domingo Faustino Sarmiento, a cargo del Poder Ejecutivo, promovió una política científica que llevó a la creación de varias instituciones aún hoy existentes, que tuvieron un papel clave en el desarrollo científico de nuestro país. La primera de éstas fue el Observatorio Nacional Argentino. Para Sarmiento, así como para su aliado el ministro Nicolás Avellaneda, la astronomía era “la primera de las ciencias” y esperaban que se convirtiera en un factor de cambio y progreso, tal como ocurrió.
El Observatorio Nacional se estableció en la mediterránea Córdoba, al igual que ocurrió contemporáneamente con la Academia Nacional de Ciencias y la Oficina Meteorológica Argentina. La elección de la sede no sólo se fundó en cuestiones técnicas. La ciudad era políticamente favorable para el presidente: su intención fue formar en ella un polo cultural al estilo de Boston. La elección de esta localidad condicionó en gran medida el desarrollo del Observatorio debido a la férrea oposición de la centralista Buenos Aires.
Como director fundador se contrató al astrónomo estadounidense Benjamin Gould. Las razones de la designación del “pikinglis”, como se lo llamó en Córdoba, fueron una mezcla de cuestiones científicas, políticas y económicas, y se constituyeron en un intento –aunque parcial– de desprendimiento de la entonces dominante ciencia europea.
Entre agosto y septiembre de 1870 arribaron al país el director Benjamin Gould y cuatro jóvenes universitarios con escasos conocimientos astronómicos, contratados como ayudantes. Ya se habían encargado los instrumentos. El más importante, un telescopio “círculo meridiano” especializado en la determinación de posiciones estelares, ya estaba listo. Poco tiempo después, mientras el edificio del Observatorio comenzaba a tomar altura, llegó la preocupante noticia de que el telescopio se encontraba varado en un puerto europeo como consecuencia del inicio de la guerra franco-prusiana.
Las paredes sin techo y los cimientos sin instrumentos llenaban de tristeza a los astrónomos al ver la claridad y transparencia del cielo en las hermosas noches de aquella primavera. El comienzo de las tareas se atrasaba y las críticas de los opositores arreciaban. Estas circunstancias llevaron a emprender en forma anticipada el primer trabajo, un atlas y catálogo del cielo austral visible a simple vista, a semejanza de aquel realizado en la lejana Bonn por el maestro de Gould, el famoso astrónomo Friedrich Argelander.
Desde la terraza de la casa del alemán Oester, aficionado a las ciencias que alojó a tres de los ayudantes, cada estrella comenzó a ser observada a ojo desnudo. Desde la finca de los Aldao, donde Gould y su familia se hospedaban, el director se limitó a organizar y estudiar los datos, dado que no podía participar directamente de las observaciones por su fuerte miopía.
A principios de 1871, Gould escribió al presidente: “No estamos ociosos, y no sería exagerado decir que la tercera parte de la obra de enumeración de las estrellas del hemisferio austral está terminada, acompañada siempre de la brillantez de cada estrella”.
Cuando aquel 24 de octubre de 1871 el Observatorio Nacional Argentino fue inaugurado oficialmente en una solemne ceremonia, el atlas se presentó como el primer logro de la institución. Pronto el telescopio se liberó de la guerra, pudo instalarse y, tal como lo expresó Gould en su discurso durante la inauguración, comenzó a trabajar cual “artillería dirigida contra la ignorancia humana”.
Los problemas presupuestarios (que fueron recurrentes), las nuevas tareas que surgieron y la desgracia que visitó a la familia Gould (en un día de campo, sus dos hijas murieron ahogadas en las aguas del río Suquía) atrasaron la publicación de la primera gran obra astronómica del país.
La demora trajo sus beneficios: se realizaron reiteradas verificaciones y exhaustivos estudios que acrecentaron su calidad. Cuando el atlas vio la luz en 1877, sus mapas registraban la posición y el brillo de cada una de las 7755 estrellas visibles a lo largo del año desde estas tierras. El catálogo apareció dos años más tarde y se constituyó en la primera de una larga serie de publicaciones institucionales realizadas desde el Observatorio bajo el nombre de Resultados.
El esperado trabajo tuvo un inmediato éxito internacional, dado que a fines del siglo XIX ya no era admisible el desconocimiento que se tenía de esta mitad del Universo visible desde el sur del planeta. El moderno atlas, que no incluía los clásicos dibujos alegóricos, permitió expandir la escala de brillos estelares y ordenar la pertenencia de las estrellas a las distintas constelaciones de una manera tan lógica, que años más tarde la Unión Internacional de Astronomía la tomó como base para fijar los límites aún vigentes. Pero tal vez el resultado más importante fue el hallazgo de una gran estructura estelar que todavía es producto de numerosos estudios, denominada “Cinturón de Gould”, en memoria del director del Observatorio argentino.
Como era costumbre desde el siglo XVII para este tipo de trabajos, la obra se denominó “Uranometría”, palabra que puede traducirse como “medida de los cielos”. Gould, en homenaje al país que le posibilitó cumplir sus sueños, propuso llamarla Uranometría Argentina.
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