Sáb 12.11.2011
futuro

14 DE NOVIEMBRE, DIA MUNDIAL DE LA DIABETES

Lo que mata es la ignorancia

› Por Jordana Dorfman

Cuando un diabético tipo 2 estima que al salir del gimnasio podrá comer un alfajor sin dañar su salud, cuando un pibe tipo 1 se aplica insulina, o un LADA evalúa con cuánto champagne puede brindar en su casamiento sin terminar con un bajón de glucosa, incluso cuando una embarazada con diabetes gestacional mide su azúcar con ese aparatito especial que le dio el médico, o una joven con MODY guarda un jugo azucarado en su mochila, lo que están haciendo es reemplazar las funciones que su páncreas ya no puede cumplir. Todos padecen alguna forma de diabetes mellitus.

Y lo que tienen en común es que la clase de azúcar que actúa como principal fuente de energía del organismo, la glucosa, no logra entrar en forma efectiva en las células. Entonces allí se queda, aferrada a los glóbulos rojos, y el cuerpo comienza a clamar por alimento, a padecer su ausencia y el exceso de azúcar en la sangre. Esta dificultad de la glucosa para incorporarse a los tejidos se debe a la falta total o parcial de insulina, una hormona que genera el páncreas y que se encarga de facilitar esa incorporación.

Así es como el señor, el pibe, el novio, la embarazada y la chica deben controlar sus niveles de glucemia (cantidad de azúcar en la sangre), inyectarse insulina, tomar medicación, o ambas, aprender cómo esa glucemia se ve afectada por la actividad física, por el descanso, por resfríos, por diversos tipos de comidas, en definitiva por todas las cuestiones cotidianas. Y de acuerdo a estos parámetros llevan adelante su tratamiento, que los diabetólogos suelen tildar de “artesanal”, ya que cada persona requiere de indicaciones particulares de acuerdo a sus rutinas y a la propia reacción del cuerpo. Pero tienen un objetivo común, mantener los niveles de glucemia estables y dentro de ciertos parámetros para vivir sanos. Porque es posible vivir sano a pesar de la diabetes y pisar el freno de las complicaciones.

AZUCAR QUE ME HICISTE MAL, Y SIN EMBARGO...

En la década del ’90 se confirmó con un estudio amplio lo que se sospechaba desde hacía décadas, el mantener los niveles de glucosa en la sangre dentro de un rango normal disminuye las posibilidades de padecer complicaciones de la diabetes mellitus. Se trató de la Prueba de Control y Complicaciones de la Diabetes (DCCT, sus siglas en inglés, del Instituto Nacional de Diabetes y Enfermedades Digestivas y de Riñón de EE.UU.). Luego, se continuó con otro, denominado EDIC, para determinar factores para predecir aparición de enfermedades cardíacas y complicaciones por diabetes en ojos, riñones y nervios. También, evaluó los beneficios del control intensivo, además del costo-beneficio de esta práctica.

El control intensivo implica no menos de cuatro mediciones de glucemia y como mínimo tres aplicaciones de insulina por día o utilizar una bomba infusora (que se “conecta” al cuerpo por medio de una aguja subcutánea y provee de insulina las 24 horas del día), entre otras cuestiones. Estos ensayos mostraron que mantener los niveles de glucosa en la sangre lo más cerca posible de lo normal evita o retrasa la aparición de las complicaciones de la diabetes mellitus, e incluso puede llegar a frenar su avance en los casos que ya se declararon.

A pesar de que estos estudios se realizaron en personas con diabetes tipo 1, los investigadores determinaron que sus conclusiones también se aplican a personas con diabetes tipo 2 (que representa aproximadamente el 90 por ciento de los casos, un 7 por ciento para tipo 1 y el 3 por ciento restante las otras formas). Sin embargo, no todo es color de rosa.

FACTORES EN JUEGO

Algunos estudios más actuales, como el Accord (Acción para Controlar el Riesgo Cardiovascular en Diabetes, según sus siglas en inglés, también del Instituto de Diabetes de EE.UU.), indican que en tipo 2 el ajuste de glucemia adecuado debe establecerse para cada paciente, de lo contrario podría ser negativo (y el uso del condicional “podría” está vinculado con que el estudio continúa con nuevas pautas). Es más, los diabetólogos, para cualquier tipo de diabetes, indican a cada persona un propio objetivo ideal de glucemias, relacionado con diversos factores, como la edad por ejemplo. Además, existen hormonas que intervienen subiendo (como adrenalina o cortisol) o bajando los niveles de azúcar en la sangre, de las que queda mucho por descubrir.

Aparte todos –usen o no insulina– deben evitar o “atajar” a tiempo las hipoglucemias y las hiperglucemias, es decir, niveles de azúcar en sangre debajo de lo normal en el primer caso y por arriba en el segundo. La hipoglucemia mal tratada puede llevar a coma e incluso muerte. Pero el saber cómo actuar ante este bajón permite continuar con las actividades del día, casi casi, como si no hubiera pasado nada. Por otro lado, la hiperglucemia prolongada puede llevar a cetoacidosis –una especie de “auto” intoxicación–, así como a deshidrataciones graves. Y entonces aquí aparece otro factor relacionado con los desafíos que debe afrontar un diabético. El signo pesos entra a la cancha.

La mayor parte de los insumos necesarios para el control de la diabetes son caros. En Argentina existen leyes que reglamentan los derechos de los diabéticos y facilitan, hasta cierto punto, el acceso a un buen tratamiento; rigen para obras sociales, prepagas e incluso para el Estado en caso de que se carezca de cobertura médica. Pero a veces, lograr que estas leyes se cumplan es un factor más en juego del que debe ocuparse el paciente para lograr el ansiado buen control.

Un tratamiento ideal requiere de educación diabetológica, en lo posible brindada por un equipo interdisciplinario de profesionales que dé indicaciones y contenga ante las vicisitudes de una enfermedad crónica. Además, es importante acceder a todos los insumos, incluso al medidor portátil de glucemia. Y entonces, será más fácil lograr el equilibrio de un modo razonable, de un modo que permita moderar y hasta evitar las complicaciones de la diabetes.

LOS TRATAMIENTOS EFECTIVOS AVANZAN, LOS MITOS PERDURAN

La diabetes mellitus se conoce desde hace milenios, la velocidad de evolución de la enfermedad dependía del tipo de diabetes, pero siempre llegaban graves complicaciones y muerte. Pero hoy no debe ser así. Poco a poco, se fue conociendo su vínculo con los carbohidratos (harina, azúcar, almidón, que el cuerpo transforma en glucosa) y el papel del páncreas; hasta que en 1922 se aplicó por primera vez insulina a un niño con diabetes tipo 1 y poco más de un año después se utilizó en Argentina. En la década del ‘40 surgieron los primeros medicamentos orales.

La determinación de los niveles de azúcar en sangre en diferentes momentos del día es una herramienta fundamental, ya que permite al diabético actuar en relación a ese valor, ya sea para mantenerlo, subirlo o bajarlo. Durante muchos años, se utilizaron tiras reactivas que estimaban la cantidad de glucosa presente en la orina, que reflejaba la glucemia de horas anteriores. Ya en la década del ‘60 se crearon tiras reactivas que medían el nivel de azúcar en la sangre y, a pesar de funcionar con un gran margen de error, permitían realizar ajustes importantes en el tratamiento. Pero no era fácil obtener esa tecnología. En adelante, se suscitaron grandes mejoras en los tipos de insulinas, en los tratamientos orales, en los medidores de glucemia, incluso las bombas infusoras de insulina se hicieron accesibles y se profundizaron los conocimientos sobre los diversos tipos de diabetes.

Hoy se puede realizar el diagnóstico temprano, prevenir las complicaciones, frenar las existentes, e incluso evitar su aparición en algunas personas propensas al tipo 2. Sin embargo, aún existen mitos y temores sobre la enfermedad que atentan contra la prevención y el buen control.

Una nueva encuesta de la Federación Argentina de Diabetes de 2010 obtuvo resultados similares a otra realizada hace más de tres años. Concluyó que un 61 por ciento de los encuestados consideraba que la insulina afecta la visión, los riñones y el corazón, lo que es falso; de hecho, un buen uso de esta hormona puede evitar esas afecciones. Además, un 53 por ciento creía que un diabético tiene prohibido comer pan, azúcares o pastas, lo que también es erróneo; un diabético puede consumir de todo, no necesita alimentos “especiales”, sólo debe saber cuándo, cómo y cuánto. Otro resultado que contrasta con la realidad de la enfermedad hoy es que el 62 por ciento entendía que no importa qué se haga, la diabetes lleva a complicaciones en vista, piernas, corazón y riñones, lo cual es equivocado también.

Deberá haber algún punto de intersección entre el acceso a la información fidedigna, a la educación diabetológica y a los insumos necesarios, para que ese casi 50 por ciento de diabéticos argentinos que no sabe que padece la enfermedad se entere antes de que lleguen las complicaciones y para que el 70 por ciento de los que lo saben y no se tratan, comiencen a hacerlo.

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