LIBROS Y PUBLICACIONES: ADELANTO
Aquí va en adelanto un fragmento del primer capítulo de esta historia de la tecnología en la Argentina
En términos amplios, la tecnología es la manera de resolver problemas prácticos y puede ser aplicada a los aspectos más generales del quehacer humano. Para algunos autores, sólo es lícito hablar de tecnología en términos de “aplicaciones de los conocimientos científicos”, designando “técnicas” a las tecnologías más antiguas. No usaremos esta restricción, entendiendo que la tecnología es tan antigua como el hombre, e incluso puede servir para definirlo (Homo faber). Sin embargo, la aplicación de los conocimientos científicos le ha dado un gran impulso, de modo que actualmente casi se puede hablar de una simbiosis entre tecnología y ciencia, lo que algunos llaman “tecnociencia” (con grandes beneficios para ambas).
Este concepto de tecnología hace necesario diferenciar la tecnología de los demás aspectos de la cultura de que forma parte y a la que pervade. No hay acto humano en el cual no intervengan componentes artificiales, pero no siempre fue así y la historia de la tecnología podría definirse como el modo en que la artificialidad fue avanzando sobre todos los aspectos de la vida. Se deben, sin embargo, distinguir las acciones y sus motivaciones de los medios técnicos usados para ejecutarlos. La historia de la tecnología debe tener siempre en cuenta el contexto geopolítico y las condiciones socioeconómicas y culturales.
La historia de la tecnología no debe confundirse con la de los artefactos e instituciones humanas; para nuestros fines es necesario encarar esta historia desde un ángulo mucho más amplio, ya que la tecnología que se emplea en un país –y su evolución a través del tiempo– está imbricada con su estructura social, económica, geográfica y geopolítica. Con escasas excepciones, la Argentina no ha sido productora de tecnología; la ha importado, aunque adaptándola a sus condiciones y necesidades específicas. El concepto de tecnología –tal como se usa en la actualidad– no tiene mucho más de cincuenta años. Existen autores que limitan el concepto mismo de tecnología, y no sólo el uso del término, a aquellas formas de actividad humana que hacen uso explícito de los resultados de la investigación científica. Por lo tanto, según ellos, la tecnología misma –para eso han inventado el término “tecnociencia”– no tendría más de unas pocas décadas de antigüedad. Hacen una diferencia entre las “técnicas” usadas intuitivamente o por experiencia y la “tecnociencia” basada en los conocimientos científicos modernos. Nosotros estimamos errónea esta interpretación limitada del término. El desarrollo de técnicas para llevar a cabo todas sus actividades, como la básica de procurar su sustento, fue durante milenios un proceso lento, matizado por ocasionales descubrimientos, invenciones e innovaciones, cuyos tiempos se miden en siglos o milenios. Muchas de estas innovaciones fueron fruto del azar, o de largos períodos de “prueba y error” guiados por conocimientos empíricos acumulados por su transmisión de padres a hijos, de maestros a aprendices.
Aunque en el pasado las comunidades humanas eran más pequeñas y aisladas, siempre hubo contactos entre los grupos que tenían espacios geográficos contiguos, aunque cada una de ellas se desenvolviera con relativa independencia de las demás. Es frecuente el hallazgo de objetos y materiales inexistentes en el propio ámbito de una cultura, lo que es una señal cierta de intercambios. Cada cultura logró desarrollar un conjunto de productos y artefactos, estructuras sociales, formas de expresión, y sistemas de interacción que les eran característicos y son fácilmente reconocidos por los especialistas. Casi todos estos componentes de la manera de “ser en el mundo” de un grupo humano son elementos de su artificialidad y objetos tecnológicos en el sentido amplio del término (Buch, 1999).
La evolución tecnológica –que comenzó a acelerarse en la Europa del siglo XV y recibió un impulso decisivo en el siglo XVIII– ha alcanzado hoy un ritmo vertiginoso y globalizado. La civilización capitalista actual ha hecho del cambio tecnológico una condición de su misma subsistencia. La consideración de la tecnología como objeto de comercio –y su transferencia a título oneroso– es uno de los productos de esta evolución. Es notable que los autores de las primeras teorías sobre la economía –que coinciden con los comienzos de la economía capitalista– considerasen a la tecnología como un bien de acceso común y pocas veces se ocuparan de su evolución. Siempre se supo que la posesión de ciertas técnicas daba poder y se hicieron esfuerzos para limitar el acceso de otros al “saber-hacer” propio del grupo social. En la Prehistoria, el conocimiento, tanto tecnológico como esotérico, frecuentemente se concentró en los brujos.
En la Antigüedad clásica, la posesión de armas de bronce (y más tarde, de hierro), carros de guerra o de naves más maniobrables daba una ventaja decisiva en las batallas. Más tarde, en los gremios medievales, el conocimiento se transmitía a los nuevos adeptos bajo condiciones estrictas de secreto. Sin embargo, a pesar de la restricción a su acceso, el conocimiento de estas técnicas se fue difundiendo a través del comercio y de la migración de expertos que llevaban su “saber hacer” a cuestas, ya que el registro de las metodologías era excepcional y pocos artesanos reflexionaban sobre la naturaleza de su acción. Uno de los mayores logros de los enciclopedistas franceses del siglo XVIII (D’Alembert y Diderot, y muchos otros) fue haber hecho que los artesanos reflexionaran sobre su trabajo. La Enciclopedia (Encyclopédie ou Dictionnaire Raisonné des Sciences, des Arts et des Métiers en 26 volúmenes publicados entre 1751 y 1772) es uno de los documentos más completos sobre las tecnologías de su época.
Esas tecnologías eran claramente reconocidas como un valor a defender por los países más desarrollados. Por ese motivo hubo países como Inglaterra, que proclamaban la libertad de comercio, pero prohibieron la emigración de sus técnicos, además de restringir la exportación de equipos de producción y guardar el secreto de su construcción (cosa que todavía sucede en la actualidad). El espionaje industrial no es un invento de las novelas de acción. Recientemente se descubrió la existencia de una red informática –llamada Echelon– destinada al espionaje industrial a favor de algunas de las grandes potencias más desarrolladas. En el caso argentino, muchas de las tecnologías fueron traídas por los inmigrantes, principales portadores de los saberes tecnológicos antiguos y modernos.
En los albores de la Prehistoria, la hominización coincidió en gran medida con el comienzo del empleo de herramientas, primero tomadas directamente de la naturaleza, “resignificando” objetos naturales, tales como piedras o palos, al darles nuevas funciones. Esto incluyó el fuego en época muy temprana (hay evidencias de especies prehumanas que manejaron el fuego, y tal vez lo hicieran nuestros primos, los hombres de Neandertal). El trabajado más o menos tosco al principio, pero mejorado poco a poco, de piedras, huesos o maderas, define una época de la Prehistoria: la Edad de la Piedra.
La primera gran revolución tecnológica fue la de la era neolítica, y consistió en la domesticación de ciertas especies de animales y plantas. No es posible darle una precisión temporal, ya que la “revolución neolítica” se extendió a lo largo de miles de años y ocurrió en diferentes épocas y con diferentes ritmos en diversas regiones del mundo. Por ejemplo, en las culturas americanas ocurrió dos o tres mil años más tarde que en Asia. No se trata de un tema cerrado, ya que nuevos descubrimientos frecuentemente desplazan el horizonte temporal de estos acontecimientos.
A partir de esa revolución tecnológica, conocida como “revolución neolítica”, disminuyó grandemente el esfuerzo necesario para alimentarse, y se generaron excedentes económicos que permitieron el surgimiento de comunidades más numerosas y organizadas, en una palabra, las ciudades y su consecuencia: la civilización (término que proviene del latín civitas, que significa “ciudad”). Superada la etapa de la mera subsistencia, comenzó el desarrollo de sistemas sociotécnicos más complejos, donde además de lo que hoy llamamos bienes de consumo se necesitaban bienes intermedios y medios de producción, y los conocimientos para manipularlos. Un ejemplo son los imperios “hidráulicos” de hace unos tres mil o cuatro mil años, de las orillas de los grandes ríos: el Nilo, el Indo, el Eufrates y el Tigris, el Amarillo. En ellos, una sociedad rígidamente estructurada en clases sociales cultivaba la tierra con ayuda de canales de riego (se han encontrado evidencias arqueológicas de canales de riego pertenecientes a los sumerios, que dominaron Medio Oriente hace seis mil años, que había que mantener en buen estado.
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