ASTRONOMIA: OBJETOS CERCANOS DE TODO TIPO
› Por Pedro Saizar
Los vecinos de la tranquila localidad peruana de Carancas se sobresaltaron por una explosión en la noche del sábado 15 de septiembre. Poco después encontraron un cráter de 30 metros de diámetro en un campo vecino. Hace dos meses, en Esteban Echeverría, provincia de Buenos Aires, otra explosión destruyó una casa y generó, entre otras versiones, la de un impacto meteorítico, luego desmentida ante la ausencia de un cráter. Finalmente, a principios de este mes, los titulares anunciaron el pasaje cercano de un asteroide que, si fuera a chocar con la Tierra, podría provocar un desastre de proporciones hollywoodenses.
Así como los antiguos humanos tenían un temor reverencial por los eclipses de Sol, muchos de sus descendientes modernos sienten intriga y hasta una preocupación de bajo voltaje cada vez que uno de estos proyectiles cósmicos amenazan con “visitar” nuestro planeta. Pero, ¿hasta qué punto son una amenaza? Es un hecho conocido que la Tierra es continuamente bombardeada por estas rocas cósmicas. Afortunadamente, la vasta mayoría son apenas granitos de arena o piedritas de pocos centímetros pero su peso combinado equivaldría a un camión cargado de ripio al año. El intenso calor generado por su caída en la atmósfera los desintegra mucho antes de llegar al suelo y se ven sólo como “estrellas fugaces”.
Sin embargo, también hay en el espacio rocas lo suficientemente grandes para destrozar alguna propiedad, aniquilar una ciudad o incluso para extinguir toda forma de vida en el planeta. Para comprender mejor la magnitud de la amenaza, examinemos de cerca a estos vagabundos espaciales.
La mayoría orbitan alrededor del Sol en el extenso cinturón de asteroides que se extiende entre las órbitas de Marte y Júpiter. Pero hay muchos otros distribuidos por el Sistema Solar. Aquellos que tienen rasgos comunes son clasificados por los astrónomos en distintas “familias” de asteroides. Dos de estas familias, conocidas como Apollo y Amor, son importantes porque sus miembros suelen pasar cerca de la Tierra. En conjunto, los astrónomos llaman a los “objetos que pasan cerca de la Tierra”, justamente así, aunque prefieren la forma inglesa más compacta: NEO, por Near-Earth Objects.
Estudiando la cantidad y los tamaños de los cráteres lunares, los astrónomos encontraron que los asteroides chicos son mucho más abundantes que los grandes, producto de la fragmentación en los primeros tiempos del Sistema Solar. En aquellos tiempos, la población de asteroides era enormemente mayor, pero los choques mutuos y las caídas en los planetas redujeron sus números drásticamente.
Sin embargo, hay todavía asteroides remanentes que podrían implicar un peligro potencial para la Tierra. Por este motivo, hay varias redes de observatorios en distintos países que buscan y monitorean la mayor cantidad posible de asteroides, especialmente, los cercanos a nuestro planeta.
Según una compilación realizada por el Programa NEO de la NASA, hasta el 30 de junio se conocían 8034. De ellos, el 10 por ciento tienen diámetros mayores a 1 kilómetro, el 57 por ciento tienen entre 100 y 1000 metros, y el 33 por ciento son menores a 100 metros de diámetro.
Los números parecen contradecir lo que señalábamos antes sobre la relación entre población y tamaño. Pero debemos tener presente que los datos no reflejan la población real, sino sólo la conocida. Esto significa que los instrumentos no pueden cubrir todo el cielo todo el tiempo. Y además, resulta más difícil descubrir a los asteroides pequeños que a los grandes. En otras palabras, es muy probable que los 826 asteroides de más de 1 kilómetro cercanos a la Tierra sean la gran mayoría de los existentes ahora. Pero es seguro que hay bastantes más que los 2700 asteroides conocidos de menos de 100 metros.
Esta dificultad de detección de los pequeños se vincula directamente con el problema de la amenaza de una catástrofe. Los grandes son más fácilmente detectables porque son más brillantes y sus trayectorias han sido bien determinadas. Cualquier asteroide nuevo de gran tamaño tendrá grandes probabilidades de ser descubierto con anticipación y monitoreado para determinar el peligro de colisión. Para los próximos 12 meses se anticipa que sólo un asteroide pasará a menos de 1 millón de kilómetros de la Tierra. El principal problema para los astrónomos los ofrecen los asteroides de entre 30 y 300 metros de diámetro. Estos son lo suficientemente grandes para causar un desastre local y algunos podrían escapar a la detección o detectarse muy sobre la hora de una posible colisión.
Para evaluar el riesgo, los astrónomos usan la llamada escala de Torino, la cual establece una serie de niveles de alerta, llamadas “zonas de riesgo”, de acuerdo con la amenaza potencial o real de una colisión.
Al momento de escribir esta nota, hay sólo 2 asteroides con un valor de 1 en la escala de Torino, el 2007 VK184 y el 2011 AG5. Sus probabilidades de colisión están actualmente estimadas por debajo de 1 en 600 y 1 en 1700, respectivamente para mediados de siglo. Pero no sería de extrañarse que ambos sean llevados al cero de la escala en breve. Al fin y al cabo, poco más de 150 asteroides fueron bajados de categoría ¡sólo este año!
Las probabilidades de alcanzar valores mayores en la escala de Torino son extremadamente pequeñas. Los científicos calculan que en mil años caerán menos de 20 meteoritos capaces de provocar destrucción local. En cambio, uno capaz de provocar destrucción regional caería una vez cada 10 a 100 mil años, y uno que genere desvastación global ocurrirá con mucha menos frecuencia. Los grandes dinosaurios fueron testigos del horror de una catástrofe de esta magnitud, hace 65 millones de años.
¿Y qué pasa con los asteroides no detectados? A juzgar por los conocidos, el riesgo es muy pequeño, aunque ciertamente existe. De aparecer uno en rumbo de colisión sin detección previa, lo más probable es que sea pequeño y caiga en el mar o en zonas despobladas. Pero aún cayendo en una zona poblada, podría causar un desastre comparable a un volcán u otros fenómenos naturales con los que convivimos diariamente. Claro que a nadie le gusta que le toque, pero, a modo de consuelo, la historia humana aún no registra en forma fehaciente humanos muertos por impactos de meteoritos. Cosa que no se puede decir de los terremotos y menos de la imprudencia humana en las rutas.
Por supuesto, los científicos tratan de establecer sistemas de monitoreo cada vez más eficaces y sensibles. Al menos, confían que difícilmente se les escape un asteroide capaz de provocar una extinción global masiva y se lo pueda enfrentar con nuestras mejores armas: ciencia y tecnología usadas inteligentemente.
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