Sábado, 3 de marzo de 2012 | Hoy
Por Pablo Capanna
Aunque no es mucho lo que se habla de los separatismos, en los propios Estados Unidos, donde el nacionalismo viene triunfando desde G. W. Bush, hay más de cincuenta “repúblicas” virtuales que reclaman su independencia. Y eso, sin contar con las tribus urbanas, las redes sociales y otros clubes en plena conscripción de socios.
Una de esas repúblicas secesionistas se llama Cascadia, cuya capital propuesta sería Seattle. Cascadia reivindica para sí vastos territorios de Canadá y Estados Unidos, desde la Columbia Británica hasta California. Los cascadios ya tienen bandera propia, marcas de fábrica locales, bandas de rock y equipos de fútbol, pero aún no cuentan con un himno nacional.
Aunque les cuesta reconocerlo, los cascadios se han inspirado en una utopía ecologista de 1975 llamada Ecotopía, que recientemente ha vuelto a despertar interés tras cumplir treinta años como best seller en la cultura “alternativa.” Se dice que Ecotopía también inspiró a los fundadores del partido Verde alemán (Friburgo honró a su autor con un doctorado honoris causa) y que sirvió de modelo para algunas experiencias de desarrollo sustentable en Japón.
El autor de Ecotopía (1975) y Ecotopía emergente (1981) es un octogenario escritor norteamericano que durante años hizo divulgación científica y crítica de cine en Berkeley. Se lo vincula con un influyente círculo de intelectuales de la Costa Oeste del cual forman parte la escritora Ursula K. Le Guin y conocidas figuras del feminismo y el ambientalismo.
Callenbach siempre ha negado que su obra perteneciera a la ciencia ficción (aunque no pudo evitar que los editores la rotularan como tal) ni que fuera una utopía, a pesar del título que le puso. Sin embargo, el libro cae bajo ambas categorías, y quien haya leído Los desposeídos de Ursula K. Le Guin notará que el planeta anarquista Anarres se parece bastante a Ecotopía.
En general, las utopías suelen ser un híbrido de Constitución, guía turística y novela, y tienen tan poca acción que parecen estar condenadas a provocar aburrimiento. La de Callenbach tampoco escapa a esta tradición.
Así como la Utopía de Thomas More fingía ser la narración de un compañero de Américo Vespucio, ésta se presenta con dos registros alternativos: las notas del periodista William Weston, que visita Ecotopía enviado por el Times Post, y las impresiones que registra en su diario personal. Con este recurso se pretende condimentar los informes más áridos con vistazos de la actividad sexual y recreativa del cronista. En ambos casos, como es habitual en el género, todo resulta motivo de admiración.
Ecotopía (un territorio que abarca California, Oregon y el estado de Washington) se ha independizado de la Unión unos veinte años antes y desde entonces ha permanecido aislada del mundo. Weston es el primer periodista estadounidense que la visita, a fines del siglo XX.
Los ecotopianos se han propuesto realizar “la ecología en un solo país”, con la misma decisión con que otros quisieron implantar el socialismo en Rusia.
Conociendo las costumbres yanquis, la historia que inventa Callenbach es bastante verosímil. Los halcones militares, que en la ficción vienen de invadir Brasil (¡!), intentan sofocar la secesión. Atacan al nuevo estado con bandadas de helicópteros artillados, pero son vencidos por los rebeldes armados de bazookas y sólo atinan a ocultar la historia de su derrota.
En los años siguientes Ecotopía organiza un sistema de milicias muy flexibles, y hasta planea enviar comandos a sabotear las plantas nucleares rusas y japonesas cuando lleguen a contaminar el Pacífico. Los ecotopianos “se parecen a los hippies” aunque no son nada bucólicos. Puesto que han prohibido el fútbol, el béisbol, el básquet y hasta el cricket, se han quedado sin barrabravas, y para aflojar las inevitables tensiones organizan unos torneos llamados Juegos de Guerra. En ellos, dos bandas de jóvenes armados de lanzas y con el cuerpo pintado de vivos colores, como los hinchas, se pasan un buen rato provocándose hasta que alguno sale lastimado. El juego termina ahí y culmina con grandes festejos, lo cual es mucho más incruento de lo que ocurre en cualquiera de nuestros torneos de Primera División.
Las primeras medidas que tomó el gobierno secesionista fueron francamente revolucionarias. Para descentralizar la sociedad, algunas de las ciudades más grandes fueron demolidas y convertidas en espacios verdes. Ahora hay un plan de reforestación global que sólo admite miniciudades conectadas por trenes eléctricos. Las autopistas fueron reemplazadas por canales, los autos están proscriptos y las petroleras han sido expulsadas del país.
Un ajuste similar se practicó con la población, que en quince años se redujo casi un 7 por ciento, hasta llegar a ser sostenible.
Tras un período de turbulencias que provocó la reconversión (incluyendo cortes de ruta y tomas de fábricas), los desocupados fueron reclutados para la construcción de redes cloacales, plantas recicladoras y una vasta red ferroviaria.
La economía no ha dejado de ser capitalista, pero la agricultura está nacionalizada y hay una sola cadena de supermercados. Abundan las cooperativas, la jornada laboral es de apenas cuatro horas y las comidas se preparan en cocinas colectivas, conforme a la economía de escala.
Los ecotopianos han proscripto los electrodomésticos superfluos, como abrelatas y secadores de pelo, pero no renunciaron a la TV ni al video. Para ahorrar energía, han prescindido de las fibras sintéticas y de la pintura. Como no usan agroquímicos, también se pierden el boom de la soja y el glifosato, para no hablar del cianuro y la minería a cielo abierto.
No toman gaseosas, para evitar las caries, y tampoco usan energizantes ni píldoras para dormir. Su rock es mucho más respetuoso para los tímpanos, porque no permiten los grandes amplificadores. Como fueron pensados en los años setenta, no tienen computadoras, pero por las dudas han prohibido las máquinas de escribir eléctricas.
Sin embargo, sus fábricas están automatizadas, su medicina está muy tecnificada, sus trenes corren a 360 km por hora y su maquinaria agrícola es eléctrica. Además, su industria fabrica viviendas modulares usando un plástico obtenido del algodón y sus químicos han desarrollado nuevos tipos de vidrio, cerámica y plásticos reciclables. En la práctica, la madera es el material más usado, pero quien la consume está obligado a trabajar en tareas de reforestación. La gran incógnita es ¿de dónde obtienen la energía necesaria para mantener todo eso?
Como era de esperar, todos andan en bicicleta y sólo usan los derivados del petróleo para lubricar. Pero aunque en Ecotopía la energía cuesta el triple que afuera, no queda claro de dónde la obtienen, ya que las grandes represas hidroeléctricas han sido dinamitadas para rescatar los ríos. Por supuesto, el objetivo es llegar a la fusión nuclear (la fisión está proscripta) y los químicos trabajan para lograr la fotosíntesis artificial, pero aparentemente les alcanza con la energía solar, mareomotriz y geotérmica. Es algo para lo que no cualquier territorio es apto, lo cual lo hace un ejemplo difícil de imitar.
Tras la etapa inicial de emergencia, el gobierno de los ecotopianos se ha hecho bastante democrático; respeta a la oposición y fomenta la “crítica cooperativa” en forma de asambleas populares institucionalizadas, pero no deja de tener servicios de inteligencia. En los espacios de poder predominan las mujeres, y su Presidenta Allwen tiene “las virtudes de Mao y Ho Chi Minh”. La moneda no tiene próceres sino paisajes. No se conoce la corrupción, el delito escasea y los funcionarios son tan informales que pasan inadvertidos.
La televisión es interactiva. No hay cadenas y los usuarios pueden elegir la programación. La publicidad existe, pero debe limitarse a describir el producto, sin adjetivos, teatralizaciones, amas de casa felices ni limpiadores mágicos. Los avisos son tan neutros como “Joe’s repuestos para bombas de agua” “Fruta fresca La Ponderosa” o “Mantenimiento de células fotovoltaicas”. Obviamente, la publicidad no es negocio y los creativos no tienen más remedio que dedicarse al cine.
Como es común en el género utópico, todo este relato tiende a parecerse a un folleto turístico. Pero aquí no se trata de invitarnos a visitar Ecotopía (los turistas jamás fueron bienvenidos en las utopías), sino de poner como ejemplo sus costumbres e instituciones.
Por lo que hemos venido viendo, una vida de bajo consumo, naturismo y reciclaje parecería bastante desabrida, de manera que el autor intenta hacerla más divertida atribuyéndole unas costumbres muy atractivas. Los ecotopianos permiten fumar en público, especialmente si se trata de marihuana, lo cual los hace desinhibidos, sensuales, afectuosos y efusivos en todo momento. Como no chatean ni twittean, tienen tiempo para conversar y lo pasan muy bien.
Son muy abiertos respecto del sexo y sus variantes, que practican en público, aunque en privado suelen rodearlos rituales mágicos. Con todo, entre ellos aún predomina la familia heterosexual monógama.
Sus escuelas ofrecen una educación casi rousseauniana, donde predomina lo manual y la actividad física al aire libre. Si bien el autor asegura que Ecotopía cuenta con científicos de avanzada, esto no parece muy compatible con una educación estilo boy scout, que ni siquiera ha logrado extirpar el tabaquismo y ha tenido que recurrir al aborto antes que a la concientización cuando se trató de reducir la población.
A más de treinta años de planteada, la utopía de Callenbach no parece muy sustentable, ante todo porque la interdependencia global hace prácticamente imposible que un país se aísle durante décadas. Quizás de haber contado con el soporte informático (que no estaba difundido cuando se escribió la novela) habría tenido más posibilidad de éxito, pero no le hubiera sido fácil superar el problema de la energía.
Sin embargo, más allá de que el modelo en su conjunto ostente ese inevitable carácter “utópico” que le viene de una confianza casi ciega en la maleabilidad de la conducta humana, Ecotopía está sembrada de propuestas puntuales, algunas de ellas parecen haberse impuesto y otras merecerían ser tenidas en cuenta. La novela anticipó la impresión por demanda de diarios y libros, así como la generalización de la TV por cable. La separación y reciclaje de residuos es algo que hoy ha llegado a comprenderse hasta en los municipios, y no faltan los políticos que abogan por la forestación y la recuperación del ferrocarril, aunque abundan los que se den el lujo de ignorar las demandas ambientales.
Para eso sirven las utopías, para ejercitar la imaginación y a veces hasta para inspirar acciones positivas.
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