Sáb 09.06.2012
futuro

REDES SOCIALES Y AUTOESTIMA

No somos lo que publicamos

Las redes sociales son, para muchos, un mal moderno al que hay que resistirse. No es la primera vez que una nueva tecnología masiva genera rechazo. Pero ¿qué efectos concretos tiene sobre los usuarios? Los estudios sobre el tema se multiplican... casi viralmente.

› Por Esteban Magnani

No es novedad que toda nueva tecnología genera resistencias. Desde los Luditas, por ir a un ejemplo extremo, a algunos (pocos) que aún se resisten al uso de los teléfonos celulares, el rechazo a lo nuevo es frecuente. Lo mismo era de esperar para las redes sociales, fenómeno que se ubica dentro de otro mayor, la revolución digital, pero que por momentos amenaza con fagocitarlo. Facebook y Twitter, sobre todo, han generado una atención enorme en la que se mezclan curiosidad, tentación y mucho rechazo. Si bien sus usos son muy variados, la mayor parte de las críticas proponen que favorece –o incluso genera– cierto exhibicionismo, borra los límites de la intimidad, quita el valor del cara a cara, etc. Posiblemente por cada ejemplo de este tipo se pueda mencionar un contraejemplo. Sin embargo, como era de esperar, las discusiones han creado un suelo fértil para distintos estudios especializados que intentan separar obviedades, indignación fácil y prejuicios de lo que ocurre en la realidad.

La revista académica (con revisión de pares) Cyberpsychology, Behavior and Social Networking publica trabajos que específicamente intentan delimitar los fenómenos nuevos (o no tanto) que ocurren con el avance de Internet; las redes sociales también son protagonistas en esta publicación. Una investigación publicada en este medio titulada “Ellos son más felices y tienen mejor vida que yo: el impacto de usar Facebook en la percepción de los otros”, realizada por los sociólogos de la Universidad de Utah Valley, Hui-Tzu Grace Chou y Nicholas Edge, intentó encontrar información dura entre tanto prejuicio.

El jardin del vecino

Chou, una de las líderes de la investigación, explicó la motivación para llevarla adelante: “Hace varios años comencé a usar Facebook porque mucha gente me invitaba. Allí pude darme cuenta de que mis amigos en Facebook parecían realmente felices. Eso me dio curiosidad”.

El estudio es muy simple: se basó en preguntarles a 425 estudiantes su nivel de acuerdo con dos frases: “Muchos amigos tienen mejores vidas que yo” y “La vida es justa”. Luego se hacían varias preguntas sobre el tiempo que pasaban conectados a la red social, la cantidad de amigos en ella y a cuántos de ellos conocían personalmente.

La conclusión del estudio fue clara: “Aquellos que llevaban más tiempo usando Facebook estuvieron más frecuentemente de acuerdo con que los demás eran más felices y más en desacuerdo con que la vida es justa”, explica Chou. Lo mismo ocurrió con aquellos que dedicaban más horas semanales al uso de Facebook respecto de quienes menos lo usaban. Incluso aquellos que tenían más gente desconocida como “amigos” de Facebook acordaban aún con más frecuencia con que los demás tenían mejores vidas que las propias.

Como el estudio es muy limitado, los investigadores no quisieron llevar las conclusiones a la relación causa-efecto del fenómeno sin seguir investigando. Sin embargo, los resultados invitan a nuevas hipótesis como, por ejemplo, que Facebook afecta la percepción respecto de la vida de los demás, sobre todo porque la percepción del otro se basa en unos pocos datos puntuales que se publican conscientemente. Como explica Chou, en Facebook “normalmente vemos el lado luminoso de los otros, especialmente en las imágenes positivas y los comentarios que se publican”: nadie sube su foto llorando deprimido en el baño, por así decirlo. El resultado es que sólo nos basamos en la parte luminosa de las vidas ajenas para evaluarla, más que en percepciones situacionales, es decir, aquellas en las que es más probable que uno se muestre tal cual es. Esta percepción parece reforzarse aún más si no hay un conocimiento real con el “amigo” virtual que complete la imagen que el otro proyecta a través de Facebook.

Este y otros estudios invitan a realizar investigaciones complementarias (que seguramente llegarán) para evaluar el impacto de que los demás sean más felices que uno, a la hora de valorar o no la vida propia con el consecuente impacto en la autoestima.

Papers a granel

Otro paper publicado bajo el nombre “Depresión Facebook”, aparecido el año pasado en la publicación oficial de la American Academy of Pediatrics de los EE.UU., también enfocaba en el efecto del excesivo uso de redes sociales sobre la autoestima. Allí aseguraban que muchos adolescentes al ver la proyección de una imagen idealizada de sus amigos en las redes, comenzaban a tener expectativas irreales acerca de su propia vida, lo que podía disparar el comienzo de una depresión.

Otro estudio más de la Escuela de Medicina Case Western Reserve de los EE.UU. indicaba que los niños con hiperactividad en mensajes de textos (más de 120 mensajes por día) y redes sociales (más de tres horas por día) tenían más probabilidades de fumar, tomar alcohol, consumir drogas y otras conductas antisociales. Incluso se daban algunos consejos para que los padres estén atentos al uso de las redes sociales por parte de sus hijos.

Por supuesto esta lectura estadística tampoco podía explicar la relación causa-efecto: ¿es el excesivo uso de las redes sociales lo que produce esas conductas o al revés? ¿O ambas son consecuencia de otras muchas variables? Evidentemente este tipo de respuestas necesitaría de estudios mucho más complejos. Además está claro que las redes sociales pueden ser un canal con usos variados: para muchos adolescentes y adultos son una forma de organizar actividades o participar de comunidades, lo que alimenta su vida social “real”.

Si bien no hay, y tal vez nunca haya, respuestas definitivas sobre un fenómeno que ahora resulta nuevo, lo más probable es que las redes sociales, en la medida en que se vuelvan una parte más de la vida cotidiana, sean tratadas como tales, en base a un criterio formado por la experiencia.

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