MEDICINA GENETICA: VISION Y DEGENERACION MACULAR
Una de las líneas de trabajo más prometedoras a corto plazo en terapias génicas tiene que ver con un antiquísimo objetivo que hasta parecía olvidado: restituir la vista en algunas formas de ceguera.
› Por Marcelo Rodríguez
De la eficacia de la genética hoy nadie duda; pero en cuanto a sus aportes a la salud pública, esta disciplina “vedette” de la biología sigue generando más fantasías que soluciones. Su aplicación en enfermedades degenerativas de la retina, sin embargo, se muestra candidata a romper ese molde.
Retina significa “pequeña red”. Es la delgada lámina que recubre el fondo del ojo donde impacta la luz que compone las imágenes. Si se extrae, se la ve como un minúsculo reticulado transparente, pero su estructura es extremadamente compleja.
Para “recoger” la luz que llega y enviarla como información al cerebro, las múltiples ramificaciones del nervio óptico no abrazan la retina por detrás sino que la penetran a través del llamado punto ciego, y luego se distribuyen por dentro del globo ocular sobre toda la superficie retiniana. Ahí, cada terminal nerviosa se vuelve para clavarse en ella y ponerse en contacto, a través de otras células específicas, con los conos y bastones, las células fotosensibles.
De modo que éstas no miran hacia la luz sino que se esconden, vueltas hacia el epitelio pigmentario. Recién allí, las diferentes longitudes de onda de la luz residual que lograron atravesar el reticulado traslúcido, provocan una serie de intercambios químicos con las células vecinas, que se traducirá en la información que confluye en el nervio óptico para ir al cerebro.
Sólo muy recientemente se animó la medicina a internarse en esta red. Como las neuronas, las células de la retina no se regeneran una vez perdidas. La cirugía refractiva y la de cataratas permiten desde hace décadas corregir problemas ópticos, es decir, de ingreso y trayectoria de la luz dentro del ojo.
Pero cuando el problema está en la retina, todo se complica. Inyecciones y cirugías láser se incorporaron recientemente a la terapéutica para reparar la retina dañada por traumatismos, por una diabetes muy avanzada o para inhibir el crecimiento de vasos sanguíneos anómalos que impiden ver en las llamadas retinopatías húmedas. En recién nacidos prematuros, un tratamiento con láser a tiempo impide la progresión de malformaciones congénitas que llevan a la ceguera. Nada había por hacer frente a enfermedades oftalmodegenerativas como la retinosis pigmentaria, las maculopatías relacionadas con la edad del tipo “seco” –donde no hay neovascularización sino que simplemente se ha visto afectado el intercambio químico entre las células fotosensibles y el epitelio pigmentario– y otras enfermedades hereditarias como la maculopatía de Stargardt, que desde edad temprana deteriora las células de la mácula (área de la retina donde la luz incide más directamente) hasta dejar a la persona sin visión central.
Esta última enfermedad tiene una particularidad que la convirtió en candidata para los primeros ensayos clínicos con terapias génicas, que se iniciaron en julio pasado en Europa: está causada por la mutación de un solo gen (ABCA4), responsable del intercambio químico entre el epitelio pigmentario y las células fotosensibles. Esto simplifica el objetivo de la terapia: inocular virus genéticamente modificados con ABCA4 “normales”.
En un proceso natural de infección, un virus penetra en el núcleo de la célula humana y “pervierte” su código genético para ponerla a replicar virus; en la terapia génica, lo esperable (y que ya se ha obtenido en ensayos de laboratorio y en animales, y por eso se está probando en personas) es que las células artificialmente “infectadas” reproduzcan el gen ABCA4 “correcto”. Esto normalizaría el intercambio químico que al deteriorarse causó la pérdida visual. Todo esto teniendo en cuenta, tal como ha sido comprobado, que las células no necesariamente mueren al perder su función (una dieta adecuada y el uso de lentes con filtro serían útiles en este sentido).
La compañía Oxford Biomedical y la Universidad de Columbia avanzan con este ensayo de terapia génica, que ya la Agencia Europea de Medicamentos (EMEA) declaró “terapia huérfana” a fin de facilitar su desarrollo. Y el patrocinio de una big pharma (no se da puntada sin hilo) da la pauta de que no sólo los afectados por estas enfermedades esperan buenos resultados.
Aun si las células pigmentarias han entrado en apoptosis (muerte celular), habría forma de regenerarlas. Con un método desarrollado por la compañía estadounidense Advanced Cell Technology, que permite extraer una célula embrionaria en etapas muy tempranas sin dañar el embrión, el doctor Robert Lanza intenta experimentalmente, en un ensayo casi simultáneo con el de la terapia génica, regenerar el epitelio pigmentario en 12 pacientes.
En la retina, estas células madre se especializarían en función del entorno químico y rescatarían la función de los conos para recuperar visión.
En ratones de laboratorio dio resultado, y Lanza debió demostrar además que inocular estas células no causa tumores oculares, antes de que la FDA lo autorizara para probarla en humanos.
También hubo buenos resultados (en experimentos con animales, en este caso) en formas más severas de discapacidad visual, como un tipo de retinosis pigmentaria llamado amaurosis de Leber. La aplicación de terapias génicas se complica cuando se trata de enfermedades con perfiles genéticos más complejos, ya que en algunas pueden intervenir cientos de genes.
Las investigaciones actuales, sin embargo, van tras la creación de una retina artificial completa a partir de células embrionarias, tal como se logró por primera vez en el Centro Riken de Kobe (Japón), según se anunció en abril pasado. Su aplicación real suena bastante lejana y seguramente faltan varios años para que la medicina esté en condiciones de prometer a los ciegos que recuperarán su vista, pero ése parece ser el camino, y la idea de que la retina es el límite definitivo está en jaque.
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