Sábado, 8 de septiembre de 2012 | Hoy
LIBROS Y PUBLICACIONES: ADELANTO
Esta semana se publica el libro Modelo para armar: la evolución humana, paso a paso (y parte a parte), de Martín Cagliani, colaborador de este suplemento, en la colección “Ciencia que ladra”. En adelanto exclusivo, aquí va un fragmento del primer capítulo del libro.
Modelo para armar
la evolución humana, paso a paso (y parte a parte)
Martín Cagliani
Siglo XXI
Todos los seres humanos se han preguntado alguna vez de dónde vienen. Muchos buscan la respuesta yendo al cerro Uritorco con la esperanza de encontrar a un ser extraterrestre o pandimensional que los oriente en su búsqueda, mientras que otros recurren a los libros de autoayuda o a distintas religiones. Nosotros, en cambio, abordaremos la cuestión desde una perspectiva científica, y para ello nos embarcaremos en una excursión de millones y millones de años, que nos permitirá tomar contacto directo con la historia de nuestra evolución.
Sin embargo, para evitarnos el esfuerzo que requeriría semejante travesía, recurriremos a una máquina que nos transportará como a Tony y a Douglas en El túnel del tiempo. Tengan en cuenta que ahora nos encontramos en los preliminares de ese viaje, por lo tanto en lo que sigue haremos una presentación general de cada lugar y en los próximos capítulos emprenderemos paradas más largas para ahondar en los detalles.
Una estrategia útil cuando se trata de preparar la valija es comenzar haciendo un repaso por nuestro cuerpo: mirarnos los pies y buscar medias y zapatillas, las manos para acordarnos de los guantes (si vamos al frío) y así con cada parte. Vamos a hacer lo mismo con la evolución humana, y en este caso el punto de arranque más adecuado son las piernas, que, como verán, nos caracterizan bastante. ¿De dónde salieron? Es importante que sepan de entrada que tanto los animales como los vegetales que están hoy sobre la Tierra provienen de organismos unicelulares residentes en el océano, algo así como las actuales bacterias. Todos hemos evolucionado a partir de ellos. Evolución implica cambio, y la acumulación de esos cambios en las poblaciones de seres vivos es lo que da origen a nuevas especies.
Subamos entonces a la máquina del tiempo y ajustemos los relojes para retroceder 1100 millones de años, una época en la que ya había cierta variedad entre los seres vivos y el momento preciso en el que ocurre la primera gran división entre ellos. Fue entonces cuando un grupo de peces desarrolló la característica que más adelante los convertiría en los primeros vertebrados, el germen de lo que luego sería una columna vertebral como la nuestra.
Teniendo en cuenta ese detalle, vayamos a un pasado menos lejano, al período que va entre 500 y 570 millones de años atrás. Si Nuestros tatarabuelos los peces 15 lo hiciéramos, veríamos aparecer unos pequeños pliegues al costado de esa columna vertebral que la evolución convertiría más tarde en aletas. Y yendo hasta 380 o 400 millones de años atrás, conoceríamos a los peces que utilizaban esas aletas para moverse por el suelo húmedo; esas criaturas vivían en zonas pantanosas que en ciertas épocas del año se secaban durante meses, tenían pulmones primitivos que les posibilitaban sobrevivir fuera del agua y sus aletas eran de huesos más fuertes que las que usaban para nadar, lo que les permitía arrastrarse por el barro.
Dentro del agua ningún ser vivo necesita tener miembros fuertes para sostenerse, pero en tierra ocurre lo contrario. Por esta razón, los huesos de estos peces anfibios fueron haciéndose cada vez más grandes y poderosos, hasta que aparecieron los tetrápodos, que no sólo se arrastraban, sino que fueron los primeros anfibios cuadrúpedos que caminaron sobre la tierra. A partir de ellos se abrieron diversas ramificaciones evolutivas que derivaron en los reptiles, las aves y los mamíferos.
Los integrantes de nuestro grupo, los mamíferos, evolucionaron a partir de los reptiles, hace unos 240 millones de años, época en la que los dinosaurios reinaban sobre la Tierra. Recién cuando estos gigantes desaparecieron, tuvieron la oportunidad de crecer y de dominar casi todos los ambientes terrestres. Basta con ver la película Parque Jurásico (si no la vieron, ¡corran a alquilarla!) para saber que lo más conveniente era esconderse bien de aquellos reptiles. Todos recordarán la escena en la que el Dr. Alan Grant se oculta entre los árboles junto a los nietos del dueño del parque para escapar del hambriento tiranosaurio.
Ahora movamos las manivelas de nuestra máquina hasta llegar a unos 55 millones de años atrás, cuando los primeros simios ya se habían dispersado por gran parte del planeta. Los simios son los primates de la superfamilia hominoidea, que en la actualidad incluye a los monos, los chimpancés, los bonobos, los gorilas, los orangutanes y también a nosotros. Esos primeros primates no sólo tenían cuatro patas, como los primeros mamíferos, sino que en su cuerpo ya podían diferenciarse los brazos y las piernas. También las manos, que habían evolucionado para un uso diferente al de soportar el peso del cuerpo. Es que andaban en cuatro patas ayudándose con los brazos, pero, dado que no recorrían grandes distancias como los restantes mamíferos cuadrúpedos, también usaban las manos para trepar y para agarrar cosas.
Se cree que los simios comenzaron a andar en dos patas hace unos 6 o 7 millones de años, aunque no existen fósiles de aquel entonces para verificarlo. El homínido más antiguo con el que contamos para imaginar es el Ardipithecus ramidus, que data de 4,4 millones de años. Se sabe que todavía era una criatura arborícola, ya que sus pies no se parecían a los nuestros, sino que aún tenían el pulgar oponible, como el de las manos, que les permitía tomarse de las ramas. Sin embargo, sus pies eran diferentes de los de los simios exclusivamente arbóreos anteriores a él y también de los de los monos actuales. Eran más cercanos a los nuestros (aunque todavía no usaban zapatos) y estaban mejor adaptados para caminar largas distancias.
Siguiendo la línea evolutiva del ramidus, que nos fue alejando de la que conduce a los monos actuales, podemos ver cómo esos primates, a los que podríamos considerar nuestros antepasados, fueron evolucionando para ser mejores caminantes. Esta adaptación les permitió aprovechar un ecosistema diferente, más allá del bosque o el monte. Al estar más adaptados para hacer caminatas, podían explotar las amplias sabanas y praderas. Los pies más parecidos a los nuestros aparecen entre los Australopitecos hace unos 3 millones de años, pero hay que llegar hasta los Homo erectus, al menos 2 millones de años atrás, para encontrar un pie preparado para caminar por horas, durante muchos kilómetros, o para correr.
Sin embargo, recién los primeros Homo sapiens, al menos 200 mil años atrás, habrían sido perfectos corredores de fondo. Nuestros tatarabuelos los peces 17, su cuerpo estaba totalmente preparado para perseguir presas por kilómetros y kilómetros sin parar. Sin duda, habrán ganado todas las medallas de oro en los juegos olímpicos prehistóricos.
Siguiendo nuestro recorrido corporal llegamos a las manos, que, como acabamos de ver, se relacionan mucho con las piernas porque el andar bípedo las liberó de su viejo trabajo de locomoción. Los simios cuadrúpedos las utilizaban para trepar y para recoger frutos. Los primeros homínidos bípedos podían cargar lo que quisiesen en las manos mientras caminaban. Esto les permitió transformar esas cosas en herramientas para manipular objetos con mayor eficacia. A la vez, el desarrollo paralelo de otro órgano ya existente hizo que se volviesen mucho más eficaces todavía: hablamos del cerebro.
El Ardipithecus ramidus tenía un cerebro de entre 300 y 350 centímetros cúbicos, un tamaño equivalente al de un mono bonobo actual. El de los Australopitecos, que estaban mejor adaptados al andar bípedo, medía entre 400 y 500 centímetros cúbicos. Y en las especies posteriores al Homo erectus, como nosotros y los neandertales, el tamaño es igual al de nuestro cerebro.
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