Sábado, 15 de septiembre de 2012 | Hoy
El shale gas, o gas de esquistos, es definido comúnmente como gas no convencional. Teniendo en cuenta que la composición química del gas natural que se encuentra en cualquier yacimiento es muy similar, ¿a qué hace referencia en este caso el mote de “no convencional”? Básicamente, a las técnicas que se requieren para su extracción, más complejas que las que se utilizan en los pozos gasíferos convencionales.
Los procesos geológicos de formación de gas y petróleo son bien conocidos. Consisten en la acumulación durante millones de años de restos orgánicos en fondos marinos o lacustres, en donde son cubiertos por gruesas capas de sedimentos. A medida que aumenta su cantidad, se generan condiciones de presión y temperatura que modifican la materia orgánica y la transforman en hidrocarburos. En ciertos casos, estos hidrocarburos escapan de la roca madre donde se originaron –el yacimiento primario– y migran por el subsuelo hasta hallar alguna barrera rocosa impermeable que impide su paso, formándose así trampas geológicas –o yacimientos secundarios– en donde quedan almacenados.
La alta permeabilidad de la roca que forma los yacimientos secundarios facilita el paso de los fluidos y permite el uso de métodos sencillos de explotación, basados en una perforación vertical en la que se introduce un tubo que luego es cementado a su alrededor para evitar filtraciones que contaminen las napas de agua subterráneas. Por el contrario, la baja fluidez que presentan los yacimientos primarios no sólo impide la migración de los hidrocarburos a otras formaciones, sino que también dificulta su extracción, lo cual obliga a la utilización de métodos no convencionales.
Asimismo, los yacimientos de gas “no convencionales” tampoco son todos iguales. Por un lado están los tight sands, reservorios en los que el gas está atrapado en arenas compactas; por otra parte, cerca de la superficie se hallan los coalbed methane, o vetas de carbón impregnadas en metano; por último, y normalmente a una mayor profundidad que los demás yacimientos, están los shale, en donde el gas se encuentra dentro de esquistos negros, un tipo de roca proveniente de arcillas que sufrieron diversos procesos metamórficos.
Los reservorios de shale gas son conocidos desde hace mucho tiempo pero no pudieron ser explotados hasta que no se logró desarrollar un método viable y con costos de producción competitivos.
Los métodos no convencionales de extracción de shale gas comenzaron a desarrollarse en EE.UU. a mediados de los años setenta, pero recién a fines de los noventa la compañía Mitchell Energy logró poner en funcionamiento en Texas el primer yacimiento rentable de shale gas. Las secuelas fueron inmediatas y revolucionaron el mercado gasífero norteamericano, ya que esta forma de explotación se expandió con rapidez a otras regiones de EE.UU., con un grado de crecimiento superior al presentado por los métodos convencionales.
El método ideado por los norteamericanos utiliza dos tecnologías complementarias: la perforación horizontal dirigida y la fractura hidráulica.
A diferencia de los yacimientos convencionales, que son explotados mediante una perforación realizada en forma estrictamente vertical, los yacimientos de shale gas requieren efectuar una perforación que si bien en su primera parte también es vertical –hasta llegar unos cientos de metros más arriba del lugar en donde se encuentra el reservorio–, en un segundo momento comienza a girar en un ángulo de 45 hasta introducirse de forma horizontal cientos de metros dentro del manto de esquistos.
Este procedimiento, al igual que una bombilla con muchos agujeros, permite aumentar los canales de extracción del shale gas. Sin embargo, la sola perforación horizontal no es suficiente. Como el gas se encuentra alojado en pequeños poros independientes, también es necesario romper el esquisto para aumentar la permeabilidad del yacimiento.
Para ello se utiliza el “fracking”, o fractura hidráulica. Esta técnica consta de varios pasos. Una vez que es entubada y cementada toda la perforación, se introducen en la sección horizontal de la misma cargas explosivas que realizan agujeros equidistantes tanto en el revestimiento como en la cementación y que también horadan, en parte, la formación de esquistos. Luego se inyectan fluidos –comúnmente agua con arena de características especiales y algunos agentes químicos– a altísimas presiones que fracturan la capa de esquistos en los huecos abiertos por las explosiones, mejorando los canales extractivos y permitiendo que el gas emane por el pozo.
Además de las complicaciones técnicas que presenta, el aprovechamiento del shale gas se enfrenta a otro grave obstáculo, ya que los métodos de extracción son objeto de fuertes críticas por parte de grupos medioambientalistas y de algunas poblaciones vecinas a los pozos.
En este sentido, las principales alertas provienen de los EE.UU., fundamentalmente por tratarse del país que cuenta con la mayor cantidad de pozos de shale gas del mundo –más de treinta mil–, y en donde las perforaciones se incrementan a un ritmo vertiginoso.
Si bien las empresas responsables alegan que los procedimientos que utilizan son completamente seguros y que no hay evidencias reales de daños ambientales atribuibles a esta técnica, documentales como The Fracking Hell o Gasland, basados en informes de investigadores y en testimonios de pobladores, dan cuenta de problemas de contaminación del aire y, en especial, del agua. Así, una de las imágenes más espectaculares de Gasland es cuando el agua que sale de una canilla se prende fuego por la presencia de gas metano.
Para sus críticos, el principal responsable del perjuicio ambiental es el proceso de fractura hidráulica, debido a que utiliza millones de litros de agua por pozo, a los que se les añaden diversos químicos. Si bien hasta el momento estas sustancias son mantenidas en secreto por las empresas gasíferas –como la fórmula de la Coca-Cola–, los realizadores de The Fracking Hell, basándose en un informe de la Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU. del año 2010, afirman que serían potencialmente tóxicas. Así, según Anthony Ingraffea, profesor de Ingeniería de la Universidad de Cornell y reconocido experto en fractura hidráulica, el peligro estaría dado por la posible filtración de estas sustancias a las napas de agua subterráneas junto con restos de hidrocarburos.
Junto con ello, surgieron voces alertando sobre la posibilidad de causar pequeños terremotos mediante el fracking. En este sentido, el Consejo Nacional de Investigación de los Estados Unidos emitió el 15 de junio pasado un informe en donde minimiza estas preocupaciones señalando que, si bien la fractura hidráulica puede causar terremotos de baja magnitud, los riesgos de que puedan ser percibidos por la población son menores.
El Departamento de Energía de los EE.UU. publicó en el año 2011 un estudio realizado en una treintena de países de los cinco continentes –exceptuando Rusia y Medio Oriente– en donde estiman que la Argentina ocupa el tercer lugar, detrás de China y EE.UU., en cantidad de recursos técnicamente recuperables de shale gas. En este estudio, se señala la presencia de cuatro cuencas en nuestro país, de la cuales la más prometedora sería la neuquina, en donde se encuentran las formaciones de Vaca Muerta y Los Molles.
En nuestro país, en los últimos treinta años, el gas natural fue desplazando progresivamente a otras fuentes energéticas hasta llegar a ocupar en el año 2009, según la Secretaría de Energía de la Nación, el 51,2 por ciento de la oferta de energía primaria. El gas natural se utiliza en casi todos los sectores de consumo: residencial, transporte, industria y generación de electricidad. Teniendo en cuenta el déficit que presenta la Argentina en producción hidrocarburífera, el cual obligó a importar en los últimos años grandes cantidades de combustibles derivados del petróleo y del gas, y considerando que, según el informe del Departamento de Energía norteamericano mencionado anteriormente, los recursos geológicos de shale gas presentes en nuestro territorio son 57 veces superiores a las reservas probadas de gas convencional, es indudable que el aprovechamiento de los mismos cambiaría el mapa energético nacional.
Sin embargo un recurso geológico no es lo mismo que una reserva probada. Las diferencias estriban en qué porcentaje de hidrocarburos es factible recuperar, qué técnicas de extracción se requieren y cuál es el costo de las mismas. En este sentido, el Dr. Schalamuk, geólogo y director del Instituto de Recursos Minerales de La Plata, explica que “las estimaciones efectuadas por los EE.UU. se basan en perforaciones que determinaron una superficie y un espesor para los reservorios de shale gas, lo cual da cuenta de la existencia del recurso hidrocarburífero, pero aún hay que hacer nuevas perforaciones para llevar adelante estudios de factibilidad que permitan determinar cuánto del mismo se puede extraer, a qué costos económicos y ambientales, y qué beneficios se pueden obtener”. Así, sólo después de estimar estos factores sería posible considerar que estamos en presencia de una reserva rentable.
Durante la presentación del primer plan estratégico de la renacionalizada YPF, su flamante gerente general, Miguel Galuccio, afirmó: “Queremos que Argentina pueda pasar de ser importador neto a ser un país exportador. Y queremos que YPF sea el líder de gas no convencional en Latinoamérica”. Así, parece quedar claramente expresada la intención de la nueva gestión de YPF de asumir el desafío a mediano y largo plazo de convertir en reservas útiles estos recursos geológicos.
Sin embargo, teniendo en cuenta las controversias surgidas acerca de la posible peligrosidad del fracking, es necesario evaluar sus posibles consecuencias medioambientales en nuestro país. Como sostiene el economista Ariel Carignano en ¿Qué es el gas no convencional? Aspectos técnicos básicos y desarrollo en la Argentina: “Es importante llevar a cabo estudios técnicos y una legislación ambiental adecuada que contribuyan a evitar posibles daños al medio ambiente, vinculados al uso de químicos y al manejo del agua resultantes de las fracturas hidráulicas”.
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