Sábado, 22 de diciembre de 2012 | Hoy
PALEOANTROPOLOGIA: AVATARES DE LA PIEL
Si observamos a los seres vivos de nuestro planeta veremos que la paleta de colores que ofrecen es increíble. Pero el color de plantas y animales no responde al capricho o a la visión de algún artista, sino que forma parte del conjunto de estrategias que los organismos vivos han adquirido a través de la evolución para estar más adaptados a su entorno.
Por Martin Cagliani
El verde de las plantas se los da la clorofila, que también es vital para la fotosíntesis; las coloridas flores se valen de una gran variedad de pigmentos biológicos que no buscan maravillarnos con su belleza, sino atraer a los insectos que las ayudarán en la reproducción al esparcir el polen. Entre los animales, los pigmentos se utilizan para camuflaje, como por ejemplo las motas en la piel de un leopardo; para el mimetismo, como algunos insectos que simulan ser hojas o ramas; también se utiliza para alertar a los depredadores, como una rana de color rojo furioso cuya piel es venenosa. O, como en el caso de los humanos, para protegernos del sol.
Cada color de la naturaleza está dictado por algún pigmento biológico producido por los mismos seres vivos, en nuestro caso la responsable de casi todos nuestros colores es la melanina, producida por células especializadas llamadas melanocitos, las que no sólo nos pintan la piel, sino también los ojos y el pelo. La piel blanca, rosada y amarronada deben su color a diferentes tipos de melanina. Los labios rojos, los pezones y otras partes más rojizas de nuestro cuerpo, por ejemplo, son coloreadas por la feomelanina, también responsable del pelo rojo.
Ahora, ¿por qué es que existe tanta variedad de colores en la piel del ser humano? Por la evolución, por supuesto. Hoy en día, con la globalización, es común ver todas las variaciones en el color de la piel humana en cualquier gran ciudad del planeta. Pero hace apenas unos cientos de años, la división geográfica era clara. Más cerca de la línea del Ecuador, piel más oscura, más cerca de los polos, piel más clara. La artífice de esta paleta de colores fue la selección natural, uno de los motores principales de la evolución, la que aportó una mejor adaptación al entorno en que vivía el género humano hace millones de años. Se sabe actualmente que la variación en el color de la piel humana tiene que ver con la radiación solar.
El sol bombardea nuestro planeta con rayos ultravioleta a diario, y dependiendo de la latitud, se reciben más o menos de estos rayos a nivel de la superficie. El bombardeo mayor ocurre en la zona ecuatorial y va decreciendo a medida que nos acercamos a los polos. La melanina, ese pigmento natural del que hablábamos antes, es la pantalla solar natural que nos brindó la evolución para protegernos de estos rayos que son altamente destructivos para nuestra piel, y a través de ella afectan a nutrientes esenciales para el desarrollo.
Pero a pesar de que son tan dañinos, los necesitamos porque nos ayudan a sintetizar la vitamina D, tan necesaria para la fortaleza de los huesos y del sistema inmune. Por eso la melanina actúa como regulador, dejando pasar sólo los rayos solares necesarios. Pero ¿por qué la necesitamos? ¿No habría sido mejor si nos quedábamos con pelaje como los demás primates? Aquí la culpa debe recaer sobre nuestras dos patas, y sobre la costumbre viajera del género humano.
La piel humana es extraordinaria y en algunos casos, única. La mayor parte de nuestra piel está desnuda, es decir, no la cubre pelaje, como sucede en casi todos los mamíferos, grupo al que pertenecemos. Es sudorosa, ya que tenemos miles y miles de glándulas sudoríparas a lo largo de casi toda nuestra piel, algo único entre los mamíferos. Por ejemplo, los perros sólo sudan por la boca, por eso el jadeo característico de cuando se cansan o tienen calor.
Se trata de un conjunto de adaptaciones que aparecieron en nuestro linaje evolutivo hace al menos unos dos millones de años. Por aquellos tiempos, el género humano estaba representado por el Homo erectus, que evolucionó en Africa. Como parte de una adaptación para poder correr largas distancias sin sobrecalentar su cuerpo, aquel antepasado perdió el pelo a la vez que ganó glándulas sudoríparas. El pelaje evita que la transpiración se evapore, y cumpla con su trabajo de refrigerar el cuerpo. (Ver Futuro, 22/10/11.)
Pero ese pelaje era el protector que tenían nuestros antepasados homínidos contra el implacable sol de las sabanas en que vivían. La evolución terminó favoreciéndolo con otra adaptación, la de la pigmentación de la piel mediante la melanina, otorgándole un color negro a la piel de los primeros humanos. Pero este Homo erectus fue la primera especie en empezar a vagabundear, así que hubo que acomodar el color de la piel a la cambiante latitud en la que se ubicaron nuestros siguientes antepasados.
Fue nuestra especie, Homo sapiens, que también se originó en Africa, hace unos 200 mil años, la que terminó conquistando casi toda la geografía terrestre. Cuando llegó a latitudes más altas, la pigmentación excesiva de la piel, es decir la tonalidad negra, le jugaba en contra, ya que una piel oscura requiere diez veces más exposición al sol para producir la misma cantidad de vitamina D que la piel clara en regiones como la actual Europa o China. A la vez, en esas latitudes la radiación solar no era tan dañina.
Así fue que la evolución tuvo que dar marcha atrás para que los Homo sapiens pudiesen adaptarse a las regiones que colonizaron hace al menos unos 60 mil años. Con la Era de la Exploración, hace 500 años, comenzaron una serie de grandes migraciones forzadas o no forzadas, de gente de piel oscura a regiones con pocos rayos ultravioleta, y gente de piel clara a regiones ecuatoriales. Esa adaptación se nos ha vuelto en contra, con problemas de salud asociados al daño que nos produce el sol en la piel, o a la falta de una buena síntesis de vitamina D. Son los gajes del oficio de la evolución.
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