RECUERDO DE EDWIN ARMSTRONG, INVENTOR DE LA FM
En 2012 se cumplieron cien años de la invención del circuito regenerativo. Quizás hoy su nombre nos diga poco, pero en su tiempo representó un formidable avance tecnológico en el terreno de la radiofonía, generando además una batalla legal en la que se cruzaron intereses personales y corporativos.
› Por Jorge Forno
Escuchar radio es una actividad recreativa que no requiere demasiados conocimientos técnicos. Basta con saber operar un receptor, seleccionar una banda de emisión entre amplitud modulada (AM) o frecuencia modulada (FM), y luego acceder a la frecuencia de alguna emisora por medio de un dial analógico o dispositivo digital. También podemos seleccionar una emisora online a través de Internet, sin necesidad de un receptor adicional.
Hace apenas un siglo esta operación que hoy nos parece naturalmente sencilla tenía sus bemoles. Intrépidos experimentadores recorrían una borrosa frontera entre la telefonía y la radio, dos medios que estaban muy lejos de ser los que conocemos hoy. En la naciente radiofonía las emisiones eran discontinuas y la recepción requería trabajosos ajustes para cada frecuencia, por lo que había que hacerse de pericia y paciencia para captar de forma más o menos decente una señal.
Un joven neoyorquino que estudiaba ingeniería en la Universidad de Columbia, Edwin Howard Armstrong, creó en 1912 el llamado circuito regenerativo. De este tipo de circuito, sin entrar en precisiones técnicas, se puede decir que facilitaba enormemente la operación de ajustar la sintonía de una emisión de radio. No sólo permitía a los receptores demodular sin problemas señales de AM, sino también amplificar transmisiones muy lejanas o débiles haciendo las delicias de los oyentes más curiosos. Como si esto fuera poco, el circuito regenerativo resultó ser además un puntal indiscutible para la actividad de los radioaficionados. Sin embargo, tan revolucionario invento recién fue patentado por Armstrong en 1914, un año después de recibirse de ingeniero. En aquel momento el bueno de Edwin, fascinado por las posibilidades de la incipiente radiofonía, no imaginaba las desventuras que le esperaban en el terreno legal.
Desde finales del siglo XIX, otro investigador llamado Lee de Forest había acumulado patentes relacionadas con avances en el terreno de la radiotelefonía. De Forest había tenido en muchos casos el patrocinio de alguna firma interesada en el tema, un negocio en el que no había estándares y en el que todo estaba por hacerse. Con más sentido comercial que Armstrong, este prolífico investigador doctorado en física en 1899 llegó a tener su propia empresa, la De Forest Radio Telephone Co. Una compañía que fundó en 1907 y que gozó de sus cinco minutos de fama cuando en enero de 1910 efectuó la primera transmisión en directo de una ópera desde el Metropolitan Opera House de Nueva York. Finalmente los desmanejos financieros de De Forest, que incluyeron una fastuosa boda parisina envuelta en una campaña publicitaria para sus sistemas de radiotelefonía, lo llevaron a la quiebra y a la búsqueda de un nuevo horizonte laboral.
En la californiana Federal Telegraph Co. De Forest vio crecer su carrera profesional y también su larga lista de patentes. Entre las nuevas invenciones estaba una fechada en 1912 que era idéntica a la de Armstrong.
Muchos de los trabajos de De Forest habían despertado el interés de la American Telephone and Telegraph Corporation (AT&T), una compañía que pisó fuerte en el terreno de la radiotelefonía y en especial en las comunicaciones internacionales estadounidenses, sobre todo en la primera mitad del siglo XX. Percibiendo la importancia del descubrimiento del circuito regenerativo, AT&T adquirió la patente de De Forest y como coloso de las radiocomunicaciones afrontó una durísima batalla legal contra las pretensiones de Armstrong. Este último, hacia 1919, había establecido una alianza con la Radio Corporation of America (RCA) y la electrónica Westinghouse, mientras trabajaba en nuevas innovaciones en el campo de la radiotelefonía.
La pugna entre Armstrong y De Forest por el honorífico título de “padre del circuito regenerativo” se convirtió en una pelea judicial de alto vuelo, en la que poderosas corporaciones lidiaron en distintas instancias y con resultados diversos.
Ambos grupos contendientes apelaron a todo tipo de recursos en una causa que batió las marcas entre las más dilatadas de la historia, ya que se extendió por doce años. Armstrong, RCA y Westinghouse obtuvieron un triunfo en primera instancia pero perdieron la segunda ante la apelación de De Forest y los suyos. Finalmente, en el litigio la Corte Suprema le dio la razón a AT&T y De Forest en 1934, otorgándole a la primera el uso de la patente y dejando para el segundo los honores y reconocimientos por el descubrimiento del circuito regenerativo.
Por entonces, Armstrong ya había experimentado con éxito el uso de una banda de frecuencia modulada (FM) para las emisiones radiales, que permitía transmitir un sonido mucho más fiel y limpio que la banda de AM.
La banda que Armstrong publicitaba con bombos y platillos como el futuro de la radio era la de la frecuencia de 42 a 49 megahertz, y su descubridor esperaba obtener las regalías de las ventas de los receptores para esta nueva banda, que haría furor entre los amantes de la música y la calidad sonora. Una verdadera revancha luego de la derrota en la cuestión del circuito regenerativo.
Pero su antigua aliada, la RCA, utilizó todo su poder de presión para lograr que esa banda fuera adjudicada a la naciente televisión, cosa que consiguió al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Como si esto fuera poco la RCA, con una ayudita de sus contactos en el gobierno federal, también consiguió que la banda de transmisiones de FM se corriera al rango de frecuencia de 88-108 megahertz, la misma que conocemos ahora, terminando con los sueños de gloria y el negocio de venta de receptores que Armstrong había pergeñado.
Deprimido por los sucesivos fracasos legales que acompañaban sus logros tecnológicos, Armstrong se suicidó en 1954, y fue su viuda la que en 1967 obtuvo un resarcimiento legal acerca del descubrimiento de la FM.
En pleno siglo XXI, el nombre de Armstrong revive en el reconocimiento de la comunidad científica y algunos pocos entusiastas que construyen receptores de radio artesanales siguiendo los principios de la centenaria invención de aquel estudiante neoyorquino, y que en nombre de la simplicidad le brindan tardío aunque merecido reconocimiento.
También su historia está presente en las tortuosas batallas legales que entablan las corporaciones por asuntos que, desde la biología y la genética a las tecnologías de la comunicación y la información, se enfrascan en combates con intereses de diverso tenor.
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