Sábado, 13 de abril de 2013 | Hoy
Por Esteban Magnani
Internet genera constantemente su propio submundo. Por debajo de la superficie casi infinita que nos muestran buscadores como Google, existe otra realidad virtual, a la que suele llamarse Web Profunda, Invisible, Oscura, Deep Web, etc. Se trata de una Internet fuera del alcance de los motores de búsqueda y que es mucho mayor que la visible: la comparación típica es la de un iceberg del que solo vemos una pequeña parte (la “googleable”) mientras que el resto, mucho mayor, se mantiene debajo de la superficie. En cualquier caso, que no esté “visible” no significa que no se pueda acceder a ella, sino que, de hecho, lo hacemos permanentemente cuando abrimos la parte privada de nuestra cuenta de Facebook, hacemos una búsqueda puntual en una base de datos o navegamos un sitio pago.
Entonces, ¿por qué se dice que es invisible? Es que los motores de búsqueda como Yahoo!, Google, Bing y demás, ante el pedido de un usuario, revisan sus archivos para ver qué sitios encajan con la búsqueda. Pero no “ven” toda la información que existe en la web, que es mucha más que la que tienen indexada o registrada. Para que un sitio esté en ese listado tiene que cumplir ciertos requisitos, sobre todo que haya links al mismo que den un indicio de su relevancia: a mayor cantidad de links, mayor importancia, aunque no es el único parámetro.
Por debajo de esa superficie visible hay grandes cantidades de información que pueden estar intencionalmente bloqueadas por cuestiones de seguridad, estar encriptada, ser un rezago de sitios que ya no se mantienen, pero quedaron cargados en algún servidor y a los que se puede acceder solo con la dirección completa o, incluso, sitios que usan protocolos distintos del conocido HTTP, el que reconocen los buscadores comunes. También hay información accesible solo para aquellos que están “logueados” en el sistema, y a la que los buscadores (que no se “loguean” para ver qué hay dentro de un sitio) no acceden. Pero el grueso de la información que no aparece en los buscadores está constituido simplemente por bases de datos que alimentan páginas dinámicas, es decir, aquellas que se crean a partir de un “pedido” de información del usuario que quieren saber, por ejemplo, qué colectivo lo lleva a la casa de su tía o su saldo bancario. Puede también haber mucho material que se carga a la web, pero para el que no se crea una página específica: por ejemplo, si subimos fotos a un servidor sin poner un link en ningún lado que permita llegar a ellas, quedarán como parte de la Deep Web. De cualquier manera, cabe aclarar que la frontera entre la Web Profunda y la superficial es cada vez más borrosa porque los buscadores han desarrollado nuevas capacidades para encontrar ese tipo de información. Por ejemplo, hasta hace poco no eran capaces de encontrar en la web archivos de formato .pdf, .doc, .xls, .ppt , etc. que estuvieran “sueltos”, es decir, almacenados sin formar parte de una página. Y aún hoy no registran elementos que estén hechos en flash o parte de los millones de blogs o tweets que se lanzan al ciberespacio (aunque para estos últimos ahora existen buscadores específicos como Tweetscan, entre otros).
El resultado es que una vasta parte de Internet, con enormes cantidades de información, permanece oculta a quienes usan Google como anteojos y cuyas proporciones resultan, por razones obvias, incalculables, lo que no impide algunas estimaciones muy vagas que van de relación uno-cinco hasta uno-quinientos, según quién haga las cuentas. Las dificultades para conocer la proporción real, además de la “invisibilidad” estadística de la parte oculta de la web, es que se crean millones de páginas todo el tiempo. Alcanza con que subamos, por ejemplo, mil fotografías a una base de datos para crear mil potenciales páginas nuevas. O que un sitio elabore una “página” particular para cada usuario de acuerdo con sus gustos y así multiplique tanto el material a indexar como para que ningún motor de búsqueda pueda terminar jamás con la tarea.
Hay quienes creen que el día que se logre encontrar la forma de indexar también esta información, o al menos una parte significativa de ella, se podrá contar con tal cantidad de datos que impactará también en su calidad por simple fuerza estadística.
Si bien toda esa masa de información es la que se puede catalogar como Web Profunda, lo cierto es que una fracción –una pequeñísima fracción inclusive– es la que ha acaparado casi toda la atención, hasta el punto de que no pocos artículos confunden la parte con el todo. Es la sección de la web que se ha construido deliberadamente por fuera del alcance de los buscadores, para esquivar los controles que pueda haber, y se la reconoce porque al final de las direcciones tienen como seudodominio “.onion”, terminación que indica que son servicios ocultos no accesibles desde un navegador común. Este tipo de sitios escondidos de los buscadores puede usarse para cualquier cosa (sobre todo cualquier cosa ilegal) como contratar a un asesino a sueldo, bajar material para pedófilos (o cualquier tipo de “filia”, cuanto más escabrosa mejor), buscar información sobre fenómenos paranormales, archivos “secretos” sobre ovnis, etc. Esta parte de la Web Profunda es la que ha alcanzado más fama, sobre todo porque los peligros que allí acechan le han dado un halo de misterio de gran atractivo mediático. Al navegar por ella se corre el riesgo de acceder a sitios creados por los servicios de inteligencia para atraer pedófilos, gente que busca drogas o caer en trampas creadas para robar información, chantajear, instalar virus y demás.
Por eso, quienes deseen asumir el riesgo que conlleva la curiosidad deben utilizar alguna forma de navegación segura que dificulte las posibilidades de ser rastreado o hackeado. Generalmente se sugiere que se utilice el sistema Tor, que permite ese tipo de navegación (Ver “Internautas anónimos”, Futuro del 12/1/13). Una vez instalado el navegador seguro, hay varios puntos de partida que se pueden encontrar en la web (y que no sería correcto publicar aquí) que ofrecen direcciones con secuencias de números y letras imposibles de recordar en las que encontrar distintos materiales. Estas direcciones o URL deben ser copiadas y pegadas en el navegador, ya que no funcionan con un simple click sino que son texto común. Obviamente, los sitios que ofrecen el material “más” prohibido son los más demandados y, por lo tanto, los más susceptibles de estar vigilados por servicios de inteligencia o potenciales cyberatacantes. Como precaución para los cybernautas más sensibles, existen etiquetas que indican si en el sitio se encontrará pedofilia (PD), pornografía infantil (CP), etc.
Lo que han buscado los creadores de este submundo es limitar al máximo su contacto con el real para evitar que se ubique a las personas concretas que están detrás de los sitios. Así es que, por ejemplo, como comprar alguna droga pesada o un arma de guerra con una tarjeta de crédito sería poco sensato, lo que se utiliza en las profundidades es dinero (casi) totalmente virtual, como Bitcoin. Este dinero está basado en un sistema peer-to-peer (o entre pares) que no está centralizado y cuyas transacciones no quedan registradas en ninguna institución (ver recuadro).
Esta parte de la Web Profunda es la que le ha dado un halo supranormal y con tendencia al mito a todo el conjunto. Por eso vale la pena aclarar lo obvio: la droga o el arma del ejemplo no podrán ser enviadas en formato digital, por lo que seguramente habrá otros riesgos a asumir en el mundo real y concreto. También hay que insistir con que la información de la Deep Web está en servidores físicos, conectados a la red de redes por cables tangibles y es posible rastrearlos, algo que de hecho ocurre cada tanto para atrapar redes de pedofilia. Y por último, cabe aclarar que esta parte escabrosa de la Web Profunda también es creada por seres humanos (a veces escondidos detrás de robots virtuales), que seguramente no resultan demasiado amables, pero que respiran y simplemente están haciendo su negocio como ocurre en este otro mundo, el real. Es más, es probable que el porcentaje de sitios dedicados exclusivamente al cuento del tío sea mayoría frente a aquellos capaces de cumplir sus diabólicas promesas.
La verdad de la Web Profunda es, tal vez, menos interesante que la del mito que ha creado. En el futuro, seguramente, se buscará la forma de explorar con mejores herramientas la brutal cantidad de información que allí se encuentra, algo que cambiará, probablemente, la forma en la que navegamos y buscamos información. En cuanto a su parte más oscura, seguramente quedará para los conspiracionistas y los servicios de inteligencia profundizar en sus aguas para descubrir si hay allí un peligro real cualitativamente distinto de los que ya conocemos.
Bitcoin es uno de esos elementos de la web que obliga a legos informáticos a forzar al máximo su entendimiento analógico de las cosas. Bitcoin (BTC) es un sistema monetario digital descentralizado desarrollado por una persona (o un colectivo) que utilizó el seudónimo Satoshi Nakamoto para crear una forma dineraria desvinculada de los controles del Estado o los sistemas financieros. El dinero se crea gracias a un complejo sistema matemático de encriptación que hace cada vez más compleja la emisión de nuevo dinero y cuyo límite absoluto son los 21 millones de BTC, cifra a la que se calcula que llegará en el año 2140, aunque la creciente complejidad de su creación hará que supere los 18 millones ya en el 2020, momento en que la curva ascendente de emisión se ameseta.
El sistema funciona de la siguiente manera: quien desea usar BTC debe descargar un programa que funciona como su “billetera”. Su primer dinero puede provenir de producirlo usando sus procesadores (algo cada vez más complejo, como se dijo), de vender algo o de la compra directa con dinero real a algunas de las personas o comercios que las ofrecen (en Argentina hay varios). Su precio actual oscila en los 25 a 30 dólares por BTC, aunque su valor ha sufrido cambios bruscos por distintos motivos, como la especulación o algún robo virtual que se hizo conocido. Incluso grandes entidades financieras, como era de esperar, han estado investigando el mercado para eventuales negocios.
Una vez que se cuenta con Bitcoins en la billetera, éstos se pueden enviar y recibir para pagar lo que sea, tanto en la Internet superficial como la profunda. Sin embargo, la forma en la que se pueden hacer compras por fuera del ojo vigilante del Estado genera preocupación por parte de los servicios de inteligencia. Por ejemplo, circula un documento del FBI en el que explica su preocupación por que se use para lavado de dinero, compra de productos prohibidos como armas o drogas de forma que resulta imposible de rastrear.
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