PALEOANTROPOLOGIA: EL PIE PLANO EVOLUTIVO
Si miramos con atención nuestros pies, veremos una maquinaria excelente para caminar y correr. Pero distan mucho de ser perfectos, no son una adaptación totalmente acabada, ya que son propensos a diversos problemas, como el pie plano. El principal problema de nuestros pies surge de que nos hemos alejado del estilo de vida para el que nos habíamos adaptado a lo largo de siete millones de años.
› Por Martín Cagliani
Somos el único animal que camina en dos patas como principal medio de locomoción. Esta excentricidad de nuestra parte se inició hace unos siete millones de años, época en que vivió el último antepasado común con los chimpancés. Igualmente, los más antiguos representantes del andar bípedo que se han descubierto hasta la fecha son los Ardipitecus ramidus, que vivieron en Africa hace unos 4,4 millones de años. Sus pies todavía se parecían más a una mano. Tenían la capacidad de asirse a las ramas, como ocurre con todos los primates (menos nosotros). Pero el resto de su anatomía apunta a un animal que caminaba de forma bípeda habitualmente.
El paleoantropólgo Jeremy DeSilva, de la Universidad de Boston, Estados Unidos, estudió los restos fósiles de pies de nuestros antepasados homínidos, y concluyó que existieron muchas formas, estilos y estrategias para caminar en dos patas. Si viajásemos en el tiempo hasta unos tres millones de años atrás, nos encontraríamos con nuestros parientes los Australopithecus sediba y Australopithecus afarensis. Tenían pies más adaptados al andar bípedo que el A. ramidus del que hablamos antes, pero todavía lejos del nuestro, ya que el de ellos era un pie plano. Su pisada era muy diferente de la nuestra, más ineficiente.
Si llevamos la lupa a nuestro pie, veremos que tampoco es que sea súper eficiente. Si fuésemos un ingeniero que quiere diseñar el pie indicado para el andar bípedo desde cero, jamás inventaríamos un diseño tan complejo como el pie humano, con 52 objetos móviles cada vez que se quiere dar un paso. El pie humano no evolucionó desde la pata de un mamífero corredor como un león, pongamos, o el casco de un caballo. Evolucionó a partir de un apéndice adaptado a agarrar.
Uno de los humanos más antiguos es el Homo erectus, que ya contaba con casi todas las características que definirían a nuestra especie, en especial su adaptación a caminar distancias muy largas de forma eficiente. Pero nuestra vida sedentaria actual nos ha llevado a tener que lidiar con un problema que vuelve a nuestro pie mucho más ineficiente, que nos retrotrae a un paso anterior de la evolución: el pie plano.
La hermosa curva de nuestro pie, el llamado puente, que durante mucho tiempo se consideraba un buen diseño de la evolución para lidiar con el andar bípedo, es en realidad un resabio evolutivo para lidiar con la redondez de las ramas de los árboles. La falta de ejercicio que caracteriza nuestra vida diaria actual, más el exceso de peso corporal atentan contra los músculos del tobillo que pasan por este arco intentando mantener los huesos arriba, pero no pueden lograrlo, así que colapsan, resultando en dolor de pie y de pierna.
Ejercicios para tonificar los músculos, así como el cuidado del peso corporal, sumándole una plantilla ortopédica, permiten que el arco funcione normalmente, y que la persona pueda caminar y correr sin dolor. Pero otra costumbre actual atenta contra el buen funcionamiento de ese emparchado arco: las zapatillas.
Las evidencias de calzado más antiguas datan de hace unos 30 mil años, según estudios del paleoantropólogo Eric Trinkaus. Aunque el calzado especialmente diseñado para correr apenas se inventó en los años ’70, época en que Forrest Gump recorría Estados Unidos de punta a punta al son de “Against The Wind”, de Bob Seeger.
Si hacemos un paneo por la evolución humana, fueron millones de años corriendo descalzos contra apenas unas décadas para las zapatillas diseñadas científicamente para atletas. Sin embargo, los corredores sufren más problemas de tobillo y rodilla ahora que en el pasado, cuando no usábamos calzado tan cómodo. Al menos eso concluye una investigación liderada por Daniel Lieberman, especialista en el estudio de la evolución de la anatomía humana de la Universidad de Harvard.
El corredor promedio choca sus pies contra el suelo 600 veces por kilómetro. A pesar de que las zapatillas con taco acolchado hacen cada vez más confortable el correr, limitan la pisada a un impacto directo sobre el talón. Mientras que nuestros pies han evolucionado para impactar sobre la parte delantera o media. A la vez, las mejores zapatillas tienen un soporte para el arco del pie y suelas rígidas que llevan a que los músculos del pie se debiliten, reduciendo la fuerza del arco para cuando pise con un calzado normal o descalzo.
Lieberman y sus colegas estudiaron la forma en que el pie colisiona contra el suelo cuando corremos. Este choque puede ocurrir de tres formas: sobre la parte trasera, cuando el talón es el que toca primero; sobre la parte media del pie; y sobre la parte delantera. En un estudio de campo con corredores, publicado en 2010 en Nature, descubrieron que quienes usan zapatillas caen sobre el talón en un 80 por ciento de las veces. Esto genera un impacto que repercute en todo el cuerpo, produciendo lesiones. Las más comunes son fractura de tibia por estrés del hueso, y fascitis plantar, una inflamación aguda de la planta del pie.
También descubrieron que quienes nunca usaron calzado caían principalmente sobre la parte media del pie o sobre la parte delantera. Esto produce un impacto mucho menor sobre el pie y el resto del cuerpo, incluso si se corre sobre superficies duras. Si lo miramos desde una perspectiva evolutiva, tiene sentido esta diferencia. Si la carrera de fondo era una actividad diaria entre los humanos prehistóricos, entonces es esperable que la selección natural actuase para disminuir el riesgo de lesiones. Nuestro pie será un emparchado evolutivo, pero funcionaba bien, al menos hasta la era industrial.
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