› Por Mariano Ribas
Es una exótica y desolada tristeza planetaria. No tiene el innegable atractivo de Marte, el hipnótico glamour de Saturno, ni muchísimo menos el abrumador tamaño de Júpiter. Sin embargo, Mercurio es un experto en rarezas y extremos. Con apenas 4880 kilómetros de diámetro, es el más chico de los 8 planetas del Sistema Solar. Y está tan cerca del Sol, que apenas tarda tres meses de los nuestros en completar su órbita marcadamente ovalada, a una impresionante velocidad de 172.000 km/hora: Mercurio es el planeta más “rápido”. Sin embargo, la misma gravedad solar que lo obliga a correr alocadamente en su órbita, prácticamente ha frenado su rotación: gira sobre sí mismo a unos 10 km/hora. En ese aspecto, por el contrario, es el planeta más lento. Esa extraña combinación de velocidades da lugar a algo sumamente curioso: en Mercurio, los días (entendidos como el tiempo que transcurre entre una salida de Sol y la siguiente) duran 6 meses terrestres. O sea, dos años mercurianos.
Más allá de ciertos matices regionales, la mayor parte de la superficie de Mercurio tiene un apagadísimo color gris amarronado. Y no sólo está completamente cubierta de filosos cráteres, sino que también está muy expuesta al medio ambiente espacial. Es una superficie pelada: no tiene una verdadera atmósfera, sino apenas una exosfera, es decir, sutiles trazas dispersas e irregulares de varios gases. La carencia de una buena atmósfera tiene varias consecuencias (ver nota principal), entre ellas, la salvaje variación de temperaturas: 430ºC de día y 180ºC de noche. Mercurio tiene la mayor amplitud térmica (más de 600ºC) de todo el Sistema Solar.
Desde el punto de vista geológico, Mercurio –al igual que la Luna– está prácticamente muerto. Prácticamente... no del todo (ver nota principal). No hay indicios actuales de procesos de tectónica, vulcanismo, o erosión debido a procesos endógenos. Más allá del regular impacto de meteoritos (o eventualmente de asteroides o cometas, una vez cada millones de años), el planeta más cercano al Sol es un mundo fósil: luce esencialmente igual ahora que hace 3 o 4 mil millones de años. Poco y nada ha pasado en su superficie desde los violentos tiempos de formación del Sistema Solar. Sin embargo, Mercurio tiene un campo magnético global bastante respetable, algo que no tienen ni Marte ni Venus. Y además, es el planeta más denso de toda la comarca solar: en promedio, un centímetro cúbico de Mercurio pesa 5,5 gramos. Ambas características, sumadas al hecho de que su corteza es rocosa (y que por lo tanto, necesariamente, debe esconder materiales más pesados para justificar semejante densidad), apuntan en la misma dirección: todos los modelos científicos actuales dicen que el planeta esconde un enorme y complejo núcleo metálico. Un corazón de hierro que, comparativamente, es más grande que el de sus hermanos mayores: Marte, Venus, e incluso, la propia Tierra. Se lo mire por donde se lo mire, Mercurio es un mundo de extremos.
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