EL GAS EN LA LITERATURA Y LOS BARES DE MODA
En 1870 Julio Verne publicó Alrededor de la Luna, una continuación de De la Tierra a la Luna, que relata el desarrollo del viaje a la Luna desde el punto de vista de los tripulantes. A lo largo del texto, y según su costumbre, el autor hace diversas observaciones sobre cuestiones científicas. Una de ellas es especialmente curiosa y extrañamente actual.
› Por CLAUDIO H. SÁNCHEZ
Al comienzo de la historia que Julio Verne cuenta en Alrededor de la Luna, los protagonistas sufren lo que el narrador describe como una “borrachera de oxígeno”. Al parecer, Miguel Ardan, uno de los pasajeros, abre en exceso la válvula que renueva el oxígeno de la nave y todos experimentan una sensación de euforia y vivacidad. Una vez superado el inconveniente, dice Miguel: “No me pesa haber saboreado ese gas embriagador.
¿Sabéis, amigos míos, que sería curioso y lucrativo fundar un establecimiento con gabinetes de oxígeno, donde las personas de organismo debilitado podrían dar a su vida una actividad mayor durante algunas horas?” Verne volvería sobre este tema en “El experimento del doctor Ox”, un cuento corto publicado en 1872. Con la excusa de hacer una instalación de gas para alumbrado, el doctor del título inunda la ciudad con oxígeno para estudiar sus efectos estimulantes en personas, animales y plantas.
Esta idea del oxígeno como estimulante, comparable a las bebidas alcohólicas, no es original de Verne. Se remonta a mediados del siglo XVIII, desde el mismo momento en que el gas fue identificado.
AIRES Y GASES
Uno de los principales problemas que estudió la química desde sus orígenes fue el de la combustión: cómo se transformaba la materia por efecto del fuego o del calor en general.
Pero esos estudios solían limitarse a lo que se podía ver: los sólidos y los líquidos. Los vapores que despedían las sustancias al quemarse o los gases que podían absorber de la atmósfera eran invisibles, difíciles de manejar y, simplemente, no eran tenidos en cuenta.
De hecho, hasta mediados del siglo XVIII no existía el concepto de gas como uno de los estados de la materia. Las sustancias que hoy conocemos como gases eran consideradas genéricamente como distintas formas de “aire”, más o menos puras, más o menos contaminadas. No se concebía que dos sustancias gaseosas pudieran ser tan distintas entre sí como lo son el oro y el hierro o el agua y el aceite.
Uno de los primeros que dirigieron su atención a los gases fue el médico flamenco Jean Baptiste Van Helmont, en el siglo XVII. En particular, estudió las sustancias presentes en el humo que desprendía la madera al quemarse. Para Van Helmont, esas sustancias representaban la forma más desordenada y caótica de la materia. Por eso las llamó caos, que escrito a la holandesa sonaba como gas. En particular, Van Helmont descubrió lo que hoy conocemos como dióxido de carbono y que él llamó “gas de madera”.
Fue la primera sustancia identificada como un gas independiente del aire.
Otro que experimentó con los gases fue el inglés Joseph Priestley. Era sacerdote pero también aficionado a la ciencia. La parroquia donde ejercía estaba al lado de una fábrica de cerveza y disponía de una provisión casi ilimitada de dióxido de carbono, proveniente de la fermentación de la bebida. Fue el inventor de la soda, que obtuvo al disolver dióxido de carbono en agua. Priestley esperaba que esta nueva bebida sirviera para curar el escorbuto. Pero no fue así y no le interesó desarrollarla comercialmente.
En 1774 calentó óxido de mercurio concentrando los rayos del sol con una lente y
obtuvo lo que describió como “un aire semejante al ordinario, pero mejor”. Viajó a París y comunicó los resultados de sus experimentos a Lavoisier, que también estaba estudiando el problema de la combustión.
Lavoisier ya había descubierto que, cuando una sustancia se quema, absorbe algún gas de la atmósfera. Al comparar sus resultados con los de Priestley, comprendió que ese gas era el mismo que había descubierto su colega.
Lo llamó oxígeno, que en griego significa “productor de ácidos”. Lavoisier creyó, erróneamente, que el oxígeno era una sustancia esencial en la formación de ácidos.
No es así, pero el nombre persistió.
¿Por qué decía Priestley que el oxígeno era “semejante al aire ordinario, pero mejor”? En primer lugar, comprobó que una vela ardía más vivamente en oxígeno que en aire ordinario. En segundo lugar, un ratón sobrevivía más tiempo en un volumen dado de oxígeno que en el mismo volumen de aire. Finalmente, él mismo respiró el gas.
Dice Priestley de esa experiencia: “Me pareció sentir el pecho extrañamente ligero y aliviado durante un largo rato. Quién sabe si, con el tiempo, este aire puro se convertirá en un lujoso artículo de moda”. Estas palabras recuerdan a las del personaje de Alrededor de la Luna.
Es posible que Verne, aficionado a la ciencia, haya conocido la obra de Priestley y por eso puso en boca de su héroe palabras similares a las del científico. En cualquier caso, ambos acertaron en sus apreciaciones sobre el
futuro del oxígeno: desde los años ’90 existen, en muchas ciudades de Estados Unidos, Europa y Japón, “bares de oxígeno”, como los que imaginó Verne a través de Miguel Ardan.
Ahí los clientes se sientan a respirar este gas, a veces aromatizado con diversas esencias.
Los propietarios de estos locales le atribuyen al oxígeno todo tipo de propiedades milagrosas.
Desde la eliminación de toxinas hasta la cura del cáncer. Aunque ningún médico avala estas pretensiones, e incluso señalan que su abuso puede ser perjudicial, los clientes disfrutan del oxígeno, y de sus supuestos efectos benéficos, como si fuera, efectivamente, “un lujoso artículo de moda”.
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