Sábado, 1 de junio de 2013 | Hoy
LIBROS Y PUBLICACIONES
Por Rosana Errasti
Iluminación. Narraciones de cine
para una crítica sobre la política,
la ciencia y la educación
Eduardo Wolovelsky
Editorial Biblos, 239 páginas.
Lo primero que surge al leer Iluminación es que se trata de un libro atípico, que se resiste a cualquier encasillamiento. No podemos decir que sea un libro de teoría cinematográfica en sentido estricto, aunque se ocupa profunda y extensamente de un conjunto de películas cuidadosamente seleccionado, perteneciente a un abanico de directores y corrientes estéticas, de distintos momentos de la historia del cine. Tampoco podemos decir que sea un libro de divulgación científica corriente, aunque cuenta, discute y reflexiona sobre hechos y problemas fundamentales del acontecer científico en el mundo contemporáneo. La manera en que está escrito tampoco es fácil de catalogar. Iluminación inaugura un formato novedoso en el que el autor dialoga con ciertas películas, sus protagonistas, hechos y situaciones, las desanda y las vuelve a narrar, para pensar críticamente la producción y el desarrollo del conocimiento científico y tecnológico en el presente.
En su recorrido, el libro intercala capítulos temáticos sobre problemas relevantes de la ciencia y la tecnología a lo largo de los últimos doscientos cincuenta años, con capítulos teóricos sobre el significado y los alcances del conocimiento público sobre la ciencia en la actualidad. En el primer caso, el autor elige como interlocutores de sus diálogos a personajes y situaciones de películas que enfocan y dramatizan aspectos del complejo tejido de relaciones políticas, económicas, de poder, que la ciencia es en el mundo contemporáneo, para poner en debate los desafíos y contradicciones que esta actividad humana plantea en el presente. Como un coleccionista, rescata del olvido algunos films imprescindibles de la cinematografía mundial y recorre ocho décadas de películas, que van desde 1931, momento de pleno desarrollo del cine sonoro comercial, hasta el año 2011.
El autor no es un teórico del cine pero sí un espectador avezado que tiene en su haber más de 30 años de ver películas, en los que desarrolló un gusto, un conocimiento y una mirada aguda sobre el cine. Para el autor, el cine no es una excusa, ni una forma fácil y divertida de mostrar o representar temas difíciles de la ciencia: por el contrario, es una de las formas de expresión más potentes de la cultura, que tiene la capacidad de narrar de manera única y densa los complejos problemas humanos. Y desde esa perspectiva nos invita a recorrer una variada selección de narraciones cinematográficas, con las que crea un relato nuevo enriquecido por el aporte de datos históricos, y sostenido en una honda reflexión filosófica.
Así veremos cómo, a lo largo del libro, películas como Iluminación (Krzysztof Zanussi, 1973), Navigator: una odisea en el tiempo (Vincent Ward, 1988) y Día Uno (Joseph Sargent, 1989) prestan al autor la voz de sus personajes para pensar con ellos y a partir de ellos, por ejemplo, las consecuencias del desarrollo de la física en la primera mitad del siglo XX y el papel de los científicos en la concreción del Proyecto Manhattan y la fabricación de las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. De igual modo, los protagonistas de La tragedia de Louis Pasteur (1936) y La bala mágica del Dr. Erlich (1940), ambas del director William Dieterle, permiten reflexionar sobre el rol de la certeza y la subjetividad en la producción del conocimiento científico, o sobre el peso de los nombres y las historias personales en la determinación de la legitimidad o falsedad de una teoría, por encima de los aportes teóricos o experimentales, en el contexto médico de mediados del siglo XIX. Lo mismo ocurre con Heredarás el viento (Stanley Kramer, 1960), Galileo (Liliana Cavani, 1969), Giordano Bruno (Giuliano Montaldo, 1973) y Creation (Jon Amiel, 2009), películas que permiten reeditar el debate siempre vigente sobre la conflictiva relación entre ciencia y religión.
Desde la sentencia que abre el capítulo “Conocimiento público sobre la ciencia”, el autor se opone a una perspectiva que sigue siendo significativa tanto en la enseñanza de la ciencia como en la divulgación científica, e invita a cuestionarla para entender “qué significa abrir el juego del conocimiento científico más allá de los círculos académicos”, descorriendo el velo a propuestas falaces o demagógicas que, lejos de democratizar el conocimiento, lo niegan. “Aquello que aquí llamamos ‘conocimiento público’ –dice el autor– no es la transmisión de un saber desde los expertos a los legos, no es un tipo de espectáculo, no es un entretenimiento ni es un signo de salvación. Es, fundamentalmente, una forma de acción política. La ciencia, con su enorme complejidad teórica, instrumental e institucional, no puede ni debe ser entendida como un acto privativo de un particular grupo de ciudadanos altamente cualificados, porque es uno de los más destacados hilos del entretejido de acciones, pensamientos, recuerdos y luchas que forman parte del tiempo y del espacio en el que nos ha tocado vivir, seamos o no científicos profesionales.”
Abundando en ejemplos actuales de divulgación científica considerados “exitosos”, que proponen como únicas estrategias posibles de comunicación de la ciencia la publicitaria, el libro denuncia la construcción, promoción y legitimación de significados sobre la ciencia, los científicos y la sociedad, que neutralizan cualquier reflexión crítica sobre esta actividad humana. En primer lugar, desmiente la visión que supone la existencia de una ciencia pura, que persigue el conocimiento por sí mismo, escindida del desarrollo de sus aplicaciones tecnológicas, donde sólo estas últimas podrían ser juzgadas por sus implicancias éticas y políticas, quedando la primera a salvo del barro de la historia. Por el contrario, el libro defiende una concepción de ciencia en relación continua con la de tecnología, en la que no habría atajo posible para eludir la dificultad que supone asumir al desarrollo tecno-científico como una solución a la vez que un problema.
Advierte, además, sobre el discurso excesivamente optimista detrás de la estrategia publicitaria, que deposita una confianza ciega en la ciencia y la tecnología como único camino posible para encontrar las soluciones a los males que aquejan a la humanidad y barre bajo la alfombra todo vestigio de conflicto social. Para este discurso, la ciencia sería el nuevo motor de la historia que avanza de manera inexorable como una fuerza social autónoma, independiente de los sujetos.
En nombre de ese avance indefinido del conocimiento científico, ante el cual sólo pareciera quedar el éxtasis o la resignación, y alegando el interés por acercarlo a la mayor cantidad de gente posible, gran parte de la comunicación pública de la ciencia, lejos de democratizar el conocimiento, promueve la ignorancia. “La llamada ‘divulgación científica’, e incluso la enseñanza formal –dice el autor–, han derivado no pocas veces en un show mediático y textual donde abundan los relatos míticos, fábulas y comidillas para el consumo masivo, pero donde no hay saberes relevantes para pensar las más urgentes cuestiones sociales, médicas, ambientales o éticas, sólo por nombrar algunos de los asuntos que atañen al valor de nuestra existencia.” Frente a esta perspectiva dominante de divulgación que niega la historia, el sujeto y el relato, el libro es una reivindicación de la necesidad de contar, es una afirmación de la imposibilidad de construir un pensamiento sin narrar, incluso cuando se habla de cienciaF
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