EN BUSCA DE LA CURA PARA EL JET LAG
› Por Jorge Forno
El final de la Segunda Guerra Mundial dejó un mundo partido en dos bloques enfrentados. Paradójicamente, fue después de ese sangriento conflicto, durante los tiempos de la Guerra Fría, cuando el desarrollo de la aviación comercial tuvo sus primeros tiempos de gloria. Separada de la actividad aeronáutica con fines militares, la fabricación de nuevos y más veloces aviones de pasajeros permitió incrementar la cantidad y frecuencia de los vuelos intercontinentales regulares, acercando regiones muy distantes geográfica y políticamente. La posibilidad de atravesar varios husos horarios en poco tiempo se hizo realidad, a la vez que los controles fronterizos se hacían más férreos por asuntos geopolíticos.
También la industria y la tecnología mantuvieron un rol importante en el peligroso juego de las superpotencias. Las exigencias de producción para fines militares y comerciales, así como el funcionamiento de los servicios en las grandes ciudades, no podían detenerse. Los turnos rotativos se implementaron masivamente en la industria, exigiendo a los trabajadores cambios en sus rutinas de sueño y vigilia. Al mismo tiempo, la pesadilla nuclear acechaba y los mecanismos de alerta debían estar siempre listos.
Muchos trabajadores, militares y viajeros intercontinentales sufrieron los efectos colaterales de estos vertiginosos cambios sociales y tecnológicos. Uno de ellos fue la alteración del eficiente y silencioso reloj biológico, un sistema al que responden una multitud de funciones orgánicas con ciclos que duran 24 horas, conocidos como circadianos. La luz del sol es un estímulo fundamental para mantener el funcionamiento de este reloj lo suficientemente aceitado, y pronto empezaron a verse los desajustes que traen aparejados los cambios bruscos de horarios y del régimen solar.
Esta alteración no es otra cosa que el trastorno conocido como jet lag. Un nombre que podría traducirse como “retraso de jet”, y que amablemente parece ocultar las otras causas –menos agradables– que lo provocan. El jet lag se presenta con una amplia galería de síntomas que van desde las alteraciones en el sueño a una disminución de la concentración, depresión o problemas digestivos.
La fama del jet lag no es puro cuento. En las últimas décadas se lo ha acusado de causar accidentes de toda laya, algunos menores y domésticos, otros gigantescos como el del transbordador espacial Challenger o la central de Chernobyl –para citar ejemplos del mundo capitalista y comunista–, sin pruebas concluyentes. También ha inspirado novelas, series de televisión y alguna que otra película pasatista con más o menos éxito. Los científicos, por su parte, exploraron diferentes caminos para mitigar o corregir este problema. Claro que sincronizar el reloj biológico no es tan sencillo. Para ello se han ensayado métodos variopintos, algunos ciertamente curiosos.
En los noventa, la caída del Muro de Berlín nos dejó un mundo unipolar en el cual las desmovilizantes teorías del Fin de la Historia y el “camino único” parecían dar por terminados los sueños de cambio. Para los científicos, en cambio, el problema de las alteraciones del sueño y la vigilia no había cambiado mucho.
Sin dudas, la estrella fulgurante en los tratamientos contra las alteraciones del ritmo circadiano es desde hace dos décadas la melatonina. Esta sustancia –principalmente secretada por una glándula llamada pineal– fue aislada en la segunda mitad del siglo veinte y se observó que contrarrestaba en animales de experimentación el oscurecimiento producido por la hormona llamada melanocito estimulante (MSH). La MSH es la responsable de producir la melanina, un componente de pigmentos presentes en diversas especies animales y que en los humanos dan color a la piel y al pelo. Su carencia es observada en trastornos como el albinismo.
Sorprendentemente, el destino le depararía a la melatonina un papel mucho más interesante que el de mero antagonista de la melanina. Como su nivel de secreción máximo se alcanza a la noche, en concordancia con la disminución de la luz solar, a partir de los años ochenta los estudiosos de la cronobiología la asociaron con el ritmo circadiano. Razones no faltan: se observó que la melatonina tiene efectos sobre funciones del sistema inmune, el sistema reproductor y los vasos sanguíneos, y que muchas de ellas varían según la hora del día. Rápidamente, la melatonina pasó a ser postulada como una especie de panacea casi universal. En muchos países se autorizó su venta libre como suplemento dietario y se le atribuyó popularmente una catarata de propiedades medicinales, con más o menos base científica.
En lo que hace al jet lag, las experiencias de uso por más de veinte años indican que en buena parte de los casos ayuda al ajuste paulatino del reloj biológico. Pero no proporciona una solución tajante al problema.
Si de ritmos biológicos se trata, los memoriosos recordarán unos simpáticos programas de computación que prometían –sin demasiados fundamentos– obtener el biorritmo de manera personalizada. En los últimos años algo parecido a aquellos rudimentarios intentos de conocer las variaciones cíclicas del organismo humano tomó un cariz científico. Al fin y al cabo, el jet lag se trata ni más ni menos que de un trastorno del biorritmo humano. Así, un grupo de investigadores estadounidenses formuló un modelo matemático de adaptación para las personas sometidas a drásticas variaciones horarias en cortos períodos de tiempo. Ayudados por las cada vez más potentes capacidades de cálculo de las computadoras, científicos de la Universidad de Michigan trabajaron en un software que permite diseñar una tabla personalizada de horarios con las horas exactas del día en que una persona situada en determinadas coordenadas geográficas debe actuar para la sincronización paulatina de su reloj biológico. El modelo informático, según un artículo publicado en la revista PLOS Computational Biology auguraba una nueva era en el diseño de turnos de trabajo, itinerarios aéreos y la exploración espacial o submarina. Concebido a fuerza de tablas matemáticas, cafeína y el oportuno agregado de unas poco novedosas pero efectivas siestas, hasta ahora el modelo de Michigan quedó sólo en eso, un modelo sin aplicación práctica.
También el Viagra entró en el juego de contrarrestar el jet lag de la mano de un equipo dirigido por Diego Golombek en la Universidad de Quilmes. Ciertas coincidencias bioquímicas demostradas por el equipo de Golombek hacen que el principio activo de la tan famosa píldora azul –técnicamente conocido como sildenafil– acomode con gran celeridad el reloj biológico en hamsters. Parece ser que estos animalitos son bastante precisos con el horario de sus actividades y, sometidos a una alteración de seis horas en su régimen de luz, tardaron ocho días en reacomodar sus rutinas de laboratorio con ayuda del sildenafil, cuando con el uso de la archifamosa melatonina tardaban unos doce días. Hasta hoy no se comprobó el uso del sildenafil con estos propósitos en humanos, pero la posibilidad sigue abierta.
Como debe ser en un mundo ya no bipolar sino globalizado, las novedades recientes sobre el jet lag provienen de dos lugares muy distantes, tanto que si viajáramos de uno a otro seguramente seríamos víctimas del desacople entre las fases de sueño y vigilia. La cuestión es que científicos de Gran Bretaña y Japón están rastreando en las entrañas mismas del funcionamiento cerebral algún mecanismo que actúe como un interruptor que ajuste rápidamente el reloj biológico, evitando así los períodos de adaptación que hasta hoy son imposibles de eludir.
En Inglaterra, The Wellcome Trust, una fundación creada en los años treinta por Henry Wellcome –también fundador del laboratorio Wellcome, pionero en técnicas de propaganda médica– financió una investigación realizada por científicos de la Universidad de Oxford. Pensaron estos investigadores que así como podemos resetear nuestras computadoras, sería posible hallar algo similar a un interruptor en el cerebro de los mamíferos que reinicie rápidamente el reloj biológico. Trabajando con ratones de laboratorio, encontraron un candidato bastante firme a ser ese botón de reinicio en un sitio del cerebro llamado núcleo supraquiasmático. Pero, así como ciertos sistemas de protección informática impiden reiniciar las computadoras, los científicos encontraron que también en el cerebro existen unas sustancias reguladoras que impiden un salto brusco del dichoso reloj.
De ahí a bloquear ese freno hay varios y complicados pasos, pero los experimentos preliminares arrojaron reducciones del tiempo de adaptación bastante similares a las obtenidas por el equipo de la Universidad Nacional de Quilmes que experimentó con el sildenafil. Sea como fuere, el hallazgo abre puertas al desarrollo farmacológico de moduladores que actúen sobre las sustancias reguladoras, ajustando a gusto el reloj biológico y morigerando el efecto jet lag.
En el mismo sentido, un grupo de investigadores de la Universidad de Kyoto también apunta a resetear el reloj biológico, pero interrumpiendo el intrincado circuito por el cual el cerebro recibe la información sobre los cambios de luz. En ese circuito jugaría un papel importante la hormona vasopresina –conocida también como antidiurética–, una sustancia polifuncional que aquí actuaría como neurotransmisor. Sometidos a cambios en los patrones de luz y oscuridad y al bloqueo de sus receptores cerebrales para la vasopresina, unos sufridos ratones de laboratorio lograron en el experimento recuperarse rápidamente del desfase horario. Aunque en principio los resultados son prometedores, falta mucho para lograr fármacos que consigan bloquear específicamente a los receptores de la vasopresina del cerebro y sin afectarlos a nivel renal, evitando alterar los mecanismos de dilución o concentración de orina que dependen de la hormona.
El director del equipo japonés, Hitoshi Okamura, lleva tres décadas estudiando el problema del jet lag, inspirado en las consecuencias del auge de la aviación comercial y del modo de producción industrial que acompañó la alta tecnificación de su país. Las alteraciones del ritmo circadiano son un problema muy vigente en Japón, un país insular que necesita como el agua de la aviación comercial para achicar distancias y estar a tono con el mundo interconectado de nuestros días, y donde el desarrollo industrial suele depender para su sostenimiento de los turnos rotativos, desde las automotrices hasta las centrales nucleares que suministran la energía a la isla.
Si bien los avances recientes son valiosos, todavía no hay soluciones definitivas para este problema. Los anuncios rimbombantes acerca de la cura del jet lag son tan temerarios como lo fue haber pregonado el supuesto fin de la historia. Cada uno a su modo, son asuntos multifacéticos, diversos, complejos, para los que no caben respuestas lineales. El éxito científico sobre el jet lag, una vez alcanzado, podría derivar en sobreexplotación o mejora de la calidad de vida. Esta historia, lejos de haber terminado, recién comienza.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux