LOS BUGS MáS CAROS DE LA HISTORIA
Errar es humano, pero además puede ser muy caro. Un pequeño bug para un programa puede ser un gran salto al vacío para una empresa o, incluso, para la humanidad. Existe una extensa literatura sobre errores informáticos a los cuales se llama “bugs” en la jerga informática, palabra que se traduce literalmente como “bichos”. Algunos de ellos quedaron en la historia de los grandes errores de la humanidad.
› Por Esteban Magnani
Puede servir de consuelo saber que no sólo los mortales más comunes podemos perder un trabajo al enviar un mail equivocado o dinero por usar mal una calculadora. Grupos de expertos también pueden cometer errores infantiles, con la diferencia de que para ellos (o para las empresas en las que trabajan) los costos pueden ser millonarios.
Uno de los más conocidos deslices informáticos ocurrió en 1999, cuando la Mars Climate Orbiter se estrelló al intentar entrar en la órbita marciana. El terrenal fallo provino de que mientras el equipo que diseñó la nave había programado todo en el sistema métrico decimal, el equipo de control calculó las órdenes usando el imperial, el que utiliza pies y pulgadas. Como resultado, luego de más de nueve meses de viaje con errores acumulados, la sonda pasó demasiado cerca del planeta rojo y cayó a él. La confusión surgió de que Estados Unidos es uno de los pocos países que aún no acepta oficialmente el sistema métrico, aunque la comunidad científica suele usarlo (evidentemente no en todos los casos).
Otro gran bug de la industria espacial mostró su poder en 1996 cuando la computadora del cohete Ariane 5 de la Agencia Espacial Europea se “colgó” al hacer un proceso menor en su sistema de guiado. Como resultado, la nave se estrelló en la Guayana Francesa y se perdieron los U$S 500 millones invertidos en el proyecto. Hay que decir que la industria aeroespacial en general tiene una tradición en materia de errores de cálculo, seguramente como consecuencia de trabajar con grandes sumas de dinero y forzar la tecnología al máximo. Ya en 1962 un programador que participaba en el proyecto de la Mariner 1, que debía viajar a Venus, copió mal una fórmula que tenía en un papel. Como resultado de la pequeña distracción, el cohete, que había costado más de U$S 18 millones de aquel entonces, se desvió de su destino rápidamente y a los 294 segundos del despegue se tomó la decisión de destruirlo.
Pero en la superficie de la Tierra las cosas no van mucho mejor, sobre todo en materia financiera, uno de los campos en que la informática se usa más intensamente y a una escala brutal. Uno de los yerros informáticos más famosos, con el que seguramente más de un lector ha soñado, ocurrió en 2011, cuando cuarenta cajeros automáticos del Banco Commonwealth en Sidney permitieron a la gente sacar todos los billetes que desearan sin descontarlo de sus cuentas. El pequeño desliz duró más de cinco horas, suficientes como para que se juntaran largas colas en algunos puntos. El banco aseguró que rastrearía a quienes hubieran retirado dinero para reclamarle su devolución. En cambio, en el mismo año, en Escocia, la empresa Bank Machine aseguró que dejaría en la conciencia de sus clientes la devolución del dinero retirado de sus cajeros, los cuales entregaron por algunas horas el doble de lo requerido.
Pero el error más rápido y costoso de la historia lo sufrió a fines del año pasado la empresa Knight Capital, cuando un error informático hizo que realizara todas juntas las transacciones planeadas para varios días posteriores. El pequeño error de código produjo el cambio de manos de millones de acciones y pérdidas por U$S 440 millones, equivalentes a cuatros veces la ganancia anual promedio de la compañía, que quedó al borde de la quiebra.
La lista de bugs épicos incluye un corte de suministro eléctrico que en 2003 dejó a 50 millones de personas sin luz en Norteamérica, luego de que un software de la General Electric sufriera un problemita. En 2011 la empresa AXA Rosenberg debió pagar U$S 217 millones para indemnizar por las pérdidas de clientes que habían utilizado uno de sus programas para planificar inversiones, el cual tenía algunas fallas de diseño. Además pagó una multa de U$S 25 millones luego de que se detectara que intentó ocultarlo.
Y en tiempos de guerras cada vez más informatizadas, el precio de un bug puede ser no sólo dinero. Un servicio en la nube de las FF.AA. de los Estados Unidos que había costado U$S 2700 millones falló en 2011, dejando a las tropas de Afganistán e Irak sin la posibilidad de, por ejemplo, coordinar información en distintos puntos del frente. El costo del fallo nunca fue revelado.
Otro caso en el que se comprometieron vidas humanas y que puede alimentar la paranoia se dio en 1985, en Canadá, cuando tres personas murieron luego de someterse a un tratamiento por radiación con una máquina que emitió más rayos de los previstos. Y mejor ni recordar los casos ocurridos en aeropuertos y aviones.
Los bugs argentinos, por una cuestión de escala, son más modestos. Entre los más conocidos se cuenta el que sufrió la empresa Movistar a principios de 2012, cuando sus 16 millones de usuarios se quedaron sin servicio simultáneamente durante un día. En este caso se habló de un posible sabotaje, pero en cualquier caso la empresa fue multada por $ 185 millones.
En el otro extremo de peligrosidad están fallos que pusieron en peligro a la humanidad: en 1983 un sistema de alarmas soviéticas anunció que cinco misiles nucleares habían sido lanzados contra su territorio desde los EE.UU. El oficial a cargo, antes de enviar la respuesta, sospechó algo, porque el ataque previsto debía ser masivo. Para suerte de la humanidad descubrió que se había tratado de una falsa alarma. En caso contrario, la humanidad podría haber terminado aplastada como un bicho por un simple “bug”.
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