Sábado, 11 de enero de 2014 | Hoy
VIDAS Y MUERTES EN LA HISTORIA DE LA CIENCIA
La vida de los científicos puede tener mucho de dramático: hay sacrificios, éxitos, fracasos, tal vez un origen humilde. Y, a veces, una muerte también dramática.
Por Claudio H. Sánchez
Newton, Pasteur y Einstein murieron por causas naturales a las relativamente avanzadas edades de 84, 72 y 76 años, respectivamente. Otros científicos tuvieron menos suerte: Giordano Bruno murió en la hoguera a los 51 años. Pierre Curie fue atropellado por un carro de caballos a los 46. Alan Turing se suicidó a los 41 con una manzana envenenada. Y Arquímedes, aunque vivió hasta los 75 años, tuvo una muerte nada natural: lo mató un soldado romano durante el sitio de Siracusa. Hay algunos otros casos igualmente dramáticos.
Con su obsesión por las mediciones, Lavoisier le dio forma a la química moderna, separándola de la alquimia, más próxima a la filosofía y a lo esotérico. Investigó diversas reacciones y comprobó que las sustancias presentes al comienzo de una reacción podían sufrir distintas transformaciones pero, al terminar, la cantidad total de materia se mantenía. De ahí su frase “nada se pierde, todo se transforma”, que resume el principio de conservación de la masa.
La química no era entonces (ni lo es ahora) una ciencia barata. Lavoisier necesitaba instrumentos complejos y sustancias caras y difíciles de conseguir. En uno de sus experimentos más significativos Lavoisier usó una gran lupa para concentrar los rayos del sol sobre un diamante. El diamante se puso incandescente como una brasa, hasta que desapareció. Con este experimento Lavoisier descubrió que el diamante es una forma de carbono y que, al quemarse, se combina con el oxígeno transformándose en dióxido de carbono. Un experimento muy importante pero también muy costoso.
Aunque no era un hombre pobre, la pequeña fortuna de Lavoisier era insuficiente para financiar sus experimentos. En 1768 sus amigos le consiguieron un cargo ejecutivo en la Renta General. Se trataba de una corporación de hombres de negocios, encargada de la recaudación de impuestos. La Renta pagaba un canon fijo al Estado y se quedaba con todo lo que sobrara. Por supuesto, el negocio consistía en recaudar tanto como fuera posible, abrumando a los contribuyentes.
Cuando llegó la revolución, los principales directivos de la Renta General fueron encarcelados. Lavoisier era uno de ellos y, además, era tesorero de la Academia de Ciencias, considerada una institución monárquica y asociada al Antiguo Régimen. Fue condenado y murió en la guillotina en 1794, pocas semanas antes del fin del Terror. Su prestigio científico no lo ayudó. “La república no necesita científicos”, dijeron los miembros del tribunal.
El matemático francés Evariste Galois nació cerca de París en 1811. Sus padres eran personas inteligentes y cultas que lo estimularon en sus estudios. Fue educado por su madre hasta los doce años y luego ingresó al liceo local.
Durante su segundo año en el liceo comenzó a interesarse por las matemáticas. Se dice que leyó los textos más avanzados de la época, como los Elementos de geometría, de Legendre. A los dieciséis años publicó su primer trabajo.
Los cuatro años siguientes no fueron fáciles: escribió otros trabajos que no pudo publicar, trató de ingresar en la Politécnica de París pero fracasó y tuvo que conformarse con la mucho menos prestigiosa Escuela Normal. En 1829 se suicidó su padre.
Además de su talento matemático, Galois se caracterizaba por su rebeldía. Su interés por ingresar en la Politécnica no se debía sólo al prestigio académico de la institución, sino también a la posibilidad de participar en su activa vida política. En 1830, el rey Carlos X intentó un golpe de Estado para retener el poder. Mientras los alumnos de la Politécnica se manifestaban en las calles en contra del rey, el director de la Escuela Normal encerró a sus alumnos para que no participaran de las manifestaciones. Galois, indignado, escribió una carta al director y fue expulsado. Se unió a sociedades republicanas sospechadas de conspirar contra el rey y fue arrestado dos veces.
Mientras tanto, continuaba sus investigaciones matemáticas sin poder publicar sus trabajos. La noche del 29 de mayo de 1832 completó la redacción de su Teoría de grupos, obra fundamental en los cursos de álgebra. Pero no llegó a verla publicada, porque a la mañana siguiente se batió a duelo, por causas que aún hoy no se conocen con exactitud. Fue herido y murió en el hospital después de un día de agonía. Hubiera cumplido veintiún años cinco meses después.
Aunque María Curie sobrevivió veintiocho años a su marido, su muerte también tuvo algo de dramático.
La radiactividad, la propiedad que tienen ciertas sustancias de emitir partículas y energía, fue descubierta a fines del siglo XIX por Henri Becquerel. Los Curie comprendieron la importancia de este nuevo fenómeno y decidieron investigarlo.
La sustancia radiactiva más común en ese entonces era el uranio, que se obtenía como subproducto en las minas de plata del valle de San Joaquín, en la actual República Checa. Los Curie se procuraban residuos de la mina y los analizaban en busca de otras sustancias radiactivas. Así descubrieron el polonio y el radio, dos metales miles de veces más radiactivos que el uranio.
El informe sobre el descubrimiento de estos dos elementos fue la tesis doctoral de María y le valió el Premio Nobel de Química de 1911. En 1903 había recibido el de Física, junto con Becquerel y Pierre por sus investigaciones sobre la radiactividad en el uranio. María Curie fue la primera persona en recibir dos premios Nobel. Y siguió siendo la única hasta 1962, cuando Linus Pauling recibió el Nobel de la Paz, después de haber recibido el de Química en 1954.
Los efectos nocivos de la radiactividad eran poco conocidos en tiempos de los Curie, que manipulaban el uranio sin ningún tipo de protección. Tan peligrosas eran las condiciones en que ellos trabajaban que, aún hoy, sus apuntes se guardan en gabinetes de plomo y quienes desean consultarlos deben usar trajes a prueba de radiación. En una ocasión, Pierre derramó un poco de radio durante una conferencia. Cincuenta años después, el salón tuvo que ser descontaminado, porque todavía presentaba niveles peligrosos de radiactividad.
Tantos años trabajando con sustancias radiactivas afectaron la salud de María y la llevaron a la muerte en 1934.
Srinivasa Ramanujan era un matemático hindú, nacido en 1887. Desde muy chico demostró un talento especial para la matemática. Se dice que entretenía a sus compañeros de escuela recitando fórmulas matemáticas y cifras del número pi. Autodidacta, reprobó dos veces el ingreso a la universidad porque sólo le interesaban las matemáticas.
Cuando tenía 25 años, les escribió a tres de los matemáticos más célebres de la época contándoles algunos de los teoremas que había descubierto. El único que le contestó fue el inglés Godfrey Hardy, que lo invitó a Inglaterra para trabajar con él.
Así se hizo aunque, tal vez acostumbrado al clima tropical de la India, Ramanujan no soportó el frío de Inglaterra y enfermó de tuberculosis. En 1919 volvió a su país y murió poco después, a los 32 años.
Aunque es considerado uno de los matemáticos más brillantes del siglo XX, Ramanujan es más conocido por una anécdota que protagonizó estando internado en el hospital. Hardy lo fue a visitar y, para iniciar la conversación, le dijo que había llegado ahí en el taxi número 1729. “Un número muy aburrido”, agregó. “Por el contrario”, contestó Ramanujan. “Es el menor número que puede expresarse como suma de dos cubos, de dos maneras distintas.” Efectivamente, 1729 es igual a 1 al cubo más 12 al cubo y también es igual a 9 al cubo más 10 al cubo. Hay muchos números que pueden expresarse como suma de dos cubos. Por ejemplo, 35, que es igual a 2 al cubo más 3 al cubo. Mucho más raros son los números que pueden expresarse como suma de dos cubos de dos maneras distintas. Y, de ellos, 1729 es el menor. Por todo esto, el 1729 es conocido como Número de Hardy-Ramanujan.
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